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HOMENAJE A REPÚBLICA DE HUNGRÍA


El señor HORVATH.- Señor Presidente, Honorables señores Senadores y muy estimados invitados especiales, señor Embajador de Hungría, don Adolf Szeles; señor Consejero de la Embajada de Hungría, don Gyula Barcsi; señor Cónsul Honorario en Valparaíso, don Eduardo Kovacs; señor Presidente de la Cámara Chileno-Húngara de Comercio, don Nicolás Lederer; señor Vicepresidente de la Cámara Chileno-Húngara de Comercio, don Pablo Gallyas y señora; señor Presidente de la Corporación Chileno-Húngara de Cultura, don Istvan Karakay y señora; y señor Vicepresidente de la Corporación Chileno-Húngara de Cultura, don Istvan Veghazi y señora.
Rendir homenaje a Hungría con motivo de que en 1996 se cumplen mil 100 años del establecimiento de los húngaros en su suelo patrio, y de que, además, este mes se cumplen 40 años de la Revolución de 1956 donde por primera vez un país entero se atrevió a levantarse en armas en contra del dominio de la hoy ex Unión Soviética, constituye, sin lugar a dudas, motivo de especial orgullo y honor. Orgullo no sólo por descender de esa nación, sino por encontrar más semejanzas que elementos que nos diferencian entre el pueblo chileno y el húngaro.
¿Con qué derecho, argumento y objetividad me permito aseverar esta similitud, se preguntará, tal vez en una primera mirada, más de alguno? Trataré de contestar brevemente esta natural interrogante.
Un país lejano, situado en el centro de la Europa central, a miles de kilómetros de Chile, con un idioma difícil --sólo parecido al estonio y al finlandés--, hace que desde luego esta afirmación de semejanza parezca ser temeraria, o tal vez un discurso de carácter diplomático o de buenas intenciones.
Ciertamente una historia de 1.100 años, desde que los pueblos nómades y guerreros cruzan las cordilleras de los Cárpatos y se asientan en una llanura fértil, regada por grandes cursos de agua y rodeada de cordilleras, se presenta como una historia compleja y abrumadora.
Las continuas guerras en contra de sus vecinos llegan a un primer fin al establecerse una monarquía. Y cuando toda Europa temblaba por el Anticristo y el fin del mundo en el año 1.000, el Rey Santo --San Esteban-- lleva al catolicismo a toda la población e impone una estructura de sociedad occidental, no sin dificultades.
La generación de familias en valores cristianos, la formación de propiedades y terratenientes y el enfrentamiento de culturas, van generando un modo de vida muy particular que será la semilla del alma nacional.
Enfrentamientos con el Imperio Bizantino en el siglo XII por el dominio de los Balcanes y el ataque de los mongoles que reducen a una tercera parte su población, a mitad del siglo XIII, ya son un claro indicio del sino de este pueblo que defiende su identidad aun a costa de enormes sacrificios. Con un suelo fértil, privilegia desde sus orígenes una economía y una cultura agrarias de larga tradición. La corona húngara con gemas, los Doce Apóstoles y Cristo coronado, se fue asociando a la nobleza europea compartiendo el poder con los nobles y terratenientes magiares.
A partir del siglo XIV y durante tres siglos, la historia de Hungría se vio determinada por la guerra en contra de los turcos. Recordemos que la madre patria de Chile, España, se vio dominada por los árabes desde el año 711 hasta la pérdida de Granada, en 1492, en un proceso de reconquista de los cristianos que duró cerca de ocho siglos.
En el primer siglo de lucha, Hungría fue un bastión triunfante para occidente y sus valores ante la agresión otomana. Matías, el hijo del estratega y jefe militar Juan Hunyadi, se convirtió en uno de los monarcas más importantes de la Hungría medieval. Con un gobierno bien estructurado, hizo del país uno de los centros culturales de Europa. Más tarde, crisis políticas internas lo debilitaron, cayendo ante los turnos en la batalla de Mohacs, en 1526, quedando divididos en tres: el centro, ocupado por los turcos; al occidente del río Danubio, por la dinastía de los Habsburgos, y al este del río Tisza, por el principado de Transilvania, que continuó con las tradiciones reales húngaras bajo el protectorado turco. Este período, sin embargo, estuvo marcado por un sin fin de guerras y tuvo término con un gran enfrentamiento en donde, aliados con países de Occidente, aniquilaron las últimas tropas turcas.
El siglo XVIII trajo nuevamente para Hungría un notable crecimiento económico, demográfico y cultural. En el siglo XIX el liberalismo aristocrático produjo una profunda reconversión del país, generando una paulatina base de reformas. Esteban Széchenyi, Nicolás Wesselényi, Luis Kossuth, Luis Batthányi y muchos otros, como el poeta Alejandro Petöfi, son una secuencia de esta revolución legal que independizó al país del poder feudal de los Habsburgo de Viena y que le dieron las bases para su autonomía liberal y democrática. Esto tampoco fue fácil. Los Habsburgo, con el apoyo de 200 mil efectivos rusos, aplastaron el independentismo de Hungría. Sin embargo, con la resistencia pasiva y el espíritu rebelde de los húngaros, el poder se vio obligado a hacer concesiones y a establecer el llamado "Compromiso", fundando un Estado federativo, dual y bipolar de Austria y Hungría. Vino un nuevo despegue económico y una verdadera revolución industrial.
Cien años atrás Hungría festejó sus mil años desde la conquista del suelo patrio, orgullosa de sus logros. Sin embargo, la falta de estabilidad política nuevamente, y su ubicación, la llevó a nuevos enfrentamientos. La Primera Guerra Mundial trajo un grave desmembramiento del país. Hungría perdió tres cuartas partes de su territorio y las dos terceras partes de su población quedaron como minorías fuera de su patria.
En 1919, el intento de un gobierno comunista húngaro liderado por Bela Kun dura muy pocos meses. Las expropiaciones, las nacionalizaciones y la presión hacia las resistencias internas hace que el contraalmirante Nicolás Horthy expulse esta experiencia bolchevique y establezca un sistema rígido y conservador, y que no veía perspectivas si no se revisaban sus fronteras.
La ayuda del eje Alemania-Italia y la división interna del país, llevan a Hungría a la Segunda Guerra Mundial, la cual le produce nuevamente enormes pérdidas territoriales y humanas, entre ellas, cientos de miles de judíos. Ante un mundo occidental ingenuo, la Unión Soviética ocupó para sí toda la Europa central.
En estas condiciones, las primeras elecciones libres dieron una mayoría de 57 por ciento al Partido Independiente de los Pequeños Propietarios, que reunía a la clase media y al campesinado.
Sin embargo, rápidamente los comunistas, con el apoyo soviético, impusieron su forma de gobierno y establecieron un estado policial. Muchas personas fueron deportadas, encarceladas y llevadas a trabajos forzados.
El alma del pueblo húngaro nuevamente volvió a despertar: la desesperación popular estalló el 23 de octubre de 1956, en la primera revolución antitotalitaria del mundo. Las imágenes de un pueblo entero desafiando y atacando a los ocupantes soviéticos recorrieron el planeta. No obstante, Occidente no oyó ni apoyó este anhelo de libertad, y dejó --diría que casi negoció por el Canal de Suez-- que las tropas soviéticas, con 16 divisiones y 2 mil grandes tanques, equivalentes al ataque y ocupación de Francia, entraran y aplastaran a los revolucionarios. Miles de hombres, mujeres y niños fueron muertos y encarcelados, y 200 mil húngaros huyeron del suelo patrio.
A los pocos años, el nuevo régimen comunista tuvo que ceder y liberalizar la economía y la sociedad húngaras. Fue el único país ocupado que tuvo propiedad y pequeña industria privada. Así, se crearon las bases para que el régimen soviético, que ya caía por la imposibilidad práctica de su sistema, se derrumbara, primero, justamente en Hungría. Antes que el muro de Berlín, se desplomó la Cortina de Hierro en Hungría, y fue el primer país que despidió a las fuerzas de ocupación soviéticas.
Hoy, Hungría se alza como un Estado profundamente democrático, líder en su economía libre en Europa central y próximo a entrar a la Unión Europea. ¿A qué costo, se dirá, y con razón? Al de mantener su identidad, libertad y espíritu, máximos valores del ser humano.
Los frutos son, también, variados y abundantes. Su contribución a la cultura universal, la ciencia, la tecnología y el arte es conocida: Lizt, Bartok, Kodaly y Lehar son compositores mundialmente famosos, así como también muchos intérpretes y directores de orquesta. La vitamina C, la teoría de juegos, el descubrimiento de la causa de la fiebre puerperal, la astronomía radárica, la locomotora eléctrica, la geometría no euclidiana, la televisión, el primer lenguaje informático común y el computador son, entre otros, aportes de los húngaros a la humanidad. Y cómo no destacar los siempre altos lugares obtenidos en las olimpíadas por este país de apenas 93 mil 33 kilómetros cuadrados y 11 millones de habitantes; pequeño, pero de corazón grande, y, al igual que el chileno, sufrido, aislado. Ha tenido todos los regímenes políticos; ha vivido guerras internas y externas; muy católico y respetuoso de las otras religiones; ha sufrido severos embates de la naturaleza, y, sin embargo, no se da a la pena, sino a la poesía, a la amistad y al ingenio.
Todo chileno que haya estado en Hungría se siente como en su casa. Y lo mismo sucede al húngaro en Chile. Testimonio de ello es el Grupo Parlamentario Chileno-Húngaro formado, en 1991, en la Cámara de Diputados.
Chile destaca en América; Hungría, en Europa central. Constituye, sin lugar a dudas, un buen puente en un planeta cada vez más cercano.
Cómo no recordar la acción de húngaros en Chile: al que ofrendó su vida en el Combate Naval de Iquique; a quien también la sacrificó buscando un camino en Aisén, desde Cochrane hacia el Pacífico. Cómo no rendir un homenaje a tanto artista, científico, empresario, profesional y personas que, como chilenos, se han adentrado en el alma nacional.
La bandera roja, blanca y verde --colores que representan el vigor, la lealtad y la esperanza-- se entronca, y saluda, con los símbolos patrios de Chile en este homenaje que el Grupo Parlamentario Chileno-Húngaro y el Senado rinden a Hungría en el Congreso Nacional.
He dicho.
--(Aplausos en la Sala y tribunas).
El señor DÍEZ (Presidente).- Tiene la palabra el Senador señor Ríos.


El señor RÍOS.- Señor Presidente, Honorables Senadores y representantes del pueblo húngaro:
Para los Senadores del Partido Renovación Nacional, participar en el homenaje a la nación húngara es, en el fondo, recoger, dentro de sus tradiciones y las nuestras, el encuentro permanente de dos pueblos que, tal como señalara el Honorable señor Horvath --pese a encontrarse separados por la distancia, situarse en territorios y continentes tan distintos, han vivido historias tan diferentes--, en lo social resultan tener un modo de vida y una acción futura comunes.
Para quienes nos hemos educado en Chile, en nuestras clases de historia conocimos todo el acontecer político-histórico de Europa central. Y, sin duda alguna, la acción del pueblo húngaro, siempre comprometido en conflictos tan difíciles, en cada uno de los cuales fue fortaleciendo el alma de esta nación grande, que vivía en medio de conflagraciones bélicas, dominaciones y una serie de situaciones complejas por las que ha pasado el viejo continente por cientos y miles de años, fue forjando en cada uno de sus hombres y mujeres el alma profunda de una acción espiritual que la plasmaron en el arte, en su arquitectura, en la música y en sus letras.
Por eso, para los Senadores miembros del Comité Renovación Nacional, las expresiones del Senador señor Horvath, quien representa en el Senado a la sangre húngara en nuestro país, sin duda alguna reflejan un sentimiento de profunda gratitud por lo que ese pueblo, a través de muchos de sus hombres, ha entregado a nuestra nación.
Al mismo tiempo, deseamos expresar nuestro reconocimiento a su historia y rendir un homenaje a su pueblo, a su Gobierno, a su institucionalidad y a todo cuanto represente el futuro magnífico que se perfila para la nación húngara.
He dicho.
--(Aplausos en la Sala y tribunas).
El señor DÍEZ (Presidente).- Tiene la palabra el Senador señor Núñez.


El señor NÚÑEZ.- Señor Presidente, en nombre de los Senadores socialistas, deseo adherir al tributo que muy merecidamente el Senado de la República rinde a este gran país, que hace más de mil años se constituyó como Estado. Como todos sabemos, han pasado 1.100 años desde que las primeras tribus magiares llegaron a la zona de los Cárpatos, uno de los lugares más bellos de Europa central. Por distintas razones de mi vida, creo conocer bien esa parte del continente europeo. Y de los países que uno más tiene la sensación de encontrarse con raíces muy profundas, que se hunden en lo más hondo de su ser nacional --en la cultura, expresada en sus mil formas; en la literatura, la ciencia, el arte y la filosofía--, Hungría es, sin duda alguna, de los que más se destaca.
Es una nación de gran fortaleza cultural.
Y quiero recordar solamente el siguiente hecho: cuando la corona de San Esteban volvió a Hungría, hace muy pocos años, cuando todavía no caía el comunismo en ese lugar, el propio Presidente del país, al tomarla de manos de Cyrus Vance --que en ese entonces era el representante del Presidente Carter encargado de devolverla, junto con las joyas de la monarquía húngara que habían sido llevadas a los Estados Unidos al término de la Segunda Guerra Mundial--, no pudo evitar tratar de ponérsela simbólicamente sobre su cabeza. En esos momentos, para uno fue muy difícil poder asimilar lo que significa la grandeza de los símbolos que unen a los pueblos y entender lo que ello implica para naciones que, como es el caso de la húngara, tienen raíces tan profundas.
También me une --porque de lo primero fui testigo presencial-- el hecho de que, en 1956, el Partido Socialista en aquella época se opuso tenazmente a la invasión soviética. Y quienes éramos miembros de la Juventud Socialista salimos a las calles de Chile a honrar la memoria de un hombre excepcional: Imre Nagy. Y en esta oportunidad, aprovechando esta situación particular, también quiero rendir homenaje a ese hombre, que se adelantó por mucho tiempo a otros, como Dubcek, de Checoslovaquia, y a otros más de diversas naciones de Europa Oriental, que pretendieron levantar la alternativa del socialismo democrático, oponiéndose a lo que era la opresión y la dominación soviética. Imre Nagy murió dos años después de la sublevación de 1956. Y en el Senado de la República, los Parlamentarios socialistas de aquel entonces rindieron homenaje a ese hombre, que deseaba conjugar igualdad con libertad, y hacer de Hungría un país independiente.
Hace poco tiempo, tuve la posibilidad de visitar muy brevemente ese país, y lo encontré en una tarea espectacular desde los puntos de vista político, económico y cultural. Desde la perspectiva política --bien lo sabe el señor Presidente de la Corporación, por haber estado no hace mucho en el maravilloso y magnífico Parlamento húngaro--, Hungría es una de las pocas naciones que han logrado equilibrar adecuadamente la presencia de un Jefe de Estado, de un Jefe de Gobierno, y de un gran Parlamento muy responsable y apropiado a las nuevas condiciones en que se desarrolla allá la democracia.
Desde el punto de vista cultural, esa nación recoge el legado de miles y miles de húngaros que, tanto en su país como fuera de él, han honrado a su patria desde los más diversos ángulos. Finalmente, desde el punto de vista económico, pude observar su pujanza, y que, a pesar de las dificultades, propias de la transformación tan brusca de su economía, cuenta con un ingreso per cápita de más de 4 mil dólares, cifra similar a la de Chile, pero con la única y extraordinaria diferencia de que allá se distribuye de mejor manera.
Dispuesto a ingresar a la Unión Europea --casi con entera seguridad, junto a la República Checa--, será el primer país de Europa Oriental que integre esa comunidad de naciones, a la cual, ciertamente, contribuirá con una industria que será señera en su sector, porque ya lo era, medianamente desarrollada, hace algún tiempo. Además, aportará su educación y algo que los chilenos, ojalá, recojamos, como una enseñanza que nos entregan los húngaros desde lo más profundo de su historia: es un país que siempre ha sido tolerante con las minorías étnicas y muy tolerante con las minorías religiosas.
En esa nación, donde 70 por ciento de sus ciudadanos son católicos, hay expresiones de calvinistas, luteranos y judíos que nunca sufrieron, como en otros lugares de Europa Oriental --en este caso, los judíos--, de pogromo tan violento y brutal como el padecido por éstos.
Por eso, tanto los Senadores socialistas como los del PPD hemos querido adherir a este merecido homenaje que se rinde a un pueblo tan digno y sin par en la Europa Oriental: es el caso de Hungría.
--(Aplausos).
El señor DÍEZ (Presidente).- Tiene la palabra el Honorable señor Valdés.


El señor VALDÉS.- Señor Presidente, señores Senadores, estimados amigos y representantes del pueblo húngaro que nos acompañan, en nombre de los Senadores democratacristianos, deseo sumarme al homenaje que inició el Honorable señor Horvath, con palabras tan legítimas como elocuentes, al pueblo húngaro.
Es un pueblo admirable, porque ha amarrado su historia a una geografía difícil y a un entorno extremadamente duro. Ha sabido, como pocos en el mundo, mantener sus valores durante más de mil años, no obstante que sus habitantes fueron combatidos --aparentemente aplastados--, discutidos y condenados, pero han podido sobrevivir por cuanto responden a los valores más nobles de nuestra civilización.
Es un país enclavado en la frontera que defendió del mundo occidental, cuando invasiones de otras culturas hacían peligrar ese ángulo de ingreso a Europa. Y si no hubiese sido por el coraje de los húngaros, habría enfrentado dificultades para resistirlas.
Es patria de tantos genios, como los ya mencionados, los cuales van desde la música hasta los más notables economistas de los años 40 y 50, pasando por tecnologías, por cultura --en el sentido más clásico de la palabra-- y por un don de Dios que ese país y esa raza mantienen, en orden a perseverar en una calidad de generosidad alegre que ha irradiado por todo el mundo. Lo húngaro ha sido sufriente, pero también ha constituido alegría para el mundo entero, no solamente en su arte, sino, además, en su personalidad, en su bondad y en su expresión vital.
Todas estas razones nos llevan a admirar a Hungría, a festejar su aniversario y a adherir con gozo, admiración y simpatía al homenaje a un pueblo que es ejemplo para el nuestro. Es pequeño, y también está obligado, en un mundo interdependiente, crecientemente globalizado, a afirmar sus valores, sus conceptos y su forma de vida, que es el gran destino de todos los pueblos que tienen la posibilidad de perseverar.
En nombre de los Senadores que represento, saludo al pueblo húngaro en este día.
--(Aplausos).
El señor DÍEZ (Presidente).- Tiene la palabra el Honorable señor Urenda.


El señor URENDA.- Señor Presidente, estimados colegas, señor Embajador y autoridades de Hungría, no era mi ánimo intervenir en esta oportunidad, porque pensaba que, en mi calidad de integrante del Grupo Parlamentario Chileno-Húngaro, me representaba en forma adecuada, a través de sus palabras, el Honorable señor Horvath. Sin embargo, al escuchar los diversos discursos pronunciados en este homenaje, no deseo, de manera alguna, que en esta ocasión quede ausente la voz de mi Partido y la mía personal.
He sentido siempre especial simpatía por los húngaros, desde niño. Y, tal vez, en ello influyó que durante la crisis del año 32 un joven húngaro, muchas de cuyas cualidades admiraba, viviera con nosotros y fuera parte de nuestro hogar y de nuestra familia. En él aprendí a apreciar muchas de las características que distinguen a los magiares, que los hacen tan especiales y que les han permitido enfrentar tantos problemas.
No cabe duda de que Hungría, no obstante haber carecido muchas veces de la protección de ciertas fronteras naturales, ha podido mantener su identidad a través de más de mil años, cumpliendo tareas muy señeras para la humanidad y muy cercanas a quienes nos sentimos cristianos. Porque, ciertamente, fue esa Hungría, colocada en el corazón de Europa, la que cumplió una labor relevante en la defensa de la cristiandad ante diversas invasiones. Y lo supo hacer --como aquí se ha explicado-- con valentía, vigor y capacidad.
Yo diría que, en esa lucha constante, se fue forjando un pueblo de una cultura muy especial. Ya se señaló cómo su música y su forma de ser, alegre, contribuyen también de alguna manera a la alegría de toda la humanidad. Pero, ¡cómo olvidar a sus escritores! ¡Cómo no recordar esas novelas "A la luz de los candelabros", o "Dos prisioneros", o "Algo se lleva el río", que realmente nos tocaron el alma y que demuestran que los húngaros son de un temple especial y exhiben características que les hacen sobresalir!
Cabe poner de relieve lo que también se ha destacado aquí en cuanto a cómo se han distinguido --lo recuerdo como algo de la niñez-- en el deporte. Y nunca podré olvidar un hecho que no está de más exponer: en la Olimpíada de Berlín, en 1936 --muy espectacular por diversas circunstancias--, fue un húngaro el que dio la gran sorpresa en la prueba de natación de los cien metros libres, al derrotar a los en aquel entonces invencibles japoneses. Configurando una tradición en ese ámbito, nunca han faltado en las Olimpíadas quienes han ganado el oro para Hungría.
Todo lo anterior explica el cariño, la simpatía que naturalmente he experimentado --pero que creo que corresponde, asimismo, a un sentimiento general de los chilenos-- por ese pueblo. Y lleva a insistir, además, en la remembranza de la actuación de este último en 1956, en ese levantamiento que llevó a cabo en el conflicto más importante de los que tuvieron lugar en la Posguerra, habiéndose alzado frente al imperio soviético y habiendo sido sólo dominado, tal vez como producto de la Guerra Fría, por la traición de Occidente. Pero, antes, miles y miles de húngaros entregaron su vida y reencendieron la llama de la libertad, que siempre ha estado presente en el corazón de todos ellos.
Al respecto, no se puede olvidar el ejemplo del Cardenal Mindszenty, representativo de un pueblo católico, quien hubo de sufrir el martirio de estar asilado durante tantos años por mantener los principios de su fe, que eran también los de sus compatriotas.
Y siempre hemos cultivado vínculos especiales con los húngaros. No está de más decirlo, dado que los porteños han contado siempre, por quien lleva el apellido Kovacs, con una presencia muy constante de ese país. Amigo de todos nosotros, con el cual nos hemos formado y cuya familia lleva varias generaciones en Chile, sigue aportando su talento y su riqueza al desarrollo.
Por las consideraciones precedentes es que con tanto agrado adhiero a este homenaje de admiración que se rinde al pueblo húngaro en el doble aniversario que hoy se celebra.
He dicho.
--(Aplausos).
El señor DÍEZ (Presidente).- Se suspende la sesión.
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--Se suspendió a las 18:33.
--Se reanudó a las 18:38.
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