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SUSTITUCIÓN DE SISTEMA BINOMINAL


El señor QUINTEROS.- Estimados colegas, he seguido con mucha atención este debate. Los argumentos de una y otra parte han sido expuestos con convicción y hasta con pasión. Pese a que todos somos incumbentes, pues debatimos precisamente sobre la función legislativa, me siento con la libertad para hablar desde la posición de alguien que acaba de llegar a esta responsabilidad después de una larga trayectoria en el servicio público regional.
Lo primero que llama la atención es el amplio consenso respecto del diagnóstico de nuestro sistema político, caracterizado por un progresivo deterioro en la confianza en las instituciones y en la participación ciudadana, y que una causa de estos fenómenos se encuentra en el sistema binominal que rige en Chile desde hace 25 años.
Sin embargo, advertimos que no hay voluntad política de parte de algunos para modificar este sistema. ¿Qué se pretende con esto? ¿Acaso se plantea mantener la situación vigente, que todos estamos de acuerdo en que es insostenible? ¿Acaso resiste otro proceso electoral en que se conozca de antemano qué sectores seguirán siendo representados?
Se reivindica que el sistema binominal le ha dado estabilidad al país y que debemos cuidarlo, en circunstancias de que todos somos conscientes de que está agotado y no da para más.
Se argumenta, con estadística en mano, que el actual sistema binominal ha traído beneficios a ambas coaliciones, como si el espectro político se agotara en estas dos agrupaciones, como si no existieran los independientes, como si los que no han sido favorecidos no importaran.
Algunos sostienen que este proyecto es un traje a la medida y reclaman porque el nuevo sistema nos sienta bien a todos quienes estamos aquí, en circunstancias de que lo importante es que esta iniciativa les sienta bien a los que no se hallan acá.
Así como en materia social legislamos para los más humildes, en materia política debemos legislar para los que hasta ahora han sido excluidos, a fin de que otras fuerzas, nuevos grupos, partidos emergentes tengan la posibilidad real de acceder a este espacio.
Cualquiera que sea la razón por la cual no se han incorporado, sea por desconfianza hacia el sistema, por pertenecer a partidos pequeños o a ninguno, o por simple apatía, lo relevante es reencantar y convocar a todos los que por la vía de la abstención o las barreras que existen para crear partidos, o como resultado de este sistema mayoritario, no se sienten representados.
Lo importante es sumar nuevos actores, enriquecer el debate. Del mismo modo como se defiende el valor de la competencia en el mercado, debemos darle mayor competitividad a la política.
Se argumenta que somos muchos Senadores y Diputados, pero se omite que este Congreso es uno de los más pequeños en relación con la población. Se dice que otros Parlamentos están disminuyendo su número y se da como ejemplo a Italia, que tiene seis veces el número de nuestros parlamentarios y solo el triple de población.
Se señala que somos un número suficiente de Senadores, y se rechaza que aumentemos en doce su número, pero antes se defendió la existencia de Senadores designados más los vitalicios. Si esto se mantuviera hoy, seríamos más de cincuenta.
Se dice que esta reforma aumentará el gasto, pero se niega el mayor costo que significa la presencia del Congreso en Valparaíso.
Se declama que esta reforma no está dentro de las prioridades de la población: la seguridad ciudadana, la salud o la educación, desmereciendo el rol de la política misma. Esta tiene que preocuparse no solo de dar solución a los problemas concretos, sino además de lograr legitimidad y concitar la adhesión de la gente a estas respuestas, que es lo que en definitiva asegura la paz social.
Es decir, cuando legislamos sobre determinada política pública no solo interesa que esta sea eficaz, sino también que la ciudadanía perciba que refleja la opinión de la mayoría. Y eso no lo asegura el sistema electoral actual.
Se sostiene que el proyecto afecta la igualdad del voto y se da el ejemplo de un par de distritos, pero se olvidan las decenas de casos de escandalosa desigualdad que se presentan en el sistema actual.
Los que siempre propugnan la gradualidad en los procesos de las reformas, de la noche a la mañana son partidarios de la igualdad completa y total del sufragio. ¿En verdad se persigue una mayor proporcionalidad o se intenta bloquear el cambio?
Se arguye que la Cámara Alta debilita su representación territorial porque aumentan los Senadores por Santiago, en circunstancias de que 9 de los doce nuevos Senadores serán de regiones y tres de ellos provendrán de los territorios extremos.
Por supuesto, el sistema que se apruebe no será perfecto. La desigualdad no será eliminada por completo; no obstante, disminuirá, y la representación será sustancialmente más igualitaria que la actual.
La Cámara de Diputados no será estrictamente representativa ni este Senado será conformado con un criterio exclusivamente territorial, pero sin duda la Cámara reflejará más fielmente la diversidad y pluralidad de la población y este Senado seguirá siendo la expresión privilegiada de la diversidad territorial.
De igual modo, en materia de igualdad de género quizás no se llegará a la paridad. Con todo, indudablemente habrá mayor equilibrio en la representación, teniendo presente que la participación femenina hoy alcanza solo al 15 por ciento de los congresistas.
El sistema electoral no será estrictamente proporcional, pero minorías que hoy se consideran al margen del sistema político tendrán acceso a este Congreso Nacional y, por esta vía, aumentará su compromiso y adhesión con los canales democráticos.
En definitiva, nuestra democracia se perfeccionará y la composición del Congreso tendrá la posibilidad de reflejar la evolución de la opinión pública. Con el sistema binominal una mayoría de 65 por ciento de hace 25 años podía descender a 40 por ciento y seguir teniendo la misma representación. De la misma manera, una minoría de 2 por ciento podía crecer hasta 10 o 20 por ciento y seguir sin presencia en el Parlamento.
No podemos seguir dilatando el cambio. No se puede seguir negociando hasta el infinito. Ojalá el proyecto pueda perfeccionarse o sea posible incorporar otras normas necesarias en una nueva iniciativa, como la limitación de la reelección.
Sin embargo, el gran mérito de la Presidenta Bachelet y de su equipo político es haber presentado una propuesta viable de modificación del sistema electoral que hace suyo el sentir ciudadano. No será un proyecto perfecto, pero lo importante es que esta ley regirá en la próxima elección parlamentaria de 2017.
Ya no habrá más promesas que se queden en el camino o acuerdos que se firmen sin contar con los votos. Ya no más excusas. Ya no más elecciones sin competencia real. Ya no más desigualdad aberrante en el valor del sufragio según el lugar donde se vote.
Nuestro país es diverso. No le tengamos miedo a la democracia, que es de todos. En ella deben estar recogidas las distintas visiones y formas de vida, desde el punto de vista conservador, que no quiere cambiar nada, hasta la expresión del malestar y del descontento que se expresa en la calle; desde los millones que viven concentrados en la Capital hasta el último colono que hace soberanía en las regiones aisladas. Todos deben quedar representados. Chile es de todos.
Voto por la aprobación de este proyecto. Voto por un Congreso de todos para un Chile de todos.