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29 de junio de 2012

Discurso en el acto de Homenaje por el 104 Aniversario del Natalicio del ex Presidente Salvador Allende


Salón de Honor, Ex Congreso Nacional


26 de Junio de 2012.-

Conmemoramos un nuevo natalicio del Presidente Salvador Allende; hemos querido hacerlo en este Salón de Honor en que se reunió el Congreso Pleno que lo proclamó Presidente de la República en Octubre de 1970, como un especial homenaje a su dilatada trayectoria republicana, que se expresó en un inconmovible respeto por las instituciones democráticas que lo acompañó hasta el fin de su existencia, aquel aciago 11 de septiembre de 1973.

Allende fue Presidente del Senado entre 1966 y 1969,  su ejercicio en tal condición fue una permanente preocupación para entregar las debidas garantías, para el debate de ideas y la exposición de los puntos de vista de cada fuerza política, con estricto apego al libre intercambio de opiniones, sin cortapisas de ninguna naturaleza, salvo las condiciones de igualdad que son esenciales para el respeto mutuo y el correcto trabajo legislativo.   Fue firme para salvaguardar los derechos de todos y cada uno al debate y al diálogo democrático, como tenaz e incansable en la defensa de las conquistas sociales del pueblo trabajador.

Luego como Presidente de la Republica mantuvo de manera irrestricta tales principios, a pesar de la polarización política que vivía el país; ello no era casual, obedecía a que Allende quería de verdad y profundamente, una vía chilena al socialismo.

Su liderazgo tenía detractores, ácidos e infatigables, desde la derecha chilena, donde muchos se ceñían a los límites culturales de una odiosa oligarquía, esencialmente terrateniente, celosa por sus privilegios y parasitismo social.

Aquellos fueron los que, desde el primer día de su elección conspiraron contra Allende, y cuyos hijos entraron en escena, brutalmente, como los organizadores y ejecutores, del comando que asesinó al Comandante en Jefe del Ejército, general René Schneider, en Octubre de 1970, en un estéril pero criminal intento de impedir que Allende asumiera la conducción del país.

Allende era un líder del movimiento popular, de la civilidad democrática, del mundo laico, de la intelectualidad que soñaba con una Nueva Sociedad. Por eso, su proyecto político descartaba el camino de la confrontación armada y la instauración de una dictadura de izquierda, la dictadura del proletariado, Allende quería el socialismo en democracia, pluralismo y libertad.

Por eso, Allende militó toda su vida en las filas del Partido Socialista de Chile.  Por su inamovible convicción, que solo un camino propio, original, auténticamente chileno, diferente de los esquemas seguidos hasta entonces por el movimiento comunista internacional, era lo que podía dar viabilidad a la revolución chilena, aquella que él quería realizar con sabor a empanadas y vino tinto.

Pero, jamás fue anticomunista.

Sentía un profundo rechazo hacia esa perversión ideológica, el anticomunismo, que en su modalidad extrema, como fue la dictadura de Pinochet, llega a la ejecución del terrorismo de Estado para perpetuarse en el poder.

Allende mantuvo una alianza política con el Partido Comunista durante décadas, con el propósito de generar las condiciones para "crear una nueva sociedad en el cauce democrático", con la plena incorporación de los trabajadores a la toma de decisiones en el Estado.

Era un camino reformista, fruto de aquella práctica los comunistas chilenos habían formulado la idea de una "vía no armada" para Chile y se orientaron en la crisis política de 1973, por una solución política que evitara el Golpe de Estado, sabían que con su materialización las conquistas populares de varias décadas serían arrasadas.  Sin embargo, en el Movimiento Comunista Internacional estos criterios no eran preeminentes.

Allende fue socialista porque sólo un Partido como el Socialista podía abrigar su proyecto político de transformaciones revolucionarias en democracia.  Por ello, aun a pesar de las diferencias que se produjeron con la conducción socialista, Salvador Allende mantuvo hacia su Partido y hacia su condición de socialista una lealtad inamovible.

Cuando le denostaban, sólo se permitía reiterar que dividir o fragmentar las luchas sociales en débiles impulsos de múltiples grupos atomizados conduciría exclusivamente a fracasos y frustraciones.

A lo largo de su vida política vio crecer y morir los afanes de innumerables caudillos que no fructificaron, precisamente por el carácter individualista de proyectos exclusivamente personales.

Donde había un ciudadano, Allende promovía su estrategia de captar su voluntad necesaria para configurar, paso a paso, la mayoría nacional que su vocación transformadora requería.

Tal convicción producía la descalificación de Allende por sus críticos desde la ultra izquierda; que le tildaban de "reformista" y le menoscababan por su supuesto "pragmatismo".

Estos despreciaban el largo proceso, en que paso a paso y palmo a palmo, las fuerzas organizadas del movimiento popular habían logrado construir una alternativa política, capaz de competir y ganar el poder, para luego dirigir el Estado en nuestro país.

Ante las poderosas fuerzas que se coaligaban contra el proceso de cambios, Allende insistía en el camino institucional. No había otra opción, cualquier desviación de esa ruta, precipitaría la intervención imperialista y de los grupos nativos asociados a la misma; ante la envergadura de tales enemigos, se trastocaría la tradición constitucionalista de las Fuerzas Armadas y el proceso de cambios sería derribado irremisiblemente.

Así ocurrió.

Allende no sólo fue un líder, fue un visionario; que previó las terribles consecuencias del quiebre democrático en Chile.

Sin embargo, sus contemporáneos no tuvieron esa formidable mirada, salvo notables excepciones como el líder demócratacristiano, Radomiro Tomic, que fue capaz de advertir:  "digámoslo brutalmente. Si los acontecimientos llegaran a forzar una ruptura institucional, no habrá en Chile. ¡no podría haber! - ni Constitución, ni libertades democráticas, ni Congreso Nacional, ni elecciones, ni acusaciones constitucionales, ni fiscalización parlamentaria; ni diarios, ni radios, ni televisión libres para informar, ni «tomas» ni «retomas», ni algaradas en las calles para denostar al gobierno o apoyarlo; ni organización sindical independiente, ni huelgas, ni conquistas sociales consagradas por las leyes.

¡Todo tendría que ser aventado por la necesidad de imponer al país la unidad, el orden y la disciplina social, bajo un puño de hierro! No se desgarra impunemente a un pueblo en dos mitades hostiles! Y nadie espere abatir por la fuerza a una de esas dos mitades y creer que podrá retomar después a la política como antes y a los negocios como antes".  Estas advertencias fueron hechas por Radomiro Tomic en agosto de 1973, a días del Golpe.

Desde mi punto de vista, las fuerzas democráticas de la época, de centro y de izquierda, quedaron inmersas en un error conceptual, que se convirtió en un error político fatal, definir, que el dilema histórico a resolver era entre reforma y revolución; la realidad era dramáticamente diferente, la contradicción esencial de la sociedad chilena, aquella que iba a marcar su desarrollo por décadas estaba radicada entre democracia y dictadura.

Los que impusieron la dictadura implementaron a sangre y fuego su modelo social y económico, excluyente y depredador; los que se afanaban en defender las conquistas de los trabajadores y del mundo popular, alcanzadas en décadas de duras luchas, requerían del régimen democrático para que aquel esfuerzo fuera posible.

Al implantarse la dictadura, Chile perdió décadas en su desarrollo social.   A escala de América Latina el llamado decenio del terror, por los regímenes que se ensañaron a escala continental con nuestros pueblos, el retroceso fue incalculable.  La democracia no era funcional a tales propósitos.

Allende, un latinoamericanista coherente y consecuente, supo dramáticamente que se instalaba en el continente la bota militar, impuesta por intereses tan foráneos como implacables.

El constitucionalismo de la Fuerzas Armadas que Allende tanto valoró a lo largo de su vida política, fue reemplazado por un fascismo subdesarrollado, visceral, primitivo, que elevó al control del Estado a oficiales obsecuentes, preparados para aniquilar un supuesto enemigo interno y no para pensar en el mejor camino para el desarrollo del país.  El terrorismo de Estado hizo de los organismos de seguridad del país entidades delictuales, para matar y atormentar a la oposición política y social.

Queda entonces la lección, que no se repita el enclaustramiento y el ostracismo de las instituciones castrenses.  Hay que impulsar y fortalecer una doctrina constitucionalista, de estricto apego a la autoridad civil, que emerge del voto ciudadano y también su correcta inserción en los grandes desafíos nacionales.

El constitucionalismo de Allende es lo contrario al militarismo que se incuba cuando se impone un apoliticismo ciego, que excluye a los uniformados de las encrucijadas decisivas, aquellas auténticamente de Estado, que las naciones no pueden evitar, sino que necesariamente deben saber resolver civilizadamente, sin recurrir ni al crimen ni a la barbarie.

En definitiva, un Estado de Derecho democrático es la base institucional para evitar que el patriotismo de la vocación militar sea manipulado para intereses bastardos.  No se trata de un Estado inmóvil, paralizado e indiferente ante el devenir social; por el contrario, se trata de un Estado democrático capaz de evolucionar, atento y sensible a las transformaciones de escala civilizacional que vive nuestra época.

Se trata de la búsqueda incesante del adecuado equilibrio entre la estabilidad, inesquivable requisito para avanzar, con la flexibilidad para absorver las mutaciones sociales, culturales y económicas que nos conmueven como sociedad.

Estas ideas fluyen de los conceptos expuestos por Salvador Allende en su Mensaje Presidencial del 21 de Mayo de 1971; aquel que ya es parte del patrimonio intangible de la izquierda, pues resume pero explica de manera maciza y magistral, la vía chilena.

En aquella síntesis de su pensamiento político, también se desarrolla la propuesta de una economía mixta, con un Estado rector sobre las áreas estratégicas que deciden el futuro del país, nacionalizando el cobre, entendido como "el sueldo de Chile".

No era como se ha dicho un proyecto estatizador a ultranza, aun cuando hubo infatilismo revolucionario en muchos que pretendían la expropiación hasta de los pequeños productores independientes.  El gobierno popular aspiraba a un Estado, con la fuerza suficiente para asegurar la superación del subdesarrollo y la pobreza.

Asimismo, hoy nadie puede negar que Salvador Allende y su Canciller Clodomiro Almeyda, fueron precursores de la inserción de Chile en el centro más dinámico de la economía mundial, el Asia-Pacífico; la apertura de relaciones diplomáticas con China y Vietnam y hacia el amplísimo escenario del Movimiento de Países No Alineados abrieron horizontes que nuestro país no tenía.

Allende sabía de la incapacidad de la derecha, de su egoísmo ancestral, de sus genuflexiones al poderío imperialista; pero no era su proyecto político eliminarla, aplastarla o acribillarla.  Allende jamás hubiera hecho lo que la derecha fue capaz de hacer.  Su comprensión del Estado y la sociedad excluía aquella perversión del poder, que es la perpetuación a sangre y fuego.  Su propuesta era lograr que prevalecieran las energías civilizatorias, que se anidan en el alma nacional, que fueran ellas las que lograran contener la confrontación social y generaran una solución institucional, que impidiera la acción golpista.

Lo que muchos pensaban era una debilidad del proceso de cambios no eran sino las condiciones ineludibles de su consolidación: la alternancia en el poder, el pluralismo ideológico, la institucionalidad pluripartidista, el ejercicio irrestricto de los derechos sociales y las libertades políticas; todo aquello constituía el objeto de la contrarrevolución, que arrasó con todo aquello, generándose en todo el planeta la más potente oleada solidaria con Chile, que no logró, sin embargo, detener los crímenes del fascismo pinochetista.

Allende no quiso vivir para ser testigo de la sevicia y la traición; era un demócrata  enteramente incompatible con la dictadura de los sátrapas.

Aquel hombre de terno y corbata, aquel civil que recorrió la patria chilena, despertando la dignidad de los humildes y convocando a los ciudadanos a engrandecer Chile, realizando la justicia social, aquel que hizo del megáfono su arma predilecta, supo morir con honor; de los golpistas sólo pidió respeto de las vidas inocentes, para sí mismo sólo guardó el valor de aquellos que no se rinden jamás.

A este hijo de la patria chilena, médico de profesión, político toda su vida, es a quién hoy rendimos homenaje, cuyo ejemplo está en el corazón de la juventud chilena de hoy.

Aquí en el Senado de la República, del cual fue digno y memorable Presidente.

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