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BUENA INFORMACIÓN, BUENA POLÍTICA

Por Andrés Zaldívar, Presidente del Senado

28 de septiembre de 2017

Terminado el descanso y las celebraciones de las fiestas patrias, entramos de lleno a la campaña electoral para las elecciones del 19 de noviembre. Ya se ven los brigadistas en las calles, los medios de comunicación comenzaron a emitir oficialmente propaganda y los eventos públicos cuentan con la presencia de todos los candidatos de las zonas en que se realizan. Asimismo, distintos medios y organizaciones convocan a debates entre los postulantes a la Moneda o al Parlamento, generando espacios para que la ciudadanía conozca los planteamientos y propuestas de quienes aspiran a representarla.

 

Es importante que todas estas instancias sean aprovechadas por la gente, como parte del ejercicio democrático y de la responsabilidad que cada persona tiene frente a sus propias decisiones. Recuperar la posibilidad de elegir a nuestros representantes no fue un trabajo corto ni fácil, por lo que no debemos desperdiciar la oportunidad que hoy tenemos y prepararnos para ejercer en plenitud ese derecho.

 

Informarse bien tiene varias aristas. Por una parte, está la información básica sobre el proceso en sí, sus fechas y regulaciones, lo que puede ayudar a evitar más de un mal rato. Pero tan relevante como ello es saber quiénes son los candidatos, qué ideas hay detrás de cada uno, quiénes los acompañan y qué fórmulas proponen para lograr el Chile mejor que, sin duda alguna, todos queremos.

 

En el caso de los aspirantes al Congreso y a los Consejos Regionales, está además el componente local. Más allá del requisito de residencia que establece la ley para los postulantes a la Cámara Baja, quien represente a una región en el Parlamento tiene el deber ético de estar identificado con ella, conocerla a fondo y ser parte de su realidad. Es verdad que ese senador o diputado legislará para el país, pero también será el responsable de impulsar iniciativas que beneficien a la región que lo eligió porque su gente vio en él o ella una esperanza para resolver sus carencias y cumplir sus sueños.

 

En estos días de campaña, es fácil caer en dos vicios que no son poco frecuentes en la política. Uno es el “ofertón de temporada”, la promesa vana y el propósito irrealizable, aunque tras él haya buenas intenciones. El otro es la descalificación del adversario como argumento de debate. Sobre este punto, se equivocan quienes creen que el mejor candidato es aquél que es capaz de ventilar más defectos del otro para desacreditarlo y así validarse; el mejor representante de la comunidad es  aquel hombre o mujer que interpreta lo que esa comunidad siente, que valora el aporte de los demás a los proyectos comunes, que trabaja en equipo para lograr metas compartidas, que busca el bien de todos y lo antepone a sus intereses personales, que vive el servicio público como una vocación y no como un instrumento.

 

De la mano de lo anterior surgen, lamentablemente, las noticias falsas, que encuentran en las redes sociales el terreno más fértil para propagarse sin control. Tal como se apreció el año pasado en la campaña presidencial en Estados Unidos, la necesidad de denostar al adversario político hace que personas y grupos inescrupulosos creen sitios en internet para difundir información carente de toda veracidad, pero que cumple el objetivo de engañar a la opinión pública y predisponerla a favor o en contra de una persona o ideología. Por lo tanto, informarse bien tiene que ver, además, con estar atentos a esta dañina tendencia y no dejarse embaucar por estas noticias publicadas en portales de dudoso prestigio, sin fuentes fidedignas y muchas veces con hechos que, mirados con un poco de detención, son demasiado burdos como para ser reales.

 

En la medida en que los ciudadanos estén más informados e involucrados frente a un proceso de tanta relevancia para el país, estaremos creando las condiciones para que esta campaña electoral sea un ejemplo de la buena política, esa que construye y propone en forma limpia, positiva y respetuosa. Esa política que invita a participar en una contienda que no está ganada ni perdida a priori, opinando y haciéndonos presentes con el acto que simboliza la democracia y que representa el poder de la gente: el voto.

 

 

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