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NI CAMPAÑA DEL TERROR, NI PROMESAS CON LETRA CHICA

Por Andrés Zaldivar, Presidente del Senado

30 de noviembre de 2017

Imagen foto_00000013Las recientes elecciones trajeron consigo una serie de sorpresas, escenarios nuevos y llamados de atención, de cuyo análisis ya se han hecho cargo cientistas políticos, dirigentes de partidos, autoridades del Gobierno y la propia ciudadanía. Sin embargo, creo importante hacer algunas reflexiones, pensando en los desafíos que se avizoran para el Senado a partir de marzo de 2018 y en los días que restan para la segunda vuelta presidencial.

 

Si bien para muchos los resultados de los comicios no fueron los esperados, la democracia nos obliga aceptar sus reglas y ello ha de hacerse con humildad e hidalguía. En este sentido, el debut del sistema proporcional corregido pudo haber perjudicado algunas postulaciones y favorecido a otras que obtuvieron menor votación, pero permitió una renovación del Parlamento, con toda la diversidad geográfica, de género e ideológica que éste, por esencia, debe tener.

 

El reto para los nuevos integrantes del Congreso es, ahora, responder a las expectativas de sus electores, contribuir a enriquecer el debate y ser fieles representantes incluso de quienes votaron por otra opción. Una doble responsabilidad tienen quienes lograron un escaño a pesar de haber tenido una baja votación, pues deberán encantar con sus ideas y con sus obras, demostrando en todo momento sus capacidades para legislar en bien de sus regiones y de todo el país.

 

Los partidos políticos, por su parte, viven un momento de definiciones trascendentales en todo sentido. Mientras unos deciden sus apoyos de cara al balotaje, los más pequeños analizan posibles fusiones para dar continuidad a sus postulados y otros intentan resolver en forma autónoma y lo más cohesionadamente posible sus propias crisis. Todos ellos son importantes para garantizar la pluralidad de pensamientos que está en la esencia de un régimen democrático; por ello, es de esperar que tomen las mejores decisiones y que éstas sean fruto de miradas de largo plazo frente a un proyecto de país más solidario, inclusivo y en crecimiento.

 

Pero la atención ciudadana está focalizada en la segunda vuelta. En estos días, los dos candidatos redefinen sus estrategias, establecen criterios de negociación, rearman equipos, exaltan las fortalezas propias y las debilidades del adversario. Por una parte, parecen tratar de marcar sus diferencias, pero al mismo tiempo dan señales de flexibilidad al relativizar planteamientos que inicialmente eran categóricos, en un denodado esfuerzo por captar la adhesión del centro, de los indiferentes, de los indecisos y de sectores que en la primera vuelta o en las primarias fueron sus oponentes.

 

Los partidos que apoyan a cada uno, más que reafirmar sus identidades buscan puntos de coincidencia o ceden en algunas de sus banderas para fortalecer las alianzas en torno a una candidatura, en una contienda que se anticipa muy estrecha. Algunos ya han tomado su opción, mientras otros han optado por dejar a sus militantes en libertad de acción para que voten de acuerdo a su conciencia y convicciones personales.

 

Con todo, las propuestas de los dos candidatos siguen siendo muy distintas y representan visiones contrapuestas, tanto en el diagnóstico como en el tratamiento de los problemas prioritarios de nuestro país. Entendiendo esas diferencias, quien gane deberá gobernar para todos, trabajar por la unidad, escuchar la voz de la gente y valorar las buenas ideas vengan de donde vengan, como corresponde a un verdadero estadista.

 

Todo ello hace especialmente relevante la participación ciudadana en el acto electoral del próximo 17 de diciembre. El voto en esta segunda vuelta es decisivo y debe hacerse con reflexión y serenidad, sin dejarnos atemorizar por campañas del terror ni embaucar por promesas con letra chica, especialmente en los temas que más inquietan a las chilenas y chilenos.

 

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