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  La valiente y solitaria voz del Ministro de Hacienda

  Por Ximena Rincón, senadora por la Región del Maule

19 de marzo de 2010

El ministro de Hacienda, Felipe Larraín, no acababa de  afirmar que "no se ha descartado un alzaImagen tributaria" para financiar la reconstrucción nacional, y se desató la tormenta. Desde su  propio sector se alzaron voces estentóreas en contra. Yo, por el contrario, quiero valorar el coraje de la máxima autoridad económica  del país. Ella sabe bien que, como se lee en "Lo que el viento se llevó", "¡Muertes, impuestos y partos!, ¡No hay nunca un buen momento para ninguno de ellos!". Sin embargo dice que lo razonable es no cerrar ninguna posible vía de financiamiento. Tiene razón y habla con la verdad, por incómoda que ella sea. No soy ninguna ingenua y sé los formidables poderes que buscarán inmediatamente acallar esta prudente y valiente propuesta de  deliberación pública. Pero la palabra dicha ya vale y se la valora desde esta tribuna de una opositora.

 

Chile es un país que ha caminado en un franco desarrollo desde los últimos 20 años. Tal es así, que de los llamados países del tercer mundo o en vías de desarrollo, el nuestro es el único que está ad portas de alcanzar ese preciado anhelo de convertirse en un país desarrollado. 
 
Sin embargo, la catástrofe natural que ha vivido nuestro país el pasado 27 de febrero, ha traído como consecuencia que hoy somos un país muchísimo más pobre de lo que éramos hasta antes de esa fecha y con necesidades básicas que satisfacer para nuestra gente de manera urgente. En efecto, algunas fuentes señalan que nos costará alrededor de 30 mil millones de dólares reponer la infraestructura perdida por el terremoto

 

Parece obvio que ante la magnitud de la catástrofe, Chile deberá hacer un enorme esfuerzo privado, comunitario y fiscal para levantar sus regiones más afectadas.  El Ministro de Hacienda se lo ha pedido a los grandes conglomerados económicos. Otro punto a su favor. Sin embargo, el Presidente de la República ha reconocido que buena parte de este esfuerzo  vendrá del Estado. Recurrir al endeudamiento externo es una posibilidad, como lo es privatizar parte de empresas públicas estratégicas, pero eso comprometerá a las futuras generaciones de chilenos; otra es echar mano a nuestras reservas internacionales, pero tememos por su impacto en los equilibrios macroeconómicos; quienes piden reasignaciones del presupuesto saben que ellas son siempre marginales, pues un gran porcentaje de este es gasto inercial y otro está  destinado a la protección social, ¿Reduciremos las pensiones o la subvención escolar?; finalmente, aumentar las donaciones  de empresas a cambio de beneficios tributarios es regresivo y significa vestir un santo dejando desnudo a otro.

 

Nadie puede razonablemente pensar que superaremos la tragedia del 27 de febrero sin pagar por ello un alto precio. Ante esta situación, sin estridencias, el Ministro de Hacienda reunido con  los grandes empresarios, simplemente invoca dos nobles rasgos de nuestra historia patria, la del Bicentenario. Chile tiene, desde su nacimiento, una formidable voluntad de ser y una inquebrantable vocación de entendimiento. La más lejana y pobre de las colonias españolas, desde su fundación azotada por terremotos, maremotos, erupciones, guerras e incendios, siempre supo volverse a poner de pie y refundar un orden político pacífico.

 

Como representante de una de las zonas más afectadas por el terremoto invoco estas dos nobles tradiciones nacionales. Veo la tarea de reconstrucción nacional como una ratificación de nuestro patriotismo y acuerdo nacional. La veo como una gran oportunidad de repensar y reconstruir de buena manera nuestras ciudades, nuestra agricultura campesina, nuestros villorrios rurales, nuestro secano costero,  nuestros servicios básicos, nuestras viviendas, nuestras escuelas, nuestros hospitales, nuestras autopistas, nuestras catedrales. Eso es lo que hizo Pedro Aguirre Cerda en 1939 y le cambió la cara a Chile.

 

Tan importante es este reto que el economista Joseph Ramos, un ciudadano chileno por gracia especial, quien ha prestado importantes servicios a nuestro país, principalmente en actividades académicas, públicas y privadas y en el campo social, planteó, al ser consultado sobre los recursos necesarios para la reconstrucción que, para enfrentar esta tarea, lo principal es que la población que no fue afectada de manera grave por el sismo pueda colaborar, en la medida de sus posibilidades, a través de la carga tributaria, aumentando los impuestos en un 2 ó 3 %.

 

Nuestra actual carga impositiva es de las más bajas que existen en el mundo, por lo cual nos queda margen para aumentarla sin afectar las inversiones en el país.

 

Además, es un imperativo. Es palpable el daño y el dolor, pero a la vez evidente que éste es un desafío de todos los chilenos. Nadie puede quedar  fuera. Y a este desafío debemos colaborar todos sin excepción. Desafío que supone sacrificios de parte de quienes no sufrieron el horror del 27 de febrero. Ese día hubo sectores productivos enteros que en nada se vieron afectados y poderosas regiones que resultaron ilesas. Pues bien, si somos una sola nación, indisolublemente unida, debemos demostrarlo ahora. Debemos reafirmar que no hay chilenos de buena suerte, a los que no se les derrumbó la casa, y chilenas de mala suerte que se quedaron sin techo. Simplemente, hay chilenos y chilenas, hijos e hijas de una misma patria. 

 

En la elección presidencial pasada dijimos que la carga y estructura tributaria chilena eran injustas. No sirven plenamente para fomentar  el desarrollo social y el productivo. Pero, sobre todas las cosas, esa dolorosa imposición que son los tributos es en Chile un desaprovechado instrumento de justicia social. Parafraseando a San Agustín, quien los paga, pensando en la casa que se reconstruirá con esos fondos, debe saber que con ese gesto un pobre se hará un poco más  rico; y sin ese acto de justicia, un rico se hará más pobre.

 

Al Ministro de Hacienda le pedimos con humildad que no permita que se silencie su pequeña verdad: hay que atreverse a pensar en alzas de impuestos que, como la muerte y los partos, nunca son oportunos ni gratos,  pero pueden ser inevitables y necesarios para el Bien Común.

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