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ESTABLECIMIENTO DE SISTEMA DE GARANTÍAS DE DERECHOS DE LA NIÑEZ


El señor QUINTEROS.- Señor Presidente, hace unos días una niña, Greta Thunberg, interpelaba al mundo con frases duras y conmovedoras.
"Todo está tan mal"; "Nos están fallando"; "Si eligen fallarnos, nunca les perdonaremos"; "Me han robado mis sueños y mi infancia", fueron algunas de sus expresiones.
Esas palabras se pronunciaron en el marco de una cumbre sobre el cambio climático.
Sin embargo, tales expresiones las podrían haber señalado también un niño del Sename, un "nini", un soldado de las bandas de la periferia o un niño migrante al que se le niega la entrada al país ante la demanda de una nueva oportunidad. Y no solo los menores vulnerables, como acostumbramos a llamar ahora a los niños pobres, sino también los que viven en un hogar con todas las comodidades; los que pasan todo el día frente a una pantalla mientras sus padres trabajan en extensas jornadas, o aquel menor que vive en un hogar donde se abusa de la droga o el alcohol.
En verdad, muchos niños en el mundo, quizás con razones aún más poderosas que las de la niña sueca, podrían proferir esas palabras a propósito de sus sueños trizados o de la cruda realidad que les toca vivir.
Justamente de esto se trata este proyecto de ley: de realidades diversas, de amenazas múltiples, de desigualdades brutales que afectan a los niños y niñas y que nos apelan a reaccionar con urgencia como sociedad.
La paradoja de los tiempos que vivimos es que estas cuestiones nos las planteamos precisamente porque esos mismos niños cuentan, como nunca antes en la historia, con más acceso a bienes y servicios.
¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué esta desazón, que no es solo de Chile, sino que se plantea a nivel global?
Me pregunto si de verdad el cambio climático es la verdadera amenaza o más bien lo es la propia sociedad que estamos construyendo.
El tema de fondo es qué ofrece esta sociedad a los niños.
Antes las familias y la sociedad les definían a todos los niños metas más o menos compartidas: se trataba de que, a través de la educación, progresaran; obtuvieran un buen trabajo; ascendieran socialmente, y formaran su propia familia.
Pero los niños de hoy se cuestionan estas metas: "¿Educación? Es anticuada, no es pertinente"; "¿Trabajo? Prefiero emprender"; "¿Familia, hijos? Por ningún motivo".
Nunca la sociedad había puesto a disposición de los niños y jóvenes tantos recursos, y jamás probablemente existió escepticismo o confusión en los propósitos de vida.
Es extraño: mientras más educación se ofrece, resulta menos valorada; mientras más acceso a la salud existe, más crece el abuso de drogas o de sustancias que llevan a la autodestrucción.
Ciertamente, las respuestas son variadas. Algunos las buscarán en la filosofía, la antropología o la religión.
No se define esa respuesta en una iniciativa de ley. Pero, sin duda, la legislación debe basarse en una idea general, un proyecto, y eso creo que está pendiente.
Insisto: no es tarea exclusiva del Congreso. Sin embargo, sería útil que hubiera alguna contribución de nuestra parte; que esta visión o reflexión estuviera presente cada vez que resolvemos con relación a otras iniciativas a través de las cuales vamos construyendo la sociedad de hoy y del mañana.
Porque todos los proyectos influyen en la vida actual de los niños o en sus expectativas de futuro. Desde luego, cuando legislamos sobre educación; cuando queremos dar más solidaridad a la salud.
Cuando legislamos acerca de las 40 horas, ¿no es esa una iniciativa sobre el derecho de los niños a contar con más tiempo junto a sus padres?
Cuando legislamos sobre glaciares o biodiversidad, ¿no se afecta el derecho a la vida de los niños, que serán los adultos de un mundo con menos agua y menos diversidad?
¡Qué decir cuando legislamos respecto de la vivienda o de la ciudad!
Incluso cuando legislamos en materia de probidad, en verdad, estamos apuntando a recuperar, más que la confianza de los ciudadanos de hoy, la de los ciudadanos de mañana, que son los niños de hoy.
Por momentos este pareciera ser un proyecto meramente declarativo, lleno de generalidades y obviedades, como que los niños deben ser respetados. Pero tiene sentido si acaso esos derechos y principios son recogidos en cada una de las iniciativas que aprobamos; si tenemos en cuenta el efecto de cada ley en el presente y en el futuro de los niños y niñas.
Por eso creo que se trata de una ley marco, no solo para la acción de los tribunales de familia o de los nuevos servicios que se crean a partir del Sename: también debe incidir sobre otros proyectos, de energía o de matrimonio igualitario, o de medio ambiente o de seguridad.
¡No es coherente que después de despachar este proyecto estemos aprobando una iniciativa para ampliar el control de identidad!
Señor Presidente, la ley en proyecto establece los derechos de los niños de hoy, que serán los derechos de los ciudadanos de mañana. De alguna manera, este catálogo es el borrador de una futura constitución. Si logramos hacerlos realidad, entonces la sociedad será mejor.
Como se ha dicho muchas veces, la calidad de una sociedad se mide por cómo se trata a sus niños y a sus ancianos.
Las palabras de Greta pudieron haber sido pronunciadas por cualquier niño, del mundo desarrollado o subdesarrollado, y no se refieren solo a la amenaza climática. La principal amenaza es la propia sociedad que estamos construyendo. Es la pobreza, el consumismo, la violencia, la droga, el individualismo, hasta la sociedad ultratecnologizada, que mantiene secuestradas a las personas. Las redes no sirven solo para comunicar o cooperar, sino también para atrapar y cazar.
El catálogo de derechos de los niños tendrá pleno sentido si existe más claridad sobre los desafíos que enfrentamos. Ayudaría a eso escuchar un poco más lo que ellos tienen que decirnos al respecto.
He dicho.