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OCTOGÉSIMO ANIVERSARIO DE ARRIBO DE BUQUE WINNIPEG A CHILE. HOMENAJE Y ENTREGA DE DISTINCIONES


El señor GUZMÁN (Secretario General).- A continuación, conforme a los acuerdos de la Comisión de Régimen Interior, se llevará a cabo el homenaje a los ochenta años del arribo a Valparaíso del buque Winnipeg.
--(Aplausos en la Sala y en tribunas).
A continuación, se dirige a los presentes el Honorable Senador señor Jaime Quintana Leal, Presidente del Senado.


El señor QUINTANA (Presidente).- Señora Dolores Delgado García, Ministra de Justicia de España; señor Teodoro Ribera Neumann, Ministro de Relaciones Exteriores de Chile; señora Consuelo Valdés Chadwick, Ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile; Excelentísimo Embajador de España en Chile, señor Enrique Ojeda Vila; señor Antonio Gutiérrez, Presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores de España; señor Rafael Garranzo, Director General de Iberoamérica; señor José Tomás Vicuña, Director Nacional del Servicio Jesuita a Migrantes; Excelentísimo Embajador señor Mariano Fontecilla de Santiago Concha, y distinguidos familiares y amigos de españoles residentes en Chile que arribaron a nuestro país a bordo del Winnipeg hace ochenta años.
Señor Vicepresidente; Honorable Senado:
En primer lugar, quiero agradecer la presencia en nuestro país y en esta Sala de una destacada representación del Gobierno y del Senado de España, que encabeza la Ministra de Justicia, doña Dolores Delgado, quien además es Diputada de las Cortes Generales, y el Senador don Antonio Gutiérrez Limones, Presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores.
¡Sean ustedes, una vez más, muy bienvenidos a nuestra Corporación!
Su sola presencia demuestra la importancia que asignan a esta señalada fecha vuestro Gobierno y vuestra Cámara de representación territorial.
Es una tradición republicana de nuestro país que la Sala del Senado detenga por un momento sus labores habituales para rendir homenaje a personas o para conmemorar episodios que de alguna manera han generado una impronta sobre el devenir de los asuntos públicos de la nación.
Ese es el caso de la conmemoración del octogésimo aniversario del arribo del Winnipeg, conocido como la "nave de la esperanza", que trajo hasta este puerto de Valparaíso a más de 2.200 hombres y mujeres españoles, a quienes nuestro país otorgó materialmente el estatus de refugiados políticos.
Queremos esta tarde destacar el hecho de que, si bien Chile ya acumulaba una experiencia de refugio y asilo, que se había manifestado en la recepción y protección de muchas figuras políticas, especialmente sudamericanas, desde los albores de la República, no sería sino a partir del Winnipeg que se asienta una tradición de refugio, incluso masivo, a personas desplazadas por un conflicto internacional. De esta manera, la recepción de los refugiados españoles cambió la política exterior y la práctica diplomática chilena, haciendo carne el verso de nuestro himno nacional que proclama que Chile es un país de "asilo contra la opresión".
Como probablemente es de conocimiento de todos ustedes, correspondió a nuestro poeta y posterior Senador, Pablo Neruda, liderar en Europa la misión de embarcar a los cientos de familias que viajarían al país. Fue una tarea ardua y muchas veces incomprendida. Debió lidiar con toda clase de dificultades burocráticas y económicas, como también con los recelos que su nombre provocaba (más en Chile que en el extranjero). Su experiencia como cónsul en Barcelona y Madrid, y su fama como poeta mayor, que era conocida en Europa, le permitieron operar con rapidez y audacia. Su principal impulso era generar una partida rápida, pues en el verano septentrional del año 39 la situación de las familias de republicanos que huían de España, principalmente hacia Francia, era insostenible.
La escritora chilena Isabel Allende en su última novela, Largo pétalo de mar, inspirada justamente en el dolor que causó la Guerra Civil Española y la esperanza que generó el Winnipeg en miles de personas, narra, con su pluma inconfundible, el duro camino al exilio: "Ese día a finales de enero en Barcelona," -escribe Allende- "cuando comenzó el éxodo que llamarían la Retirada, amaneció tan frío que el agua se congelaba en las cañerías, los vehículos y los animales se quedaban pegados en el hielo, y el cielo, encapotado de nubes negras, estaba de duelo profundo. Fue uno de los inviernos más crudos en la memoria colectiva. Las tropas franquistas bajaban por el Tibidabo y el pánico se apoderó de la población. Cientos de prisioneros del Ejército nacional fueron arrancados de sus celdas y ejecutados a última hora. Soldados, muchos de ellos heridos, emprendieron la marcha hacia la frontera con Francia detrás de miles y miles de civiles, familias enteras, abuelos, madres, niños, infantes de pecho, cada uno con lo que podía llevar consigo, algunos en buses o camiones, otros en bicicleta, en carretones, a caballo o en mula, la gran mayoría a pie arrastrando sus pertenencias en sacos, una lamentable procesión de desesperados. Atrás quedaban las casas cerradas y los objetos queridos. Las mascotas seguían a sus amos durante un trecho, pero pronto se perdían en la vorágine de la Retirada y quedaban rezagadas.".
Uno de los refugiados que llegó en el Winnipeg, el dramaturgo José Ricardo Morales, relataría que estuvo meses en un campo de concentración en una playa, con decenas de miles de personas más, soportando las inclemencias del tiempo y pasando hambre. Un pan negro cada veinticinco personas y una cazuela de agua al día era todo lo que recibían, estándoles vedado salir de los recintos rodeados de empalizadas y alambrados. No había atención sanitaria para los enfermos y heridos en el combate. La mortandad de los niños y ancianos más débiles era inmensa y las enfermedades comenzaban a diezmar severamente a quienes habían llegado en búsqueda de auxilio para salvar sus vidas.
Neruda consiguió un aliado que pocas veces es nombrado en las crónicas sobre esta gesta y que me ha parecido de toda justicia mencionar esta tarde: se trata de la Iglesia cuáquera norteamericana, que nosotros asociamos a la imagen de las comunidades amish. Ellos, sin que fueran recurridos por nadie, de manera silenciosa, casi anónima, se ofrecieron a cubrir el costo de la mitad del pasaje de cada refugiado. Algo parecido hicieron en Chile, aportando al Comité Pro Paz en las postrimerías del golpe de Estado.
¿Por qué miembros de una rama tan conservadora de las iglesias protestantes realizarían tal gesto? Por la sencilla razón de que, históricamente, descienden de los primeros colonos ingleses que debieron huir a la costa norteamericana y colonizaron los Estados Unidos al ser perseguidos por la Iglesia reformada de Enrique VIII. Desde ese tiempo apoyan generosamente a todos quienes deben salir por cuestiones de conciencia de sus países de origen.
Esta tarde, queremos recordar a los refugiados que llegaron en el Winnipeg poniendo en valor, una vez más, el enorme aporte que ellos realizaron para el progreso de nuestro país. La tasa de quienes reemigraron a terceros países o retornaron a España, incluso tras el advenimiento de la democracia, es muy menor. Decidieron asentarse aquí, fundar sus familias, emprender, muchos de ellos en el ámbito comercial, industrial, artístico, intelectual, cultural.
Ayer, en Santiago, reconocíamos a Roser Bru, artista visual, Premio Nacional de Arte 2005; a don Juan Cueto Sierra, que se destacó como empresario, cuyo padre, un político liberal, murió fusilado durante la Guerra Civil; y al doctor Victorino Farga, eminente médico y fundador de la especialidad broncopulmonar en Chile, quien fue suegro de nuestro estimado colega Alejandro Guillier.
Pero son muchos los que como ellos han realizado aportes que han sido decisivos.
José Balmes, Premio Nacional de Arte en 1999; el editor Arturo Soria y el diseñador Mauricio Amster, quienes, junto con el dramaturgo y crítico José Ricardo Morales, fundaron la editorial Cruz del Sur, a través de la cual se pudo recibir el influjo de las letras hispánicas, pero también comenzar a conocer la obra de autores tan relevantes para nuestro país como Manuel Rojas, Mariano Latorre, Vicente Huidobro o José Santos González Vera; la actriz Margarita Xirgú, quien de paso por nuestro país renovaría el teatro académico nacional.
En el ámbito del Derecho, esta Región es testigo de la obra del penalista Manuel de Rivacoba y Rivacoba, discípulo y compañero del gran constitucionalista del 31 don Luis Jiménez de Azúa, que desde su exilio en Argentina fundaría una escuela crítica a la criminología y crearía las bases de las nuevas ciencias penales iberoamericanas. Y también cabe mencionar al destacado historiador Leopoldo Castedo.
Así, la lista suma y sigue, y por respeto a ustedes no me atrevo a continuar, aunque pueden obtener mayores detalles en la exposición que al efecto ha montado nuestra Biblioteca del Congreso Nacional, que esperamos hacer itinerante por todo el país durante el próximo año.
Honorables Senadores y Senadoras, queridos invitados especiales:
Decía, hace un momento, que hemos querido, con estas ceremonias, testimoniar el aprecio que tenemos por el aporte del refugio español, pero también resaltar la importancia que el caso Winnipeg tiene para la política exterior y la práctica diplomática chilena en materia de asilo y refugio. Esto es especialmente relevante en este tiempo, en que las migraciones internacionales forman parte de la agenda de los asuntos públicos en prácticamente todos los países del mundo, y también en el nuestro, con especial sensibilidad, pues siendo una nación pequeña en población hemos recibido casi un millón de personas migrantes en el último lustro.
Es por esta razón que hemos considerado oportuno proponer a la Comisión de Régimen Interior de la Corporación otorgar excepcionalmente este año una medalla y un diploma "Winnipeg-Senado de la República" a una institución que se haya destacado por proteger y promover el respeto de los derechos humanos de las personas migrantes, refugiados políticos y desplazados por conflictos internos en sus países de origen o por conflictos internacionales. Ese reconocimiento, como se ha anunciado ya formalmente, ha recaído en el Servicio Jesuita a Migrantes, cuyo Director Nacional, don José Tomás Vicuña, se encuentra presente en este Hemiciclo.
--(Aplausos en la Sala y en tribunas).
Quiero terminar esta intervención con una reflexión personal sobre el significado profundo que tuvo la Guerra Civil Española para la historia política e institucional de Chile. Paul Preston, el gran historiador británico y uno de los hispanistas más prominentes del mundo, ha señalado que una de las causas basales de la Guerra Civil en España fue la creciente distancia que se produjo en las primeras décadas del siglo XX entre la estructura de la sociedad, la economía española y sus instituciones políticas. La Guerra en España se da en el contexto de una crisis generalizada de la democracia parlamentaria en Europa, de una crisis de representación, que ya había sufrido antes la República de Weimar en Alemania, y de la crisis financiera global tras la caída de la bolsa de valores de Nueva York en el año 1929. Todo eso fue acelerado por la emergencia de ideologías totalitarias que comienzan a ver en España un teatro de operaciones para su enfrentamiento.
Crisis de la función representativa, crisis financiera global, emergencia del totalitarismo y radicalización de los discursos. Transcurridos más de 80 años, todos estos conceptos nos parecen hoy en día tan cercanos, cuando no casi cotidianos. Hoy vivimos una crisis global de la democracia. Emergen nuevos nacionalismos; reaparece el proteccionismo en el comercio internacional; sufrimos una crisis medioambiental planetaria, agudizada por un feroz cambio climático; hacemos frente a nuevas formas de terrorismo, basadas en religiones con miradas totalizantes de la vida social; la globalización acelera los procesos migratorios y, frente a eso, se responde con xenofobia y aporofobia, como denuncia la filósofa española Adela Cortina.
Queridos colegas e invitados:
Que esta conmemoración nos sirva, en consecuencia, también para reflexionar sobre estas materias, pues la democracia y los Estados de Derecho enfrentan cada día amenazas que hace una década habríamos creído impensables. La historia de España, y también nuestra propia historia política nacional, nos enseñan cómo es posible que en pocos años, muy pocos años, pasemos a caminar al borde del abismo. Y, como siempre ha sucedido en la historia de la humanidad, quienes más sufren con la eclosión de los conflictos son las personas y los colectivos más vulnerables. Reencontrarnos con nuestra historia, poner en valor la memoria histórica, confiamos que sirva de antídoto para impedir que lo peor de nuestro pasado vuelva a repetirse.
Muchas gracias.
--(Aplausos en la Sala y en tribunas).
El señor QUINTANA (Presidente).- A continuación hace uso de la palabra, en representación del Comité Renovación Nacional, el Senador Francisco Chahuán.


El señor CHAHUÁN.- Señora Dolores Delgado García, Ministra de Justicia de España; señora Consuelo Valdés Chadwick, Ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile; Excelentísimo Embajador de España en Chile, señor Enrique Ojeda Vila; señor Teodoro Ribera, Ministro de Relaciones Exteriores de nuestro país; señor Antonio Gutiérrez, Presidente de la Comisión de Asuntos Extranjeros de España; señor Rafael Garranzo, Director General de Iberoamérica; señor José Tomás Vicuña, Director Nacional del Servicio Jesuita a Migrantes;Excelentísimo Embajador señor Mariano Fontecilla de Santiago Concha, y distinguidos familiares y amigos de españoles residentes en Chile que arribaron a nuestro país a bordo del Winnipeg, hace 80 años.
"Me gustó desde un comienzo la palabra Winnipeg. Las palabras tienen alas o no las tienen. La palabra Winnipeg es alada. La vi volar por primera vez en un atracadero de vapores con esa dignidad que dan siete mares a lo largo del tiempo".
Así se refería Pablo Neruda al Winnipeg.
Hoy celebramos ochenta años desde el día en que el buque de pasajeros Winnipeg, de bandera española, recaló en este puerto de Valparaíso con los 2.365 refugiados que habían zarpado el 4 de agosto de 1939, desde el puerto fluvial francés de Pauillac, huyendo del régimen franquista.
Gobernaba a la sazón el Presidente Pedro Aguirre Cerda, quien conjuntamente con el entonces cónsul de Chile en Barcelona, Pablo Neruda, posteriormente Senador de la República, comprometió los esfuerzos del Estado para apoyar y financiar el traslado a nuestro territorio de refugiados españoles, con lo que reafirmó su solidaridad hacia el pueblo español.
Fue así como nuestro recordado poeta seleccionó a las personas que estimaba debían formar parte de esa misión humanitaria, y a todos ellos les entregó el siguiente mensaje: "Nuestro país os recibe con cordial acogida. Vuestro heroísmo y vuestra tragedia han conmovido a nuestro pueblo. Pero tenéis ante vosotros solo una perspectiva de labor, que puede ser fecunda, para bien de vuestra nueva patria, amparada por su Gobierno de base popular".
El 30 de agosto de ese año, después de una extensa travesía, el buque recaló en el puerto de Arica, donde desembarcaron veinticuatro pasajeros, la mayoría de ellos pescadores que aportaron con su oficio a la pesca de alta mar, que habían desarrollado en puertos españoles.
Finalmente, a las ocho y media de la mañana del domingo 3 de septiembre desembarcaron los pasajeros restantes: seiscientos se quedaron en Valparaíso y mil quinientos abordaron un tren con destino a Santiago. Estaban sorprendidos por el recibimiento que tuvieron en este puerto, que se encontraba atestado por una gran cantidad de personas y bandas de música. Además, el tren con destino a Santiago tuvo que parar en forma reiterada durante su viaje debido a que durante el trayecto se iba encontrando con chilenos que querían darles la bienvenida a aquellos que llegaban a Chile con toda esperanza.
Fueron recibidos de noche en la Capital por un comité de acogida designado por el Jefe de Estado y diversas organizaciones republicanas españolas, proporcionándoseles alojamiento provisional en diversos lugares.
Entre los pasajeros que subieron al Winnipeg estaba representado todo el espectro ideológico y regional español de ideas republicanas y de diversas colectividades políticas contrarias al régimen franquista.
De los representantes de los diversos territorios hispanos hubo catalanes, vascos, andaluces, gallegos, valencianos y madrileños. Asimismo, había gente de todas las profesiones y oficios: profesores, intelectuales, artistas, campesinos, pescadores, agricultores, mineros y un largo etcétera; como también personas de todas las edades, entre ellas, cuarenta lactantes.
Todos los inmigrantes españoles constituyeron un vital aporte para el país, en todos sus ámbitos. Tres de esos inmigrantes y un descendiente de aquellos fueron galardonados con el Premio Nacional en distintas áreas: el gran José Balmes y Roser Bru en Arte, Leopoldo Castedo en Historia y el astrónomo José Maza en Ciencias.
Ayer tuvimos la ocasión de participar en la ceremonia en que el Gobierno español le entregó a Roser Bru una condecoración justamente por todo su aporte a las Artes Visuales.
Quiero hacer una mención especial para el escritor Modesto Parera, quien mantuvo durante muchos años una importante librería en nuestro puerto de Valparaíso, la cual lamentablemente cerró tras su muerte.
Por estos motivos, la bancada de Senadores de Renovación Nacional adhiere entusiastamente a este merecido homenaje a los pasajeros de aquel paquebote francés en el cual se materializó la misión humanitaria más importante de nuestro país en favor de inmigrantes, no la única, gracias a la decisión que adoptara con gran altura de miras el Presidente Pedro Aguirre Cerda y que permitió que miles de refugiados españoles se arraigaran en nuestro país, contribuyendo a su desarrollo y prosperidad, por lo cual sus descendientes no pueden sino sentir un legítimo orgullo por sus antepasados.
¿Por qué realizamos un homenaje al conmemorarse ochenta años de la llegada del Winnipeg? Porque hoy más que nunca es necesario que los países construyan memoria para que nunca más se requiera una labor humanitaria como la que encabezaron Pablo Neruda y el Presidente Pedro Aguirre Cerda.
Nuestro país se ha consolidado como "un asilo contra la opresión".
No solamente tuvimos la ocasión de recibir refugiados en aquel entonces; también lo hemos hecho en otros momentos, por ejemplo, con los refugiados palestinos que se encontraban en la frontera norte de Irak. Eso habla de la permanente disposición que ha tenido Chile en esta materia.
Hace un tiempo colaboramos, a través de un proyecto de ley de nuestra autoría, para poder conmemorar el Día del Refugiado en nuestro país. Y eso en medio del debate que estamos dando respecto de la nueva ley de migraciones.
Es absolutamente necesario que Chile se mantenga siempre como un asilo contra la opresión. Y, asimismo, que los países construyan esa memoria histórica.
Los países que no tienen memoria están condenados a repetir su historia. Por eso es tan importante ser capaces de reconocer el esfuerzo que han realizado tantos y tantas para lograr finalmente que estos hechos queden escritos en piedra en nuestra historia.
Muchas gracias.
--(Aplausos en la Sala y en tribunas).
El señor QUINTANA (Presidente).- Gracias, Senador Francisco Chahuán.
En el tiempo de la Democracia Cristiana, tiene la palabra la Senadora Ximena Rincón.


La señora RINCÓN.- Permítanme y excúsenme las autoridades, pero parto por saludar a los familiares y amigos de España residentes en Chile que arribaron a nuestro territorio a bordo del Winnipeg hace ochenta años.
Señora Dolores Delgado García, Ministra de Justicia de España; señora Consuelo Valdés Chadwick, Ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de nuestro país; señor Teodoro Ribera Neumann, Ministro de Relaciones Exteriores; Excelentísimo Embajador de España en Chile, señor Enrique Ojeda Vila; señor Antonio Gutiérrez Limones, Presidente de la Comisión de Asuntos Extranjeros de España; señor Rafael Garranzo, Director General de Iberoamérica; señor José Tomás Vicuña, Director Nacional del Servicio Jesuita a Migrantes; Excelentísimo Embajador señor Mariano Fontecilla de Santiago Concha; señores Presidente y Vicepresidente de este Honorable Senado; todas y todos mis colegas.
Hoy es un día especial para España y para nuestro país. Hoy se cumplen ochenta años de la llegada a Valparaíso de más de dos mil trescientos exiliados republicanos españoles migrantes, a bordo del buque Winnipeg, quienes arribaron al puerto un 2 de septiembre de 1939 y descendieron a tierra la mañana del 3.
"Momento estelar de la humanidad", como señala Stefan Zweig, que nos hace recordar un valor fundamental: el respeto a los derechos humanos. En este caso, el valor del respeto a los migrantes que, tal como reza nuestra política exterior, posee un importante componente de vocación de paz.
Este es un elemento fundamental cuando se trata de respetar la vida, las relaciones internacionales y el desafío migratorio, el cual ha generado en la actualidad un gran debate en el marco del surgimiento de los populistas nacionalistas, que predican el odio contra el migrante.
Por sobre todo, lo más maravilloso de esta empresa denominada "Winnipeg", o como la llamaba Neruda, "su más bello poema", es que frente a la oposición que tuvo el Presidente Pedro Aguirre Cerda, se impusieron la nobleza de su Canciller, Ortega Aguayo, quien no estuvo dispuesto a tolerarla, y la convicción de Neruda que lo hizo perseverar. Ello le dio al Presidente de la República el blindaje necesario para no ceder a las presiones de quienes en Chile eran más conservadores y no querían en sus tierras a los republicanos que estaban siendo expulsados de su propia patria.
Por lo mismo, es muy relevante recordar la frase de nuestro Premio Nobel de Literatura Pablo Neruda, gran gestor de la llegada del Winnipeg a este bello puerto, Patrimonio de la Humanidad, quien señalaba que "la tierra es tierra en todas partes, pero la patria es la libertad".
¿Cuántos hermanos latinoamericanos hoy están siendo cobijados en Chile? ¿Cuántos migran de su patria, pues ella se encuentra en una situación de fragilidad e inseguridad tal que vulnera sus derechos humanos al no ser capaz de garantizarles la vida o el sustento económico básico, y son asilados por nuestro país para construir su propia patria?
Esa libertad permitió alcanzar la paz interior para muchas familias que sufrieron los horrores de la España en la Guerra Civil y tocar la vida en el caso de Agnes y Andrés, dos bebés que nacieron en el gran barco de los exiliados: Andrés, de origen catalán, y Agnes, de origen vasco.
Agnes y Andrés son hijos del Winnipeg, buque que -como hemos dicho- en 1939, tras la Guerra Civil, llevó a no menos de 2.365 españoles desde Francia a Chile, el mayor contingente de pasajeros en la historia del exilio español.
Al evocar tan maravillosa historia, quiero citar las palabras de José Balmes, quien dijo: "Nunca jamás, ni siquiera al final de mi vida voy a hacer lo suficiente por agradecer el hecho de estar en este país y de ser ciudadano chileno, gracias justamente a Pablo Neruda. Como alguien dijo alguna vez, `las deudas de amor no se terminan de pagar nunca', y esta es una gran deuda que yo tengo con él todavía".
Este hito de la historia de la humanidad constituye el inicio de un camino por el cual es fundamental luchar siempre sin ningún asomo de duda: la dignidad humana y el derecho a migrar.
Es una mirada que, según el español Manuel Castells, en su libro La Reconceptualización del Desarrollo en la Era Global de la Información, activa "el deseo de la solidaridad" por sobre la "agresividad individualista".
Son valores comunes que unen al mundo y que deben relevarse al máximo y hasta el límite, porque la dignidad humana y los derechos de mujeres, de hombres, de abuelos y abuelas, de niños y niñas forman un patrimonio que Chile y España sembraron y que han vivido de manera recíproca durante la historia de ambas naciones; pero que deben cosechar en las buenas y en las malas, porque la migración es un derecho fundamental que se debe hacer respetar, lo que no obsta a que ello lo hagamos siempre de la mejor manera para garantizar a todos, al migrante y al que lo cobija, el acceso a los bienes públicos y las seguridades en todas sus formas.
En ese plano, y en nombre de mi bancada, la de los Senadores de la Democracia Cristiana, destaco la proeza Winnipeg y emplazo a todos los sectores políticos representados en nuestro Congreso Nacional y fuera de él a trabajar por los migrantes y los nacionales, para que todos y cada uno nos sintamos amparados, protegidos y promovidos, pues la migración bien hecha les hace bien a las naciones, al mundo y, por cierto, a nuestra patria.
Y perdonen la referencia personal a mis abuelos. Soy nieta de tres migrantes. Mis abuelos paternos y mi abuelo materno son migrantes españoles: Adolfo Rincón de la Cruz, Isaías González Gómez, ambos castellanos, y Dolores Iglesias Agromayor, gallega. Todos ellos llegaron de distintas maneras y en otros barcos a Chile, arrancando del hambre y la guerra, y fueron cobijados en nuestra patria: mis abuelos paternos acá, en Valparaíso, donde se conocieron y casaron y donde nació mi padre; y mi abuelo materno en Talca, donde conoció a mi abuela sanjavierina.
Soy nieta de la migración, y agradezco que mi patria haya sido, como decía Neruda, la libertad de mis abuelos. Ellos nunca dejaron de amar a España; transmitieron su amor a sus hijos, y estos, nuestros padres, a nosotros. En nuestra mesa más de una copla, una tortilla de patatas y un paso doble amenizaron las reuniones familiares. Y yo les he tratado de transmitir también ese amor a mis hijos.
Hoy este Parlamento evoca la gesta humanitaria y de sentido sublime al recordar los ochenta años de una historia coronada por la vida, la esperanza; la migración que colmó a nuestra patria de talento en todas sus expresiones, donde Agnes y Andrés nos muestran dos historias de migrantes que con trabajo y esfuerzo se abrieron paso en Chile y que recobraron aquí los derechos que sus padres habían perdido. Dos almas que compartieron el milagro de sobrevivir en el vientre de sus madres mientras cruzaban los Pirineos y también mientras estuvieron internadas en campos de concentración franceses; y en el barco compartieron, asimismo, el milagro de nacer en condiciones más que precarias, en una habitación tan grande como dos sillones de esta Sala, en que solo había tres jeringuillas y algunos instrumentos de cura.
Neruda, siempre Neruda, profundo y sabio: "la tierra es tierra en todas partes, pero la patria es la libertad". Sí: tras ocho décadas es importante mirar al futuro a través de los ojos del corazón.
Por lo mismo, hay que ser enfáticos en señalar que los migrantes no son cifras o problemas. Los migrantes son familias, seres humanos, niñas y niños. Y prueba de ello es el Winnipeg, ya que traía agricultores, pescadores, metalúrgicos, albañiles, panaderos, trabajadores textiles (como mis abuelos), estudiantes, bebés, técnicos, poetas e intelectuales como José Balmes, destacado pintor; o Leopoldo Castedo, el historiador; o Roser Bru, nuestra pintora, a quien ayer destacaba el Presidente del Senado.
Hoy, más que nunca, en las tribulaciones de Chile y el mundo, termino citando a nuestro poeta parralino, Neruda, quien un 4 de agosto de 1939 dijera: "Que la crítica borre toda mi poseía, si le parece. Pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie".
¡Esa es la historia, y la historia desafía el presente!
Colegas, invitados, que la crítica borre todas nuestras acciones, si le parece. Pero no podrá borrar nunca las buenas decisiones. Y yo espero que este Parlamento esté lleno de buenas decisiones que desafíen al futuro.
Muchas gracias.
--(Aplausos en la Sala y en tribunas).
El señor QUINTANA (Presidente).- En el tiempo del Partido Por la Democracia, tiene la palabra el Senador Ricardo Lagos Weber.


El señor LAGOS.- Muy buenas tardes.
Quiero saludar, en primer lugar, a los refugiados presentes y a sus familias, así como a los descendientes de todos aquellos que arribaron a Chile en el Winnipeg, en septiembre de 1939.
Asimismo, deseo saludar a la señora Dolores Delgado García, Ministra de Justicia de España; al señor Teodoro Ribera, Ministro de Relaciones Exteriores de Chile; a la señora Consuelo Valdés, Ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile; al Excelentísimo Embajador de España en Chile, señor Enrique Ojeda; al señor Antonio Gutiérrez, Presidente de la Comisión de Asuntos Extranjeros de España; al señor Rafael Garranzo, Director General de Iberoamérica; al señor José Tomás Vicuña, Director Nacional del Servicio Jesuita a Migrantes, y al Excelentísimo Embajador señor Mariano Fontecilla de Santiago Concha.
La vigencia que cobra hoy la llegada del Winnipeg a nuestro país hace que reflexionemos sobre el tema de las migraciones. Su misión, que era traer a más de 2.200 personas que huían de la Guerra Civil Española, en cierta forma nos trae al presente más que al pasado, y lleva a preguntarnos cuál es nuestro rol como país a la hora de acoger a seres humanos que deben dejar su tierra, perder sus familias y formas de vida producto de la violencia o la intolerancia que viven en sus naciones de origen.
Esa navegación, que duró cerca de treinta días y que recaló primero en Arica y luego en Valparaíso, no estuvo exenta de ninguno de los fantasmas que hoy vemos en nuestra sociedad cuando hablamos de migración. De hecho, en nuestro país hubo dudas respecto de la conveniencia y de los efectos que podría traer la recalada del Winnipeg en Chile, aun cuando se conversaba sobre ese proceso.
Fue ahí donde la figura de nuestro Pablo Neruda surge con fuerza, quien busca apoyo de otras naciones e instituciones para lograr que nuestro país reciba a esos pasajeros desterrados y les permita desarrollarse y ser un aporte.
Hoy miramos el pasado y vemos que se realizó una gran gesta. Con todo, la realidad de entonces no era tan brillante. Los sectores más conservadores de nuestra nación se opusieron principalmente por razones ideológicas: "Se vienen los rojos".
La voluntad, sin embargo, y la coherencia política del Presidente de entonces, don Pedro Aguirre Cerda, se hicieron presentes y se impusieron.
Ayer vimos el aporte que desde la cultura se efectuó a nuestro país, y la simbolizamos en Roser Bru. Pero ella no es la única. También llegaron personas dedicadas a distintos oficios que Neruda definió como "labriegos, carpinteros, pescadores, torneros, maquinistas, alfareros y curtidores".
Quiero destacar y recordar el aporte a nuestro Valparaíso de Paco Molina, nacionalizado chileno, goleador de la selección nacional y de Santiago Wanderers. Tenía nueve años, y junto a sus padres y hermanos debió huir del pequeño pueblo de Suria, en Cataluña. Llegó a Valparaíso con los suyos, se instaló en el cerro Mariposas y lo matricularon en la Escuela Pública N° 4.
Con todo, el gran mensaje del Winnipeg es que el mundo es uno solo; que todos somos habitantes de esta tierra, y que estamos para apoyarnos entre nosotros.
Esto no solo es voluntad política.
Ochenta años después vemos que la migración es un tema que domina nuestra agenda; y eso le da un significado muy especial a esta nueva conmemoración, en un mundo de amenazas totalitarias y populismos. El evocar la solidaridad, la libertad y la democracia nos abre la puerta a seguir construyendo una memoria colectiva de conquistas humanitarias.
Por eso, hoy quiero valorar...
--(Aplausos en la Sala y en tribunas).
... la gesta inédita de la política y de la diplomacia chilena. Producto del afán humanitario de la política exterior, se jugó un rol preponderante a nivel internacional, haciendo respetar el derecho de asilo no solo en los difíciles días de la Guerra Civil Española, sino también posteriormente, al momento de ser solidarios con quienes lo necesitaban en nuestra propia tierra.
Hoy, nuevamente, nuestra nación se ha transformado en un espacio donde se recibe a los migrantes. Es así que acogemos a cientos de ciudadanos latinoamericanos que deben huir de sus países producto de la violencia, la situación económica o la persecución política.
Cuando llegaron los ciudadanos de España en el Winnipeg se les entregó un libro titulado Chile os acoge.
Hoy me pregunto si les podemos decir eso a los migrantes que arriban a las fronteras de nuestro país.
Creo que todos debemos hacer un esfuerzo mayor por buscar esa integración y asumir que nuestra sociedad va a cambiar; que vamos a tener nuevos ciudadanos, nuevas familias multiculturales y multirraciales, tal cual lo hicieron quienes llegaron de España huyendo de la guerra y que a poco andar comenzaron a formar familias con personas de nuestra nación.
El viaje del Winnipeg también nos conmueve por otra cosa: porque nos hace recordar cuando miles de chilenos fueron desplazados, ya sea al exilio o a la relegación, haciéndoles perder lo más significativo que todo ser humano tiene: el apego a su terruño, a sus costumbres, a su gente, a poder vivir y recorrer de manera libre su país. Eso que hoy vemos como algo tan habitual, como una conquista permanente, es un dolor que muchos de nuestros compatriotas siguen teniendo, porque el dolor de ser desterrado de su tierra o de haberla tenido que abandonar es algo que los acompañará siempre.
Hoy vemos a los barcos que navegan por el Mediterráneo llenos de hombres, mujeres y niños que huyen de la violencia en sus países, que pocos los quieren recibir y que cumplen semanas en altamar.
Hoy, a diferencia de 1939, miramos aquello por televisión. Y, sin embargo, aún no son muchos los que se conmueven.
También debemos prepararnos para los nuevos tipos de migraciones que tendremos que enfrentar, las que se producirán -y ya las estamos viendo- con más intensidad producto del cambio climático, que en numerosos lugares está haciendo estragos.
Con mucho orgullo recordamos la gesta del Winnipeg, y ochenta años después vemos cómo hoy muchas de esas personas que llegaron y lograron asentarse en nuestro país y construir una sociedad con una vida digna han sido un aporte permanente a nuestra nación.
Todos mis recuerdos y cariños son para los hombres, mujeres y niños que arribaron a nuestro país en el Winnipeg, y, por cierto, para su descendencia, quienes han hecho de nuestro Chile un país mejor.
Muchas gracias.
--(Aplausos en la Sala y en tribunas).
El señor QUINTANA (Presidente).- En el tiempo del Comité Partido País Progresista e Independientes, tiene la palabra el Senador Alejandro Guillier.


El señor GUILLIER.- Señora Dolores Delgado, Ministra de Justicia de España (ha sido un agrado conocerla); señor Teodoro Ribera, Ministro de Relaciones Exteriores de nuestro país; señora Consuelo Valdés, Ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile; Excelentísimo Embajador -y amigo- de España en Chile, señor Enrique Ojeda; señor Antonio Gutiérrez, Presidente de la Comisión de Asuntos Extranjeros de España; autoridades, y, sobre todo, distinguidos familiares y amigos de españoles residentes en Chile que arribaron a nuestro país en el Winnipeg hace poco más de ochenta años:
Como ustedes saben, mi suegro, Victorino Farga Cuesta, llegó en el Winnipeg. Fue uno de los pasajeros del "barco de la esperanza", junto a sus padres, Victorino y Rosa, y a su hermano, Rafael.
Permítanme, entonces, evocar este ya mítico viaje de los refugiados españoles a Chile desde su mirada, la de un niño de doce años que llegó a nuestro país.
Nació en Barcelona, el 6 de julio de 1927. Pasó su infancia en una España conmovida por la inestabilidad y el deseo de libertad frente a un régimen monárquico conservador, al cual vieron caer para que luego surgiera la república. Vivió los bombardeos, la vida en los refugios antiaéreos, la destrucción generalizada de Barcelona y, sobre todo, la ausencia paterna, pues su padre fue participante activo en las milicias republicanas. Ello fue formando el entorno de su vida.
Un día de enero de 1939, de pronto, su padre, al que no veía desde hacía varios meses, irrumpió sorpresivamente en el hogar para recoger a su familia y a algunos vecinos y marchar a los Pirineos.
Las fuerzas franquistas estaban ya en las puertas de Barcelona. No hubo tiempo para nada, ni para despedirse de los vecinos ni para una última mirada a la casa que los había acogido: solo había que partir con, literalmente, poco más que la ropa puesta y un par de maletas que quedaron en el camino. Después de tres días de marchar mojados, con hambre y frío, albergándose en sitios abandonados, llegaron a la frontera, donde los esperaban los gendarmes franceses, quienes sin muchas sutilezas los separaron de su padre.
Habían recorrido ochenta kilómetros de montañas nevadas en pleno invierno.
Su padre fue llevado a un campo de internación en Argeles Sur Mer, hoy día playa turística, pero que en ese entonces se hallaba sin protección, sin agua potable, sin alimentos y donde miles de refugiados murieron de disentería, fiebre tifoidea, neumonía y tuberculosis.
Victorino junto a su madre, Rosa Cuesta, y a su hermano, Rafael, son trasladados a un sitio algo más benigno en Ruelles, donde conocieron la solidaridad de los campesinos franceses -porque también la hubo- y la complicidad compasiva de los vigilantes senegaleses, quienes les permitían salir del campamento a recolectar comida para su familia.
En ese ambiente forjó su carácter: firme, carismático, determinado y capaz de reinventarse una y mil veces y de enfrentar las adversidades de la vida, que ciertamente serían muchas.
Este fue el cuadro de miseria y abandono que tocó la sensibilidad del ex cónsul en Barcelona y Madrid Pablo Neruda, quien por ese entonces se encontraba en Chile.
Con España en el corazón convenció al Presidente Pedro Aguirre Cerda, también del Frente Popular, de que había que ir al rescate de las familias internadas en los campamentos de prisioneros, no por la afinidad ideológica, sino por un gesto de humanidad. Neruda pasó por Córdova, Buenos Aires y Montevideo para recolectar la ayuda financiera que le permitiera organizar el viaje: los movimientos solidarios respondieron con generosidad y pudo concretar su misión.
Pero en Chile las élites se dividieron.
Conspicuos personajes de la élite local expresaron su repudio "a la peste roja". La presión de grupos de poder políticos e, incluso, religiosos y la campaña conservadora a través de la prensa hicieron vacilar al Presidente Aguirre Cerda.
En algún momento instruyó a Pablo Neruda para abortar su misión. El poeta, desesperado, alertó al entonces Canciller Abraham Ortega Aguayo, otro impulsor de la iniciativa humanitaria, quien en protesta renunció al cargo, precipitando una crisis política y despertando la reacción de los sectores progresistas, que salieron a exigir este acto de humanidad.
Un abrumado Presidente Aguirre Cerda asumió que el viaje no tendría marcha atrás. Y, finalmente, Chile dio un primer paso en la consagración del derecho a asilo en las democracias occidentales, entonces al borde de una guerra y de la catástrofe.
Quiero destacar, además, que el canciller Abraham Ortega, luego de la Segunda Guerra Mundial, fue exonerado de su cargo, por una acusación política, al intentar una nueva proeza humanitaria trayendo a judíos que estaban también sobreviviendo al exterminio en Europa.
Pero volvamos a nuestro relato.
El reencuentro de la familia Farga Cuesta se produjo seis meses después de su ingreso a Francia, en los muelles del puerto de Pauillac, a 40 kilómetros de Bordeaux. Según una de las muchas estadísticas, eran mil doscientos hombres, cuatrocientas dieciocho mujeres y unos cuatrocientos sesenta niños, pero la verdad es que los números no cuadran. Además, la noticia de que había un barco para refugiados que iría a América ya corría por toda Francia y hasta última hora llegaban los trenes de refugiados buscando ser sumados a esta epopeya.
En ese ambiente, el 4 de agosto de 1939 el Winnipeg, finalmente, se echó a la mar.
Por cierto, el viaje no amainó las pasiones. La amenaza de los submarinos alemanes ya desplegados en el Atlántico, cuando ya amenazaba con despertarse la catástrofe; los encendidos reproches entre los propios refugiados por las responsabilidades políticas de la derrota, y la oposición del Gobierno estadounidense a dejar pasar el barco por el canal de Panamá, llevó al capitán del Winnipeg, Gabriel Poupin, a intentar regresar a Francia. Pero, felizmente, cambió de opinión, ante la perspectiva de ser arrojado al mar por los pasajeros.
No todo fue conflicto. A bordo del Winnipeg cada niño recibió cuadernos, lápices y se organizaron clases. Victorino Farga, inquieto y movedizo, aprendió a jugar ajedrez, disciplina que con los años lo llevaría a disfrutar de largas jornadas de este deporte ciencia con Pablo Neruda, en Isla Negra.
Pero permítanme una licencia regionalista.
El Winnipeg llegó a América, cruzó el canal de Panamá, no sin dificultades, bordeó las costas, porque ya los vientos de guerra soplaban intensos, y pudo llegar a Chile. La fecha exacta es el 30 de agosto de 1939 y debemos situarla en Arica, que también es Chile.
Además, quiero agregar -ahí las versiones varían- que aproximadamente veinticuatro refugiados habrían desembarcado en la puerta norte de Chile, en su mayoría pescadores, que se distribuyeron por Arica, Iquique y el puerto peruano de Ilo, que también los acogió.
El viaje se reanudó rápido. La noche del 2 de septiembre el Winnipeg llegó a Valparaíso, a horas del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Dada la hora, el desembarco se anunció para la mañana del 3 de septiembre, que conmemoramos hoy en la mañana, precisamente. Y como recordaría años más tarde a sus descendientes nuestro joven viajero de doce años, esa noche pocos conciliaron el sueño: la imagen de miles de lucecitas que alumbraban la noche porteña quedó grabada en la retina de los viajeros como el anticipo de un sueño, de un país que los iba a recibir lleno de esperanzas y de oportunidades.
En el muelle los esperaban cientos de simpatizantes y altas autoridades. Entre ellas, el entonces Ministro de Salubridad, Salvador Allende, quien dirigió el proceso de vacunación contra la tifoidea. Menos temeroso y prejuicioso que las élites, el pueblo los recibió con aplausos, ropa y comida.
Cuenta la historia, y la replica Victorino Farga, que unos pocos se embarcaron en tren a Argentina; otros se radicaron en Valparaíso; pero nuestro viajero y su familia, como la mayoría de los refugiados, optaron por viajar en tren a Santiago.
Y nuevamente afloran los recuerdos: miles de personas los saludaron durante el trayecto hasta la Estación Mapocho, donde la multitud se congregó para recibirlos entre aplausos, vítores y más ropa y más comida. El pueblo comparte aun lo que no tiene.
Chile fue la "copia feliz del Edén", diría a sus descendientes Victorino Farga.
El jefe de familia, Victorino Farga Fong, encontró trabajo en cosa de días, y pronto se independizó, creando con los años una industria de materiales de la construcción, que posteriormente fue absorbida por la industria brasileña. Su madre, Rosa Cuesta, apeló a sus cualidades culinarias y abrió una pequeña residencial. Victorino y Rafael, los hermanos, fueron recibidos sin trámite ni selección en el liceo Valentín Letelier. Los vecinos de la comuna de Recoleta los aceptaron sin prejuicios, con respeto y tolerancia, como ocurre hoy con migrantes que llegan a Chile y que son despreciados por las élites de nuestro país. Luego sería la Universidad de Chile la que le abriría las puertas al protagonista de este relato.
Siempre dijo que Chile le había dado oportunidades que jamás habría tenido en España. "Recibí una educación pública, gratuita y de más calidad que mis hijos", aun con la pobreza del Chile de entonces. Cuando un país quiere, puede. El problema es de decisión política, no de recursos materiales.
La familia Farga Cuesta se esmeró en honrar las oportunidades recibidas en Chile.
Victorino, ya mayor, egresó como el mejor alumno de Medicina de su promoción en 1952 y llegó a ser profesor titular en la Facultad de Medicina de la Casa de otro migrante: Andrés Bello.
Conmovido por la discriminación y el abandono de los enfermos de tuberculosis, la mayor causa de muerte en el Chile de entonces, optó por la especialidad pulmonar. Se transformó así en uno de los fundadores de esta especialidad en Chile. Trabajó en los hospitales San Juan de Dios y en el Instituto Nacional del Tórax. Realizó numerosos estudios de posgrado en Estados Unidos y Europa y trajo siempre a Chile esos conocimientos para formar generaciones de especialistas, y, por cierto, recibió las más altas distinciones.
También acogió con empatía a muchos médicos extranjeros asilados en Chile, que escapaban de las dictaduras militares que ya pululaban en América Latina.
Ese gesto humanitario de un migrante, de quien había vivido las situaciones más extremas, le creó animadversiones en su propio gremio y fue acusado de subversivo tras el golpe de 1973. Otra vez las detenciones, los malos tratos, y finalmente la decisión de la familia de salir a la diáspora: unos a España, otros a Ecuador y él contratado como profesor asociado por la Universidad de California, que supo valorar lo que Chile perdía.
La nostalgia, sin embargo, lo hizo migrar a España. Seis meses le bastaron para darse cuenta de que su corazón ya había anidado en Chile: no se sintió en casa. Al final, aceptó presidir la Unión Internacional contra la Tuberculosis y viajó por todos los continentes desarrollando programas sanitarios para salvar vidas.
Regresó tan pronto la familia pudo reagruparse en Chile. No sin dificultades pudo volver a ejercer la medicina y la docencia en la Universidad de Chile, donde trabajó hasta los 91 años. Había jubilado hacía muy poco tiempo y, bueno, falleció hace cinco semanas.
Quiero decirles sobre todo a los jóvenes presentes: pese a todo lo que vivió, ¡nunca le escuché ingratitud en su corazón hacia Chile!, al igual que esos muchos otros refugiados españoles, varios de los cuales vivieron experiencias similares y que, sin embargo, aportaron a Chile el progreso en la industria, la medicina, la ingeniería, la agricultura, las artes, la pesca y la artesanía.
Él, ya lo señalaba, dedicó su vida a la medicina. Tuvo su consulta hasta los 91 años, cuando decidió cerrarla, y se preocupó de elaborar la ficha de cada uno de sus pacientes y traspasarlos a médicos más jóvenes.
Quiero decir finalmente, para ir avanzando, que las semillas españolas recogidas en los campos de internación en Francia por Pablo Neruda fueron sembradas en Chile y dieron frutos generosos. La generación del Winnipeg ayudó a construir el Chile moderno y a vincularnos con el mundo.
Esta historia cerró su capítulo hace poco menos de dos meses, cuando en el último encuentro familiar le contó a sus hijos, nietos y algunos sobrinos que acababa de leer la última novela de Isabel Allende, sobre el Winnipeg. Y lo dijo así: "¡Esta es la historia de mi vida!".
Querido suegro, estas palabras son mi sentido homenaje a quienes, como usted, llegaron a este país en ese viaje tan mítico del Winnipeg a ayudarnos a hacer de Chile un país mejor. Y, por cierto, mi gratitud a Cristina, mi esposa, su hija; a Andrés, Cristóbal, Alejandro, mis hijos, sus nietos.
Muchas gracias.
--(Aplausos en la Sala y en tribunas).
El señor QUINTANA (Presidente).- Muchas gracias, Senador Alejandro Guillier.
Finalmente, en el tiempo del Partido Socialista, le corresponde hacer uso de la palabra al Senador José Miguel Insulza.


El señor INSULZA.- Señora Ministra de Justicia de España, doña Dolores Delgado; señor Canciller de Chile, don Teodoro Ribera; señora Ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, doña Consuelo Valdés; señor Embajador de España, don Enrique Ojeda; señor Presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Senado de España, don Antonio Gutiérrez; estimado José Tomás Vicuña, mis felicitaciones por tan merecido homenaje. Nadie que yo conozca en Chile ha hecho tanto por los migrantes como ustedes.
--(Aplausos en la Sala y en tribunas).
Los hechos que hoy recordamos revisten el carácter de una epopeya, casi una leyenda, una historia de suspenso con un final feliz.
Los protagonistas: el Presidente de una República Española en el exilio, ya desaparecida; un Presidente chileno con el corazón bien puesto, pero a veces con dudas; un Canciller de firmes convicciones democráticas (se le ha rendido aquí también homenaje); más de dos mil doscientos perseguidos -eran muchos más en realidad-, que solo buscan una salida a su terrible situación. Y al centro, un joven poeta que, enamorado de su causa, vuelve a su hogar en Chile después de la derrota de la República Española y consigue ser designado cónsul para la inmigración e ir a Francia, a riesgo de su vida, a aportar para rescatar a los inocentes y a los derrotados.
La trama también está llena de suspenso: las víctimas de la tragedia están huyendo, o en campos de concentración, o separados de sus familias; muchos no tienen papeles. El poeta consigue algo un día, se desespera al día siguiente porque se lo quitan, es rescatado luego; hace de agente, de diplomático, de funcionario y de juez -claro que era un juez bien especial, como él mismo señala, que decía "sí" a todos los que se querían subir al barco-. El objetivo era embarcar a casi dos mil trescientos o más seres humanos de distinta edad, de experiencias diversas, todos y todas españoles, salvo uno, y quiero saludar acá a los cinco hijos del combatiente alemán Freimut Stolzenburg, que están con nosotros...
--(Aplausos en la Sala y en tribunas).
... El único no español que venía en el barco, y que se quedó en Chile.
Era una travesía también improbable, a un mundo desconocido. Venían en un barco que hasta entonces era solo de carga, en el cual nunca habían viajado más de un par de cientos de personas, y ahora debían caber un par de miles; que cruzaba un mar infestado de submarinos preparados para la guerra -ya hablaremos de eso después, al final-; que debía cruzar un canal de Panamá cuyos ocupantes no daban seguridad de dejarlos pasar, y llegar a un país en el cual casi ninguno de ellos había estado jamás.
Con razón Pablo Neruda, al narrar uno de los momentos más difíciles de esta trama, en que viene una contraorden y consigue, finalmente, reponer la decisión, nos dice: "Aquel trabajo intenso y dramático, al borde de la Segunda Guerra Mundial, era para mí como la culminación de mi existencia. Mi mano tendida hacia los combatientes perseguidos significaba para ellos la salvación y les mostraba la esencia de mi patria acogedora y luchadora".
El Winnipeg nos muestra cómo la solidaridad y la esperanza pueden vencer al horror y a la barbarie. Muchos de los que yo represento aquí vivimos el exilio, vivimos el horror, sabemos lo que es, y por eso nuestra solidaridad con el Winnipeg permanece como un símbolo de que siempre es posible salvar algo de vida en la tragedia.
Es uno de los mejores momentos de nuestra historia, porque, más allá de cualquier duda, Chile recibió a sus hermanas españolas y hermanos españoles con los brazos abiertos. No con dádivas ni con muchas facilidades. Como dice Pablo Neruda en la cartilla que le entregó a cada pasajero: "Chile dista mucho de ser un paraíso, nuestra tierra sólo entrega a quien la trabaja duramente sus frutos".
Y trabajaron y produjeron mucho y contribuyeron a hacer de nuestra tierra un lugar más acogedor, dándole a este país, además, el orgullo de haber llevado adelante una obra hermosa.
Muchos han recordado acá, pero quiero hacerlo yo, que en realidad los fugitivos del Winnipeg vieron por primera vez Chile el 30 de agosto de 1939, en el puerto y el morro de Arica.
En estos días hemos recordado muchos nombres. Me han convencido algunos de mis colegas de no recordar a los míos, porque son más de veinticuatro. Debo señalar que veinticuatro se quedaron en Arica. La mitad de ellos eran pescadores y querían seguir pescando. Eran gente sencilla que quería hacer su trabajo; venían a trabajar para sostener con esfuerzo a sus familias. En esa época en Arica se pescaba en el borde del mar; ellos enseñaron la pesca de altura, que permanece en esta región todavía.
Un recuerdo, entonces, para todos ellos. Y también para Raúl Pey y Víctor Pey, que vinieron primero hasta Valparaíso.
--(Aplausos en la Sala y en tribunas).
Raúl Pey diseñó el actual puerto de Arica en los años sesenta. Su hermano Víctor Pey estuvo con él, íntimo amigo de Salvador Allende. Veinte años después fueron a esa región, que los reconoce también como sus hijos. Todos se hicieron chilenos, sin dejar nunca de ser españoles, y unieron así a nuestros pueblos con la fuerza de la hermandad y la esperanza.
¿Y el Winnipeg? Bueno, sufrió el destino de muchos en la guerra. Siguió navegando, fue tomado por los ingleses y luego fue hundido por los alemanes un 22 de octubre de 1942.
No tenemos al Winnipeg para recordarlo, pero es importante que les diga que todos sus tripulantes fueron rescatados con vida.
Muchas gracias.
--(Aplausos en la Sala y en tribunas).
El señor QUINTANA (Presidente).- Agradecemos las palabras del Senador José Miguel Insulza.
A continuación, tiene la palabra la señora Dolores Delgado García, Ministra de Justicia del Gobierno español.
--(Aplausos en la Sala y en tribunas).


La señora DELGADO (Ministra de Justicia de España).- Buenas tardes, señor Presidente, señor Vicepresidente, señor Ministro de Relaciones Exteriores, señora Ministra de las Culturas y, sobre todo, queridas amigas y queridos amigos, familiares, hijos, sobrinos, amigos del exilio republicano español.
Es un verdadero honor estar aquí; es un verdadero orgullo estar aquí, porque en el año 1939 se perdió la guerra, los demócratas perdieron la guerra, pero el Winnipeg ganó.
El Winnipeg fue un barco vencedor de unos valores, de unos principios y de un futuro que todavía perviven. Fue un barco -y estamos escuchándolo- universal, atemporal, que podemos traer a presente en las situaciones actuales, las que el mundo está viviendo, renovadamente.
Y lo podemos traer a presente para que ese pasado no vuelva a producirse.
Lo que quiero es expresar, en primer lugar, el agradecimiento.
Como miembro del Gobierno de España, de una manera institucional y de una manera formal, quiero dar las gracias a Chile, quiero dar las gracias al pueblo chileno.
Un agradecimiento que debe hacerse extensivo a todos y cada uno de los partícipes en esta gesta. Se ha dicho que el Winnipeg supuso una gesta en la que participaron muchas personas, unas más anónimas que otras, pero todas contribuyeron a que alcanzase su destino.
Esta conmemoración y la medalla que hoy se entrega son una plasmación de la larga tradición como país de acogida de Chile. Se ha dicho hace un momento y aquí se reitera, y lo reitera la Ministra de Justicia del Gobierno de España: es un país de acogida; es, por ello, un país de esperanza.
Chile, a lo largo de su historia, ha dado ejemplo al mundo a la hora de dar una nueva oportunidad a aquellos que se han visto obligados a dejar países por causas, ya sea de pobreza o ya sea por un orden político.
En España somos conscientes de esta tradición, porque conmemoramos ochenta años de la llegada a este país del Winnipeg. La llegada a este país que recibió a esos hombres, a esas mujeres y a esos cientos de críos, de criaturas con los brazos abiertos.
Pudieron sentir esos hombres y esas mujeres la alegría, el alborozo de compartir, con personas que huían desoladas, una nueva casa. Cuando llegaron a tierra aquellos hombres y mujeres, se escucharon cánticos republicanos. Eran los primeros sonidos que traían la patria aquí, nuestra patria.
Cientos de personas les esperaban. Y, como se ha dicho, con un folleto, un folleto definitivo, un folleto en el que se les daba la acogida y la bienvenida.
Pablo Neruda, nuestro Pablo Neruda, su Pablo Neruda, en su más bello poema, dijo: "Republicanos, nuestro país os recibe con cordial acogida. Vuestro heroísmo y vuestra tragedia han conmovido a nuestro pueblo. Pero tenéis ante vosotros solo una perspectiva de labor, que puede ser fecunda, para bien de vuestra nueva patria, amparada por su gobierno de base popular".
Ejemplos como el de Pablo Neruda son los que inspiran la medalla que hoy se concede en este Honorable Senado de la República de Chile. Porque a través de la medalla "Winnipeg-Senado de la República" se reconocen los esfuerzos de los que han destacado en la defensa de los derechos de quienes, como aquellos españoles hace ochenta años, sufren el terrible trance de tener que abandonar su casa, sus seres queridos, su tierra; de tener que dejar atrás todo lo que al final nos hace propietarios de una tradición y de un país.
Con esfuerzos como el que protagonizó Pablo Neruda, Chile inauguró una tradición brillante en la noble tarea de acoger a quienes son perseguidos en sus países de origen. El calor del recibimiento del pueblo chileno a los exiliados españoles sirvió para forjar una hermandad que hoy, y a fecha de hoy, nos une. Nos une con unos lazos imperceptibles, pero existentes, y muy sólidos y muy fuertes.
La pintora Roser Bru -a quien ayer pudimos homenajear en Santiago, en un emotivo acto celebrado en el ex Congreso Nacional- dijo las siguientes palabras: "La vida se fue haciendo con nacimientos y muertes. Pero aprendimos a pertenecer. Fue un `descubrimiento' de América al revés y sin vencedores. ¡Pura generosidad!".
El Historiador Leopoldo Castedo, tan citado reiterada y debidamente -otro de los pasajeros de aquel barco de la esperanza-, narraba hace treinta años en una tribuna, en un diario español una anécdota que expresa de forma excepcional la generosidad de este país hacia los españoles exiliados aquí.
Contaba Castedo que a su espalda, durante el viaje, pudo escuchar a una niña, de entre seis y ocho años, decir a su madre: "Mamá, cuando nos echaron de Madrid, nos mandaron a Valencia. Después nos echaron a Barcelona. Y cuando nos echaron de Barcelona, nos mandaron a Francia. De Francia nos echaron a Chile. Y cuando nos echen de Chile, ¿adónde vamos a ir, madre?".
Aquella niña, señoras y señores, amigas y amigos, se quedó en Chile. Aquella niña se hizo chilena.
Y desde España no podemos más que demostrar nuestro agradecimiento a este país. ¡Lo digo una vez y lo diré mil veces y cuantas me dejéis! A este país que acogió a aquellos que injustamente fueron arrojados de su patria, que les ofreció un nuevo comienzo cuando otros les habían condenado a un doloroso final, y que permitió conservar la esperanza de quienes siguieron creyendo en los valores democráticos de la España republicana. Los valores que al día de hoy son parte de nuestra España democrática; conforman la Constitución de 1978: la Constitución española.
Desde el Gobierno de España hacemos nuestro el agradecimiento que ya expresó el pintor José Balmes cuando dijo: "Nunca jamás, ni siquiera al final de mi vida, voy a hacer lo suficiente por agradecer el hecho de estar en este país, de ser ciudadano chileno, gracias, justamente, a Pablo Neruda. Como alguien dijo alguna vez -y ya se ha dicho aquí antes- `las deudas de amor no se terminan de pagar nunca'...".
Señoras y señores Senadores, España y Chile comparten un vínculo que hunde sus raíces en una historia común y se asienta sobre las bases más sólidas: la hermandad de los pueblos. Y no son palabras vacías, significan mucho y se representan en aquel barco, en el barco Winnipeg.
Nuestros dos países han sido ejemplo a la hora de sobreponerse de episodios traumáticos, de episodios tristes. Tanto Chile como España hemos sido capaces de avanzar hacia la democracia, reivindicando la memoria de aquellos que con gran coste personal lo hicieron posible. Se trata de reconocer que si hoy nuestras democracias se asientan en valores como el de la igualdad, como el de la justicia o el pluralismo político, es porque hubo quienes lo sacrificaron todo, hasta sus vidas, para que esos valores volviesen a ser los que guíen nuestros destinos.
Como española, me siento especialmente honrada por participar en este acto de recuerdo y de homenaje a quienes sufrieron el exilio, precisamente, por defender la democracia, la libertad y la igualdad.
Por ello, nuevamente mi gratitud, mi gratitud a Chile; mi gratitud por estar ayudando a que celebremos estos ochenta años de recuerdo del exilio.
Son más de veinte las instituciones y agentes culturales que se han unido en una colaboración cultural, programática, histórica, para hacer visible la historia del Winnipeg y las repercusiones que tuvo en la sociedad chilena, que hemos escuchado atentamente. Y fue así.
Desde el Gobierno de España sentimos este agradecimiento por el loable esfuerzo, y nos unimos al reconocimiento que se hace al Servicio Jesuita a Migrantes con la entrega de la medalla "Winnipeg-Senado de la República".
Los esfuerzos de los galardonados en la defensa de los derechos de los migrantes son continuación de esa tradición chilena de acogida a la que hacía referencia.
El trabajo de sus profesionales y voluntarios trae a presente cada día el recibimiento que los exiliados republicanos españoles percibieron hace ochenta años, y hace brillar más, si cabe, la imagen de este país como un país de acogida. Lo repito y lo reitero.
Con su esfuerzo desinteresado, la imagen de Chile como ejemplo de solidaridad y generosidad se agranda cada día. Y la admiración hacia ustedes por quienes amamos la libertad y la justicia les aseguro que no para de crecer.
Reitero, señoras y señores Senadores, el agradecimiento de España y el mío propio en la conmemoración de un acontecimiento que nos embarcó en una historia común que hoy reivindicamos con orgullo. Un acontecimiento que ya es un testimonio imborrable del lazo que unirá para siempre a nuestros países. Y esta deuda de amor jamás se pagará. Un lazo indestructible forjado gracias a la solidaridad, al respeto, al cariño y a la admiración.
¡Así que muchísimas gracias por ser como son!
¡Muchísimas gracias por dar una segunda oportunidad a la democracia, a la libertad y a la memoria democrática en España!
Muchísimas gracias.
--(Aplausos en la Sala y en tribunas).


El señor GUZMÁN (Secretario General).- A continuación, el señor Presidente del Senado, Senador don Jaime Quintana Leal, y el señor Vicepresidente del Senado, Senador don Alfonso de Urresti Longton, harán entrega de la medalla "Winnipeg-Senado de la República" al señor José Tomás Vicuña, Director Nacional del Servicio Jesuita a Migrantes.
--Los señores Presidente y Vicepresidente de la Corporación entregan la medalla "Winnipeg-Senado de la República" al señor José Tomás Vicuña.
--(Aplausos en la Sala y en tribunas).
El señor GUZMÁN (Secretario General).- Se ofrece la palabra al Director Nacional del Servicio Jesuita a Migrantes, quien agradecerá la distinción otorgada.


El señor VICUÑA (Director Nacional del Servicio Jesuita a Migrantes).- Parto saludando quizá no por los cargos, sino por nuestra historia. Somos todos migrantes, algunos cruzaron fronteras; somos aquí todos hijos, nietos, familiares de algún migrante. Y eso nos hermana.
Cómo no comenzar estas palabras dando gracias. Es un honor recibir este reconocimiento que nos hace el Senado. Es motivo de alegría para el Servicio Jesuita a Migrantes. Agradezco al equipo de profesionales, de voluntarios y voluntarias que nos acompañan el día de hoy.
--(Aplausos en la Sala y en tribunas).
Son estas personas las que con pasión dedican su vida a dar acogida, junto a promover los derechos de las personas migrantes y refugiadas. El SJM se compone de personas concretas, y gran parte de ellas están acá.
Agradezco también a tantas otras instituciones, empresas, voluntarios y personas en distintos lugares de Chile que buscan promover una sociedad de acogida. Cada vez son más los que nos animan en este desafío que no solo es nacional, sino mundial.
Agradezco a las miles de personas que, en lo cotidiano, se la juegan por los derechos humanos de los migrantes y refugiados.
El de hoy es un reconocimiento que recibimos desde el SJM, pero que lo compartimos con muchas otras instituciones y personas.
Hace ochenta años llegaba un barco con más de dos mil ciudadanos de España y de Alemania, quienes huían de distintos lugares. Dejaban atrás su historia para comenzar a soñar un futuro, como tantos que hoy también lo hacen. Me imagino que fue duro dejar su tierra y comenzar de cero.
Estos días se han resaltado algunos nombres de personas que han contribuido al país. Algunas salen a la luz pública, pero no me cabe duda de que todas ellas nos llenan de orgullo. Porque el valor de una persona no está en si gana un premio o si es famosa, sino en que es persona. Y todos aquellos que llegaron en el Winnipeg han sumado al país desde el anonimato.
La migración es un desafío, no un problema. Y hoy, más que vincularlo a la seguridad nacional, debiera vincularse a los derechos humanos. En distintas partes del mundo se enfoca solo como un asunto de seguridad nacional, cuando quizá el énfasis debiera estar puesto en la inclusión. Acá están la Ministra de las Culturas, una Ministra de Justicia, un Ministro de Relaciones Exteriores, lo cual implica que estamos cambiando la mirada ochenta años después.
Así, se trata de poder acompañar la trayectoria desde las fronteras a la ciudad. Una política migratoria moderna y responsable ve más allá de las fronteras. Es capaz de mirar los territorios, trabajar en colaboración con municipios, instituciones de la sociedad civil.
La migración es síntoma, no causa. Son las crisis políticas, económicas y sociales las que hacen salir con un bolso o una maleta a un lugar desconocido. Hoy más que nunca se estudia la migración. Pero jamás olvidemos estudiar la pobreza, la exclusión, la violencia, el racismo, las dictaduras. Ir hacia los orígenes para que ojalá nadie se vea en la obligación de la migración forzada.
La migración es más que un fenómeno, más que datos y cifras. Tiene que ver con relatos, historias, personas, familias, nombres.
Chile necesita una nueva Ley de Migraciones basada en evidencia, pero también en experiencia. Que sea un asunto regional, más que nacional. Hoy muchas temáticas se coordinan a nivel regional o mundial, pero la migración o refugio pareciera ser solo un asunto nacional.
¿Por qué nos cuesta ampliar la mirada y tejer lazos en una realidad que nos concierne a todos?
Por eso, en la propuesta del Servicio Jesuita a Migrantes para el proyecto de ley de migraciones -muchos de ustedes ya la han recibido- adhieren más de cuarenta organizaciones de la sociedad civil. La migración o se aborda colaborativamente o está destinada al fracaso. El desafío en Chile es poder tejer una acción común y transversal entre el Estado, la sociedad civil, la academia y el sector privado.
En 1939 llegaron más de dos mil refugiados. Chile los acogió sin dudarlo y sin restricciones. Se entendía que escapaban de una situación grave que ponía sus vidas en peligro. Hoy somos testigos, como organización, del rechazo sistemático a solicitudes de refugio. ¿Por qué si hace ochenta años fuimos modelo de buenas prácticas, hoy algunos están en contra de ese modelo?
Hoy día se deportaron algunas personas de Venezuela. Nos tocó amparar a una mujer embarazada de ocho meses, una militar que escapaba. Pudimos ser modelo de buenas prácticas. Sigámoslo siendo. ¡Qué hace una mujer de ocho meses de vuelta en Venezuela hoy día! ¡Nada!
Porque los derechos humanos no son hasta que nos convengan. Son siempre. A eso nos comprometimos como sociedad, para evitar que los abusos del pasado se repitan. Es en estas situaciones críticas donde con mayor razón debemos velar por su cumplimiento. Ayer fue España, hoy es Venezuela.
La misión del SJM nace del Evangelio, que busca no solo una acogida inicial, sino un modo de vida, que invita a vernos como iguales. La migración y refugio necesita de una legislación; se debe regular. Pero también necesita de personas concretas que puedan ver un modo de vida distinto, libre de prejuicios y discriminaciones. Que sean capaces de perder lo propio para ganar con otros. Porque no se trata de competir como entre ellos y nosotros, sino de buscar lo mejor para todos.
Agradezco nuevamente este reconocimiento, que lo recibimos nosotros, pero que lo compartimos con muchas más instituciones y personas. Gracias a los miles de migrantes y refugiados que han pasado por nuestras oficinas en Arica, Antofagasta o Santiago. Espero que hayamos podido acrecentar sus esperanzas y haber entregado una digna acogida.
Me voy a permitir terminar -quizás esta sea la única vez en mi vida que hable aquí- entonando una canción de Los Miserables, que le dedica el Obispo de Digne a Jean Valjean, en honor a las personas que descendieron del Winnipeg y a tantos migrantes que hay en nuestro país:
Esta casa es tu refugio,
eres bienvenido aquí,
aunque no tenemos mucho
lo podemos compartir.
Te ofrecemos nuestro vino,
te daremos nuestro pan,
aquí tienes una cama,
hoy tus penas pasarán.
¡Muchas gracias!
--(Aplausos en la Sala y en tribunas).


El señor GUZMÁN (Secretario General).- A continuación, el señor Presidente del Senado, Honorable Senador Jaime Quintana Leal, y el señor Vicepresidente, Honorable Senador Alfonso de Urresti Longton, harán entrega de un presente y un ramo de flores a la Ministra de Justicia del Gobierno de España, señora Dolores Delgado García, en reconocimiento a su participación en esta ceremonia tan significativa para el pueblo chileno-español.
--Los señores Presidente y Vicepresidente de la Corporación hacen entrega de la distinción respectiva y de un ramo de flores a la Ministra de Justicia del Gobierno español, señora Dolores Delgado García.
--(Aplausos en la Sala y en tribunas).