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REGULACIÓN DE CIRCULACIÓN DE VEHÍCULOS MOTORIZADOS POR CONGESTIÓN O CONTAMINACIÓN ATMOSFÉRICA


El señor QUINTEROS.- Señor Presidente, la contaminación atmosférica y la congestión vehicular en nuestras ciudades afectan gravemente la vida a lo largo de todo nuestro territorio.
Esos ya no son solo fenómenos de la ciudad de Santiago. La contaminación del aire afecta en forma más severa a ciudades del centro y el sur donde se utiliza leña. Temuco, Valdivia, Osorno, Puerto Montt y Coihaique saben de esta realidad desde hace varios años.
Si bien se han comprobado avances en la disminución de la contaminación a partir de la restricción vehicular, los estudios evidencian que la mayor parte de las emisiones provienen de fuentes domiciliarias e industriales y del transporte pesado.
No obstante ello, se justifica plenamente considerar la medida de restricción, en forma temporal o permanente, para fines de descontaminación. Pero además tiene efectos innegables en la disminución de la congestión de tránsito y, por lo tanto, en la posibilidad de desplazamientos más rápidos dentro de nuestras ciudades.
Obviamente, esta medida no puede estar desconectada de un mejoramiento integral del transporte público.
Y, nuevamente, esto ya no es solo prioridad para Santiago. Se requieren también corredores de buses en las ciudades más importantes de las regiones.
Debemos impulsar, de una vez por todas, señor Ministro, trenes de cercanías, funiculares, teleféricos, escaleras mecánicas en nuestras ciudades. No podemos esperar que el crecimiento de las urbes haga más caros y difíciles estos proyectos, que hoy ya existen pero que siguen postergándose.
¡De una vez por todas, que los Ministerios de Obras Públicas y de Transportes entiendan la necesidad de invertir en nuestras regiones!
Los fondos espejo del Transantiago, el nuevo Fondo de Infraestructura, deben proponerse estos objetivos; ser más ambiciosos.
Si mejoramos la infraestructura y con ello la calidad de nuestras ciudades, las haremos más atractivas y, consecuentemente, desincentivaremos el crecimiento desmesurado de Santiago.
Los recientes sucesos de Chiloé, y antes, los de Punta Arenas, Aisén, Atacama y tantos otros, nos recuerdan, cada cierto tiempo, que tenemos una deuda con las regiones.
Ponen en evidencia las injusticias del modelo de desarrollo imperante. Son los habitantes de regiones los que deben soportar los efectos de las gigantescas termoeléctricas para alimentar la gran capital, mientras los gases invernadero que ellas generan provocan el cambio climático relacionado con la marea roja, que hoy está afectando a pescadores artesanales en la Región de Los Lagos.
Ese es el encadenamiento perverso que produce rabia e impotencia en los habitantes de nuestro sur y que termina afectando su convivencia pacífica y amigable con el medio ambiente.
Hay que dar señales potentes de que estamos haciendo cosas para cambiar esta situación y que de verdad priorizaremos las regiones, revisando, por ejemplo, los paradigmas que utilizamos en la evaluación de la inversión pública.
Llegará el día en que valoricemos, en las inversiones desarrolladas en regiones, además de sus beneficios directos, los ahorros que signifiquen el desincentivar el crecimiento desmesurado del gasto en la gran metrópolis.
Es decir, un peso más en regiones no es solo un peso que no se gasta en el centro, sino que debe considerarse también como un peso de ahorro en el gasto futuro de la capital.
En consecuencia, me parece positivo otorgar un marco legal que respalde el establecimiento de la restricción vehicular con carácter permanente o transitorio, pero ello debe ir acompañado de un plan nacional de transporte, integrado a una estrategia nacional de desarrollo urbano que se haga cargo de los desafíos sociales, económicos y ambientales de la vida en nuestras ciudades en las próximas décadas.
He dicho.