Click acá para ir directamente al contenido


La señora RINCÓN.- Señor Presidente, el diario "El País" tituló el 25 de noviembre de 2002 lo siguiente: "Muere Roberto Matta, el último surrealista", a los 91 años de edad.
No puede ser casualidad que el pintor chileno más trascendente en la historia de nuestro país haya nacido en fecha tan singular. Sí, como ya lo han dicho todos quienes me han antecedido en el uso de la palabra, el 11 de noviembre de 1911 nace en Santiago don Roberto Sebastián Antonio Matta Echaurren, vecino de Nemesio Antúnez.
Permítanme precisar que Matta no celebra su centésimo natalicio. No. Matta está de cumpleaños, porque con su arte se mantiene vivo, vigente y actual. Es un mozalbete de 100 años que enseñó, enseña y enseñará a millones de personas en el mundo entero y, ojalá, también en Chile, la tierra que amó entrañablemente a la distancia.
Digo "ojalá", porque siento, señor Presidente, que Chile no ha tenido la capacidad de tomar ni adueñarse del inmenso aporte cultural y artístico de Roberto Matta, como sí lo ha hecho, tanto por la vía de las políticas públicas como por la osmosis social, con el legado de un Neruda, una Mistral o una Violeta Parra. Ya lo señalaba el Senador Hernán Larraín al recordar la ley que posibilita la creación del referido museo, el que aún no somos capaces de materializar.
Ciertamente, hay que partir diciendo que Matta es un pintor, como dijo el Senador Rossi, de clase mundial, al igual que Neruda, Mistral, Huidobro o Nicanor Parra lo son en la poesía. Pero ¿por qué a nuestros niños el nombre Roberto Matta no se les viene de inmediato a la mente cuando preguntamos por un pintor chileno notable como sí les ocurre con Neruda o Mistral cuando se consulta por un poeta de fuste?
No quiero convertir este homenaje a Roberto Matta en un nuevo caso del llamado "pago de Chile". Su potencia, como sucede con la mayoría de los grandes artistas, no está en lo que pide o anhela para sí, sino en lo que es capaz de entregar. Más allá de su pintura, Matta tiene actualidad en su vida, en su búsqueda interna, que -claro- es trascendente para el Chile de hoy.
El maestro perfectamente pudo haber hecho carrera y fortuna con su título de arquitecto, un bien escaso en el Chile de los 30. Pudo ser como aquellos que, tanto ayer como hoy, se conforman con lo básico y amasan fortunas mediante el ejercicio de su profesión. Pero la suma de la contingencia social y política de la época y su permanente búsqueda interior lo llevó a emigrar para explorar nuevos destinos, a no definir límites para su vida y sus capacidades.
Así fue como dejó el camino seguro de la arquitectura y se aventuró en la pintura. Cambió no solo su profesión por un oficio, sino también su país, primero, por Europa, y después, por Estados Unidos.
Estuvo con Gabriela Mistral en Portugal.
Pero fue en Francia, como ya se ha mencionado, donde el influjo de artistas de la talla de Magritte, Pablo Picasso, Miró, André Bretón, Marcel Duchamp, entre otros, marcó a fuego su talento no para influenciarlo, sino para transformarlo en piedra basal del expresionismo abstracto, tendencia que renovó el surrealismo que profesaban los creadores que lo influyeron.
Hay aquí un hecho de trascendencia notable: el pintor no sigue la huella que le marcan sus amigos, pero se nutre de ellos. Es capaz de buscar su rumbo, de hacer su propio camino, lo que ayer, hoy y mañana será el más difícil, pero también el más fecundo.
Hoy, cuando la explosión estudiantil nos llama a cambiar de paradigma, a encontrar un modelo que proyecte a nuestros jóvenes y a sus familias, parte importante del mundo político se resiste a tomar un nuevo sendero. Prefiere lo conocido, lo estable y no escoger un rumbo distinto. Después de un año de crisis, bien valdría mirar con los ojos de Matta el conflicto educacional, porque necesitamos ideas, influencias y no dogmas ni imposiciones.
Para poner fin a ese conflicto, requerimos lo mejor del ser humano. Al respecto, el pintor sostiene desde el inicio de su actividad artística la tesis de la evolución del hombre: de la barbarie, pasó a su actual condición racional. De hecho, su obra se nutre de lo más profundo de la psiquis humana, así como de la tremenda riqueza del mundo de los sueños.
Así como creía en el hombre, en su intelecto y en sus sueños, Roberto Matta también apostó por la paz. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, en 1939 abandonó París y se refugió en Nueva York, donde su originalidad y profundidad lo transforman en un referente para los jóvenes artistas norteamericanos que más tarde formarían la Escuela de Nueva York.
Sin embargo, su estadía en ese país tendría un plus no artístico, sino profundamente social. En ese período Matta toma nota de la cruda realidad latinoamericana. Surge así su decisión de aportar desde el arte al desarrollo de Chile, para lo cual organizó exposiciones murales de sus obras durante gran parte del Gobierno del Presidente Allende.
Más allá del sesgo político, este gran pintor nos muestra nuevamente su capacidad de ir más allá del reconocimiento, de no ser políticamente correcto, sino tremendamente fiel a sus ideales y convicciones.
Ese es otro legado totalmente vigente del maestro Matta, un artista que a cien años de su nacimiento sigue joven y fuerte, un artista del que Chile debe apropiarse para proyectarlo a sus jóvenes como una muestra de que talento, humanismo y compromiso social pueden y deben ir de la mano.
Lo hemos dicho: Matta era un nómade, un ciudadano del mundo, pero no por ello, menos amante de su patria. Porque Chile fue siempre su gran fuente de energía: el combustible para su inconmensurable capacidad creativa.
¡Qué vigencia cobra nuevamente la vida de un hombre que pocas veces volvió al país, pero que nunca pudo despegarse de él! Hoy, cuando el voto de los chilenos en el exterior es un anhelo que cada día vemos más cerca, su historia debe servir de ejemplo para comprender que no es necesario venir a Chile, a la patria, de manera periódica para mantener los vínculos con ella; que para quienes se encuentran fuera, más importante que poner los pies en esta tierra, es tenerla siempre y a cada instante en el corazón.
Y en eso el maestro no transó.
Hago este homenaje en nombre del Comité de la Democracia Cristiana y, en su representación, saludo a la viuda de Matta, Germana Ferrari; al Embajador de Chile en Portugal Fernando Ayala, y a la hija del pintor, Alisee, a quien le dicen con cariño "Urraca", quien no pudo llegar hoy. Viaja mañana.
Antes de terminar mi intervención, quiero hacer un par de reflexiones.
Matta fue un hombre de equipos, una persona que se nutrió de las visiones culturales y artísticas de muchos creadores, pero también fue capaz de entregar sus conocimientos y pensamientos a otros tantos. No acumuló sabiduría: la regaló.
Asimismo, cabe valorar su búsqueda permanente, aun en el otoño de su vida. La vejez no fue obstáculo para seguir creciendo, seguir creando, seguir experimentando. Hoy, cuando en el país existe un número creciente de adultos mayores, Matta nos muestra con su vida que, más que mera fuente de consulta, las personas de la tercera edad son protagonistas, líderes a los que se debe valorar y potenciar.
Finalmente, deseo manifestar que, entre otros reconocimientos, Roberto Matta recibió la Medalla de Oro de las Bellas Artes Españolas en 1985; el Premio Príncipe de Asturias en l992, año en que también le entregaron el Premio Herbert Boeckl en Austria. El Premio Nacional de Arte en Chile lo recibió recién en 1990. Podemos discutir si debía ganarlo antes, pero resulta innegable que no había mejor artista que él para recibir el primer Premio Nacional de Arte el año del retorno a la democracia, una democracia que él propició a su manera, con su original mirada del país y su gente.
Ya se cumplieron 100 años de su nacimiento. Pasarán 100 más, señor Presidente, y Matta seguirá siendo aquel veinteañero que subió a un barco para viajar a Inglaterra, y de ahí iniciar un largo recorrido por España, Francia, Estados Unidos e Italia.
Muchos lugares, muchas culturas marcaron su figura universal y su arte futurista de múltiples lecturas, que, sin embargo, siempre confluyeron en la búsqueda de raíces, las que nunca escondió y que marcaron su tremenda originalidad.
Al respecto, alguna vez el maestro dijo: "Yo busco lo original porque tiene que ver con los orígenes. A mí lo nuevo no me interesa. Lo que me interesa son las raíces. Toda mi cuestión está referida a las raíces".
Pues bien, ha pasado un siglo y podemos decir que las raíces de Roberto Matta fueron, son y serán tan firmes que sus frutos serán deleite de estas y de futuras generaciones.
He dicho.
--(Aplausos en la Sala y en tribunas).