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REPÚBLICA DE CHILE
DIARIO DE SESIONES DEL SENADO
PUBLICACIÓN OFICIAL
LEGISLATURA 338ª, ORDINARIA
Sesión 27ª, en martes 8 de septiembre de 1998
Especial
(De 10:50 a 16:5)
PRESIDENCIA DEL SEÑOR ANDRÉS ZALDÍVAR, PRESIDENTE
SECRETARIO, EL SEÑOR CARLOS HOFFMANN CONTRERAS, SUBROGANTE
____________________
VERSIÓN TAQUIGRÁFICA
I. ASISTENCIA
Asistieron los señores:
--Bitar Chacra, Sergio
--Boeninger Kausel, Edgardo
--Bombal Otaegui, Carlos
--Cariola Barroilhet, Marco
--Cordero Rusque, Fernando
--Díez Urzúa, Sergio
--Fernández Fernández, Sergio
--Foxley Rioseco, Alejandro
--Frei Ruiz-Tagle, Carmen
--Hamilton Depassier, Juan
--Horvath Kiss, Antonio
--Lagos Cosgrove, Julio
--Larraín Fernández, Hernán
--Lavandero Illanes, Jorge
--Martínez Busch, Jorge
--Matta Aragay, Manuel Antonio
--Matthei Fornet, Evelyn
--Moreno Rojas, Rafael
--Novoa Vásquez, Jovino
--Ominami Pascual, Carlos
--Parra Muñoz, Augusto
--Pérez Walker, Ignacio
--Pizarro Soto, Jorge
--Prat Alemparte, Francisco
--Ríos Santander, Mario
--Ruiz De Giorgio, José
--Ruiz-Esquide Jara, Mariano
--Sabag Castillo, Hosaín
--Silva Cimma, Enrique
--Stange Oelckers, Rodolfo
--Urenda Zegers, Beltrán
--Valdés Subercaseaux, Gabriel
--Viera-Gallo Quesney, José Antonio
--Zaldívar Larraín, Adolfo
--Zaldívar Larraín, Andrés
--Zurita Camps, Enrique
Concurrieron, además, los señores Presidente y Consejeros del Banco Central.
Actuó de Secretario el señor Carlos Hoffmann Contreras.
II. APERTURA DE LA SESIÓN
--Se abrió la sesión a las 10:50, en presencia de 22 señores Senadores.
El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- En el nombre de Dios, se abre la sesión.
III. ORDEN DEL DÍA


INFORME DE PRESIDENTE DEL BANCO CENTRAL


El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Esta sesión especial tiene por objeto escuchar el informe anual del señor Presidente del Banco Central, en cumplimiento a lo dispuesto en el artículo 80 de la ley Nº 18.840, Orgánica Constitucional del Banco Central de Chile.
Tiene la palabra el señor Presidente del Banco Central.


El señor MASSAD (Presidente del Banco Central).- Señor Presidente, tengo el honor de presentar ante el Senado el noveno informe del Consejo del Banco Central. Como se encuentra impreso aproximadamente desde hace una semana y obra en poder de Sus Señorías, he preferido hacer una exposición que, recogiendo aspectos centrales de él, agrega información reciente y resalta algunos aspectos específicos.
Como es costumbre, me acompañan todos los Consejeros del Banco Central de Chile.
I. Introducción
Lo que comenzó como una crisis que parecía acotada a un país del Asia se transformó en lo que hoy ya se reconoce como una crisis global. La debilidad de los sistemas financieros y la falta de información completa sobre las obligaciones externas amplificaron lo que pudo ser un simple proceso de ajuste de una cuenta corriente deficitaria hasta convertirlo en un problema que contagió a muchos países. La violenta devaluación de sus monedas, en vez de aminorar las dificultades, las agravó, y la pérdida de confianza de los mercados se extendió a los países emergentes, incluso a América Latina.
La economía chilena enfrenta tiempos difíciles. Aunque sus fundamentos son sólidos, la crisis externa, con sus negativos efectos sobre el comercio exterior y la cuenta de capitales, obliga a moderar el ritmo de crecimiento económico mientras no se recupere la estabilidad en los mercados internacionales. La fragilidad de la economía mundial exige disciplina y prudencia en la formulación de los objetivos macroeconómicos y flexibilidad en la aplicación de las políticas. El programa macroeconómico que se presenta en el informe al Senado busca cumplir con estos requisitos. Como objetivo principal de este programa se persigue afianzar la estabilidad macroeconómica y financiera interna y externa, en un marco internacional muy restrictivo. Para lograrlo, se plantea reducir gradualmente el déficit de la cuenta corriente sobre una trayectoria sostenible en el mediano y largo plazos, consolidar los enormes avances hechos en la disminución de la inflación y lograr, como resultado, una tasa de crecimiento en el corto plazo coherente con el adverso escenario mundial. Ello abrirá las puertas para retomar en los próximos años el rápido proceso de desarrollo económico y social que ha caracterizado a nuestro país en esta década.
Las perspectivas sobre la trayectoria de la economía mundial durante los próximos dos años han experimentado un progresivo deterioro a medida que se conocen los alcances reales de la recesión en Asia y la extensión de sus efectos al resto de las economías del mundo. Asimismo, persiste la volatilidad de los mercados financieros internacionales, de hecho cerrados para la gran mayoría de los países emergentes. Estos desarrollos externos tienen consecuencias de importancia sobre la economía chilena.
Por una parte, la desaceleración de la economía mundial ha restado dinamismo a la demanda de los principales productos básicos. En particular, el precio del cobre ha fluctuado cerca de los 75 centavos de dólar la libra en los últimos meses, casi 20 centavos por debajo de las expectativas iniciales, y el panorama externo no es favorable para esperar un repunte de este precio en el corto plazo. Sumando los aumentos y disminuciones en otros precios, se estima que para el presente año la reducción de los términos de intercambio alcanzará cerca del 10%, lo que resta del ingreso nacional el equivalente a dos puntos porcentuales, unos US$ 1.600 millones. Nuestro país es $ 1.600 millones de dólares más pobre como consecuencia de factores externos.
Por otra parte, en este escenario de mayor incertidumbre, los inversionistas internacionales se han volcado hacia las monedas, mercados e instrumentos considerados más seguros, impulsando un fuerte incremento generalizado en el costo del financiamiento externo de las economías emergentes y una reducción en el volumen de los flujos de capital hacia estos países. En el caso particular de la economía chilena, se ha observado una mayor demanda de las empresas, instituciones financieras y personas residentes en Chile por acumular activos en el exterior, incrementando la diversificación internacional de su portafolio y cubriendo riesgos asociados a las fluctuaciones del tipo de cambio.
Sin embargo, también hay desarrollos internos de importancia para entender la actual coyuntura. A través de los últimos años la demanda y el gasto interno se han caracterizado por un elevado dinamismo. En este período se ha observado un marcado y sostenido incremento en la tasa de inversión total, que ha llegado hasta un 27% del Producto en 1997, sin que haya sido acompañado por un aumento similar del ahorro nacional, todo medido a precios corrientes. En efecto, la tasa de ahorro ha permanecido prácticamente estable en el último sexenio, con fluctuaciones en torno a un promedio de 21% del Producto. Otra forma de ver lo mismo, el déficit de la cuenta corriente se ha ido ampliando gradualmente a lo largo de los últimos años.
Este desarrollo es consecuencia del optimismo prevaleciente a nivel de las empresas y consumidores dentro de un contexto de mayor disponibilidad de financiamiento interno y externo. En efecto, se ha generado una presión creciente por fondos en el mercado de crédito doméstico, impulsando al alza las tasas de interés internas y, a la vez, un mayor uso del déficit de la cuenta corriente o del ahorro externo. Por su parte, el fuerte apetito de los inversionistas internacionales por incrementar su participación en la economía chilena, aun pagando el costo del encaje al financiamiento externo, ha provisto con creces los recursos necesarios para financiar este déficit. Así, durante 1997 la economía recibió recursos externos netos de aproximadamente 10% del Producto Nacional, casi el doble de los requerimientos de financiamiento del déficit de la cuenta corriente. La diferencia incrementó las reservas del Banco Central.
En este contexto de fuertes presiones de demanda interna, la crisis externa y su negativo impacto sobre la relación de términos de intercambio y la oferta de financiamiento externo, así como el aumento de la demanda por activos extranjeros, hicieron inevitable la aplicación de un esfuerzo de contención de la demanda interna para llevar el déficit de cuenta corriente hacia niveles acordes con el nuevo escenario internacional.
Por su parte, el sistema financiero nacional muestra una posición sólida. El indicador de rentabilidad anualizado de la banca alcanzó a julio niveles cercanos a 14%, cifra que se considera adecuada. Asimismo, el crecimiento de las colocaciones en doce meses, aunque declinante, se mantiene en la actualidad por sobre 12%, y la cartera vencida como porcentaje del total de colocaciones, se mantiene en niveles razonables, en torno de 1,2%. La información referente a la clasificación privada de riesgo de las instituciones financieras indica que el riesgo de los instrumentos de los bancos y financieras ha mejorado respecto del año pasado. Cabe destacar que el requerimiento de capital del sistema financiero, medido en torno del Indicador de Basilea, a junio, arroja un nivel de capitalización de 11,5% sobre los activos riesgosos, casi 2% más que el año pasado. No obstante la solidez del sistema financiero, la mayor incertidumbre a nivel global, los cambios en precios relativos en marcha y el propio proceso de ajuste del crecimiento de la economía frente a la crisis externa, hacen necesario reforzar la supervisión de los mercados financieros y modernizar algunas regulaciones, de manera de conciliar la apertura de nuevos espacios para la actividad financiera con el necesario perfeccionamiento de normas prudenciales.
II. Las Políticas en Aplicación
En el período reciente, la combinación de políticas económicas se ha orientado a lograr una mezcla prudente entre mayor financiamiento externo y corrección del nivel de gasto interno. Las acciones del Banco Central han buscado promover un ajuste ordenado de precios relativos y evitar un deterioro en la tendencia de reducción de la inflación. Entre las principales medidas adoptadas, se cuentan la aplicación de una política monetaria, con una orientación más restrictiva a partir de enero del presente año, junto con un mayor grado de flexibilidad en el manejo de la liquidez y la realización de intervenciones ocasionales en el mercado de divisas. Más recientemente, el 25 de junio, se anunció la implementación de una banda más estrecha como guía para el tipo de cambio, la provisión de nuevos instrumentos de cobertura cambiaria y la reducción del encaje en moneda extranjera.
Con el fin de evitar una sobrerreacción de corto plazo en el valor del tipo de cambio y facilitar el proceso de recomposición de cartera, el Banco Central ha vendido en diferentes ocasiones divisas en el mercado cambiario, revirtiendo así la tendencia de acumulación que se había producido en años anteriores, cuando se compraron los activos internacionales al valor del piso o cerca del piso de la anterior banda de flotación del tipo de cambio.
Asimismo, a lo largo de los últimos ocho meses, y como consecuencia de la mayor incertidumbre internacional, la política monetaria se ha dirigido a permitir un mayor grado de flexibilidad en las tasas de interés de corto plazo. Se ha buscado con ello evitar exacerbar las volatilidades en el tipo de cambio y frenar procesos especulativos contra el peso, mediante un control más estricto de la liquidez en moneda nacional. Esta es una respuesta apropiada para enfrentar períodos de turbulencias financieras; así lo demuestra la evidencia internacional y, en particular, la que se desprende de la experiencia reciente de las economías del sudeste asiático. Esta situación se hizo más evidente en los meses de enero y junio, así como también en las últimas semanas de agosto, como consecuencia de la crisis en Rusia. De hecho, los fuertes incrementos de más de 1.000 puntos base que han experimentado los "spreads" de la deuda externa de casi todos los países emergentes, unidos a las expectativas de depreciación de las monedas, generan tasas internas de interés muy altas en todos ellos.
No cabe duda de que en períodos de turbulencias e incertidumbre como el actual, la defensa de la estabilidad macroeconómica puede generar costos, tanto en términos de mayores tasas de interés, como de la moderación de la tasa de crecimiento, pero dicha defensa la creemos indispensable para evitar las enormes pérdidas que puede traer el deterioro de la confianza en el manejo macroeconómico. La evidencia internacional, y especialmente la experiencia reciente de los países del sudeste asiático, demuestran claramente que una política vacilante, que no se decide a adoptar las medidas de ajuste necesarias, puede terminar en una pérdida de confianza financiera, situación que arrastra consigo consecuencias devastadoras en el sistema bancario, y pérdidas enormes y duraderas en la producción y en el empleo, así como también retrocesos en la estabilidad política y social.
Por su parte, la política fiscal ha impulsado una moderación adicional del gasto interno, realizando recortes al presupuesto de gastos del Fisco y de las empresas públicas. El impacto de estos recortes debiera operar con plenitud en la segunda mitad de 1998, de tal forma que el crecimiento de la absorción pública para el resto del año debe estar por debajo del crecimiento observado en su primera parte. Asimismo, tan importante como los recortes realizados en 1998 es el anuncio de una política fiscal cautelosa para 1999. El compromiso anunciado para acotar el crecimiento del gasto público a medio punto porcentual por debajo del crecimiento de la economía, esto es, un aumento no superior a 3,3% real, es una señal que contribuye a despejar dudas, especialmente en un año con elecciones presidenciales. Este compromiso y su cumplimiento es altamente valorado por el Banco Central, como también lo es la disposición a realizar nuevos ajustes si fuese necesario. Es de notar, además, que el compromiso ya asumido acota en forma importante el reajuste posible de conceder en las negociaciones de remuneraciones del sector público. El aporte del gasto público a la reducción del ritmo de crecimiento del gasto de la economía es una contribución al crecimiento de ésta. A medida que las metas del gasto público se hagan efectivas, se irá reduciendo el nivel necesario de las tasas de interés para lograr el ajuste deseado, a la vez que permitirá fortalecer el sector externo de nuestra economía. Sin el ajuste del gasto público, el peso que recaería sobre el sector productivo de la economía y el empleo sería aun mayor. Debo aquí señalar que, al volver de nuestro reciente viaje a Washington, hemos comentado con el señor Ministro de Hacienda la conveniencia de hacer un esfuerzo aún mayor, llevando el crecimiento del gasto público por debajo de 3,3%. El señor Ministro ha recogido positivamente este comentario.
Los antecedentes más recientes indican que las principales variables económicas -crecimiento, cuenta corriente e inflación- se mueven en la dirección apropiada. En el primer semestre del presente año, el Producto Interno Bruto (PIB) aumentó en 6,3% respecto de igual período del año anterior, mientras que la demanda interna creció en 10% en el mismo período, pero sobre una trayectoria de moderación. Las perspectivas para el déficit de la cuenta corriente se mantienen dentro de límites razonables, dadas las circunstancias externas; y la inflación medida por el Índice de Precios al Consumidor (IPC) mostró una disminución desde 6,0% observado a fines del año pasado hasta 5,2% en agosto último. Por su parte, informaciones preliminares muestran que las importaciones totales, por primera vez, se han reducido en términos absolutos en el mes de agosto, comparado con el mismo mes del año pasado, y, también, con julio de este año. No hay duda de que el proceso de ajuste está en marcha. El programa macroeconómico que se presenta en este informe para el presente año y el próximo se basa en la consolidación de estas tendencias.
III. Las Metas del Programa Macroeconómico
En primer lugar, la tasa de inflación ha de continuar sobre una trayectoria de reducción gradual. En el corto plazo, este compromiso se expresa en alcanzar la meta de inflación planeada para el presente año, reconociendo que las presiones provenientes del debilitamiento del peso y la inercia en el ritmo de crecimiento de los salarios nominales podrían retrasar ese logro algunos meses. Asimismo, las políticas macroeconómicas se orientarán para conseguir que en 1999 la inflación se sitúe alrededor de 4,3%, más o menos, y para continuar en los años venideros los avances hacia la estabilidad de precios.
La perseverancia en el objetivo de reducción de la inflación constituye un elemento fundamental para enmarcar la prudencia y disciplina que se requiere del conjunto de políticas económicas. El enfriamiento obligado de la economía y la favorable trayectoria de la inflación internacional abren espacios para realizar avances adicionales hacia la estabilidad de precios, sin generar costos sobre la economía. La meta inflacionaria descendente complementa la corrección esperada en otras variables macroeconómicas, como el nivel de gasto interno y el déficit de la cuenta corriente, al tiempo que contribuye a estabilizar los mercados financieros y fortalece el conjunto de políticas económicas.
Hasta ahora, la inflación medida por el IPC se ha mantenido relativamente estable en lo que va corrido del año, fluctuando levemente por encima de 5,0% anual. En este período, la moderación del ritmo inflacionario se ha visto favorecida por la normalización que mostraron los precios de los productos perecibles y la disminución de los precios de los combustibles. Sin embargo, los indicadores de inflación subyacente, a diferencia de la inflación medida por el IPC, muestran una trayectoria levemente ascendente a través del año. Este aumento se explica, en parte importante, por los incrementos de precios de los rubros no transables y, en particular, de los servicios.
Esta evolución ascendente de las mediciones de inflación subyacente es consecuencia de las mayores presiones de demanda interna que comenzaron a acentuarse en la segunda mitad del año pasado -provenientes tanto del sector público como del privado-, del empuje de los costos salariales y las mayores presiones de costos de importaciones.
A pesar de esta tendencia alcista, el escenario actual es propicio para consolidar, dentro de los próximos trimestres, los avances en la reducción de la inflación. El comportamiento más moderado de las ventas y la acumulación de excedentes de capacidad llevarán a reducir márgenes comerciales. Del mismo modo, los aumentos salariales que se observan hasta ahora deben tender a moderarse en los meses venideros o, alternativamente, el ritmo de crecimiento del empleo mostrará aún mayores señales de ajuste. Además, la disminución en los costos de materias primas y la reducción de los precios de importaciones en dólares para el presente año, así como un nivel de inflación externa positivo, pero bajo, para el próximo año, permitirán reducir presiones inflacionarias externas.
La consolidación de los resultados esperados en la reducción de costos salariales y las presiones de inflación doméstica, requieren que las negociaciones de salarios públicos y privados se enmarquen dentro de los parámetros de menor inflación y crecimiento de productividad que se esperan para este año y el próximo. De lo contrario, se producirán desequilibrios que finalmente se reflejarán en mayor desempleo.
Quiero reiterar en esta oportunidad que, bajo las condiciones de ajuste indispensables para la economía chilena, es extraordinariamente importante que se reconozca la necesidad de moderar las presiones salariales, a fin de evitar aumentos innecesariamente elevados en las tasas de desempleo. En tiempos de estrechez, es inevitable escoger entre mayores salarios o mantención del empleo. Las limitaciones de la demanda impedirán, a la vez, que se manifiesten ampliaciones generalizadas de márgenes comerciales o de utilidades.
En segundo lugar, se estima que el déficit de cuenta corriente de 1998 alcanzará alrededor de US$ 5.150 millones, pero sobre una trayectoria de reducción hacia el próximo año, para situarse en 1999 en aproximadamente US$ 4.500 millones (en torno a 5,5% del PIB). La cifra proyectada para el presente año está por encima del déficit que se preveía un año atrás, de US$ 4.400 millones, lo que representa un incremento prudente en el uso del financiamiento en el comercio externo, pero al mismo tiempo es inferior en al menos US$ 1.000 millones al que se podría haber generado de no mediar el proceso de ajuste en implementación. Así se busca un ajuste gradual del sector externo que minimice efectos negativos sobre el Producto. En el mediano plazo, se persigue una reducción adicional en el déficit de la cuenta corriente, para alcanzar niveles más moderados, del orden de 4% al 5% del PIB, lo cual necesariamente plantea el desafío de aumentar sustancialmente el ahorro interno si queremos mantener un crecimiento como el que acostumbramos tener en la última década.
Para el presente año, en su conjunto, el volumen de las ventas al exterior crecería por encima de 7,0%, liderado por el aumento de las exportaciones no tradicionales. Este resultado se compara favorablemente con períodos anteriores de desaceleración en la economía mundial, en que las exportaciones chilenas han experimentado disminuciones más marcadas en su tasa de crecimiento. Así, las exportaciones continúan mostrando un ritmo de expansión sostenido y superior al crecimiento del PIB, como ha ocurrido en forma casi continua a lo largo de la última década.
Para el próximo año no se esperan cambios significativos en los precios de las materias primas de exportación. Por su parte, el volumen de los envíos al exterior experimentaría un aumento de aproximadamente 10%, resultado que se encuentra muy influido por el incremento de alrededor de 15% en los envíos de cobre que se espera para 1999. Por su parte, el proceso de ajuste de las importaciones se acentuaría en la segunda mitad de este año y su crecimiento sería muy moderado en 1999, coherente con la evolución esperada de la demanda interna.
En tercer lugar, la corrección en el saldo de las cuentas externas requiere acentuar el esfuerzo de contención de la demanda interna en lo que resta de este año y el próximo. En el corto plazo, esta situación, junto al menor empuje de la demanda externa, llevarán a una moderación del ritmo de crecimiento de la actividad económica en 1998, que de todos modos será una cifra apreciable (alrededor de 5%). A su vez, se requiere que el crecimiento de la demanda interna en 1999 sea muy moderado, lo que, junto con el repunte en la demanda externa neta -esto es, la diferencia entre exportaciones e importaciones-, llevaría el crecimiento del PIB a un valor de alrededor de 3,8%. Este resultado -cerca de la mitad del crecimiento de tendencia en la última década- es adecuado, considerando el complejo escenario externo y representa casi el doble del crecimiento mundial proyectado para 1999. En la medida en que continúen avanzando las correcciones esperadas en la relación de gasto a ingreso nacional y no se produzca un deterioro adicional del escenario externo, la economía estará en las condiciones apropiadas para entrar en una fase de gradual aceleración que conducirá hacia tasas de crecimiento más cercanas a su potencial. En cualquier caso, no debe perderse de vista que el crecimiento económico promedio de la presente década, aun con la moderada expansión esperada para 1999, es el mayor de este siglo.
A pesar de las contingencias de corto plazo, no se debe perder de vista que los fundamentos de mediano plazo de la economía chilena permanecen sólidos, y que es posible hacia el futuro continuar mostrando un desempeño tan exitoso como el de la última década. En definitiva, el potencial de crecimiento de la economía depende de su capacidad de inversión en capital físico y humano, de la flexibilidad de los mercados y de la iniciativa empresarial para incorporar nuevas tecnologías y desarrollar nuevos productos y servicios. En la actualidad, la tasa de inversión fija es la mayor desde que existen registros históricos, se observan progresos en el nivel de educación de la fuerza de trabajo y aparecen nuevos sectores que toman el liderazgo en el crecimiento económico. Hacia el futuro, la principal limitante para retomar la senda de crecimiento alto y sostenido es el esfuerzo de ahorro interno. La tasa de ahorro nacional debe aumentar, por lo menos, hasta 23% del PIB -cerca de dos puntos más que el promedio del último sexenio-, con el fin de mantener la tasa de inversión en un nivel similar al observado en los últimos años, al mismo tiempo que el déficit de la cuenta corriente no debe superar los límites prudentes, en el rango de 4% a 5% del Producto. Ésa es la tarea que tenemos por delante.
Señor Presidente, señores Senadores, la economía chilena enfrenta tiempos complejos. La crisis asiática, con sus efectos sobre el comercio exterior y el costo y disponibilidad del financiamiento externo, ha puesto y seguirá poniendo a prueba la voluntad del país para enfrentar los retos asociados a estos tiempos de turbulencia e incertidumbre internacional. Aunque la posición financiera es saludable y la economía tiene sus fundamentos sólidos, ésta es la hora de reafirmar la convicción en políticas macroeconómicas prudentes y exigentes. Es imposible para el país mantener un crecimiento cercano al potencial en tanto las turbulencias externas no amainen y se consolide un proceso de recuperación de la estabilidad en los mercados mundiales. No reconocer que se debe afrontar un período relativamente más duro, provocaría un efecto irremediablemente negativo en la administración económica del país, situación que, por sí misma, profundizaría significativamente los efectos de la crisis asiática. La globalización de los mercados y la fuerte vinculación de Chile con el resto del mundo -que han permitido al país una década de sostenido crecimiento-, contienen también un elemento disciplinador sobre el manejo de las políticas macroeconómicas que no es posible soslayar y que obliga a una actitud permanentemente cautelosa y de gran celo en defensa de la estabilidad, justamente en los momentos de prueba.
Desgraciadamente, las soluciones fáciles no existen. Todas acarrean costos. En la actual coyuntura, cabe reafirmar el compromiso con el proceso de reducción gradual pero persistente de la inflación, hasta llevarla a una cifra cercana a 3% anual, así como perseguir el propósito de que el déficit en cuenta corriente se reduzca a partir de 1999 hasta que alcance gradualmente niveles razonables -entre 4 y 5% del PIB- en el mediano plazo. Los instrumentos de política monetaria han de aplicarse de manera coherente con estos propósitos, confiando en la continuación de una política fiscal responsable y ajustada a los tiempos. El éxito de esta empresa, se traducirá en que la economía nacional retornará en los próximos años a su crecimiento potencial y en que los incrementos en la tasa de desempleo y la reducción en la tasa de crecimiento de los salarios serán fenómenos acotados y también temporales. Pero ese éxito depende en forma crucial de la credibilidad de las políticas. La ecuación es simple: a mayor credibilidad en las políticas macroeconómicas, por exigentes que sean, menor el sacrificio en cuanto a la desaceleración del crecimiento económico, del empleo y los salarios. El relajamiento prematuro de las políticas de ajuste o reacciones exageradas en el tipo de cambio, sólo arruinarán la estabilidad conseguida a lo largo de una década y conducirán al país a un período más prolongado de menor crecimiento y mayor inflación.
Sin embargo, las circunstancias externas son cambiantes, y obligan a ajustar nuestras políticas. Por ejemplo, en días pasados se han producido presiones contra el peso, motivadas por el efecto contagio de las negativas evaluaciones internacionales de las políticas de otras naciones. Cinco bancos en el país manejaron de manera poco prudente su liquidez, forzando alzas inusuales de las tasas interbancarias.
Con el fin de desestimular una repetición de situaciones como éstas, el Consejo del Banco Central acordó dividir el período de encaje en dos subperíodos, para buscar un comportamiento más cauteloso en el manejo de la liquidez en el mercado. El acuerdo correspondiente se publicó en el día de ayer en el Diario Oficial y se aplicará en el próximo período de encaje, que comienza mañana 9 de septiembre.
Señor Presidente, señores Senadores, el viernes 4 de septiembre recién pasado, al mediodía, concluyó en Washington una reunión sin precedentes: los Ministros de Hacienda y los presidentes de los Bancos Centrales de nueve países latinoamericanos, de los Estados Unidos y de Canadá, a invitación del Director Gerente del Fondo Monetario Internacional, se reunieron en la sede de este organismo. Participaron también los presidentes del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo. El propósito de la reunión fue intercambiar ideas sobre políticas económicas dirigidas a enfrentar las difíciles situaciones de algunos de ellos en el contexto de una crisis internacional que se agrava.
En el curso de la reunión, se anunció que una clasificadora internacional de riesgo había degradado la clasificación de Brasil y de Venezuela, y que señalaba estar estudiando una reducción de la de Argentina y México. Rusia ha suspendido sus pagos; Japón aún no inicia un proceso de recuperación, y se mantiene en recesión con una pérdida de producto de 3,5%. Corea ha caído más de 6%; Indonesia lo ha hecho en 16%; Malasia ha caído 7 %; Tailandia, 6,5 %. La proyección del crecimiento de la economía mundial ya ha sido reducida tres veces en los últimos 6 meses. Aún más, no hace tres semanas que recibimos un borrador de la proyección de la economía mundial para 1999, elaborado por el Fondo Monetario Internacional, y ya se nos ha informado en Washington que esa proyección será nuevamente revisada hacia abajo antes de fines de este mes.
En ese contexto, hemos sostenido la necesidad de que el mundo actúe en conjunto para enfrentar la crisis. Señalamos que los países más ricos del orbe tienen en sus manos el adoptar concertadamente las políticas que podrían empujar hacia arriba la economía mundial, de modo que los ajustes necesarios se hagan en un ambiente de crecimiento y no de recesión. No se trata de evitarlos, sino de hacerlos en un ambiente de crecimiento y no de recesión. Mientras se logran los difíciles acuerdos internacionales requeridos, si es que se logran, no podremos evitar recibir desde el exterior presiones negativas sobre nuestra economía. El Presidente Frei llevó esta preocupación a la reunión de los Presidentes de los países del Grupo de Río, lo que hará posible ejercer las acciones políticas necesarias para lograr avances sustantivos en la próxima Asamblea de Gobernadores del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional en octubre próximo.
Estamos preparados para continuar creciendo, pese a esas circunstancias adversas. El país ha construido a través de los años bases muy sólidas en sus políticas y en sus instituciones. Pero no podemos evitar reducir el ritmo de nuestro crecimiento para impedir la generación de desequilibrios insalvables que amenazarían mucho más que nuestra economía.
Continuaremos presionando por las soluciones internacionales necesarias. Pero, con o sin ellas, la responsabilidad de la economía chilena recae sobre los chilenos. Frente a la dificultades de hoy, pensamos que es necesario aunar las voluntades más que acentuar los desacuerdos; proteger a los más débiles antes que renunciar a los ajustes necesarios; enfrentar las dificultades y los obstáculos antes que esconderlos, y demostrar, una vez más, que este país, de economía y geografía difíciles, se sobrepone a los embates externos y es capaz de construir sobre ellos.
He dicho.

El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Están inscritos para intervenir o hacer consultas diversos señores Senadores. En todo caso, quienes no se hayan inscrito, pueden hacerlo en la Mesa.
Tiene la palabra el Honorable señor Foxley.

El señor FOXLEY.- Señor Presidente, hace aproximadamente un mes el Senado tuvo oportunidad de oír al señor Presidente del Banco Central, con motivo de una reunión ampliada abierta de la Comisión de Hacienda. En esa ocasión, se puso énfasis en una discusión acerca de temas que genéricamente podríamos llamar de diagnóstico de la situación actual.
Por eso, en mi intervención deseo concentrarme más bien en puntos que dicen relación con una mirada hacia adelante, como, por lo demás, lo ha hecho el señor Presidente del Banco Central.
Desde luego, me parece que corresponde expresar un apoyo no ambiguo, sino muy claro, a la conducción económica del país en estos momentos de fuerte turbulencia externa, donde se está demostrando que se tiene la mano firme sobre el timón y que, por lo tanto, no hay razones para pensar que en Chile se pudieran repetir situaciones tan desequilibrantes como las descritas respecto de países del este de Asia por el Presidente del Instituto Emisor al final de su intervención.
Mirando hacia adelante, deseo mencionar rápidamente unos puntos y después realizar un análisis un poco más de fondo.
Estimo que el planteamiento efectuado hoy día por el Banco Central, en términos de las metas económicas para 1999, es básicamente razonable. Creo que dichas metas -tanto en materia de consolidar lo avanzado para combatir la inflación como en cuanto al establecimiento de un realista menor ritmo de crecimiento para 1999- son creíbles y, por lo tanto, van a dar confianza a los mercados y estabilizar las expectativas.
Obviamente, la meta de crecimiento del próximo año pone al Gobierno y también al Congreso una exigencia extraordinariamente fuerte con relación al Presupuesto de la Nación, que comenzaremos a discutir en un par de semanas más en la Comisión Especial. Nos parece que el objetivo fundamental del próximo ejercicio presupuestario debería ser el mismo que acompañe a la política salarial durante 1999, vale decir, poner en el primer lugar de las preocupaciones el tema del empleo.
No cabe duda de que con metas de crecimiento más bajas y con un cuadro económico externo muy incierto, en los próximos 18 meses, un alto número de chilenos verán amenazados sus empleos. Según nuestras estimaciones, si no se maneja adecuadamente la situación, podría perderse una cifra del orden de los 100 mil empleos.
Por lo tanto, comparto la preocupación del Ministro de Hacienda y del Presidente del Banco Central en el sentido de enmarcar el aumento del gasto público en -ojalá- no más allá de 3 por ciento, lo cual supone una fuerte readecuación de recursos -dentro de ese marco- hacia actividades relacionadas con generación de fuentes de trabajo. De allí que algunos Senadores consideremos que se deben concentrar recursos en programas de mejoramiento urbano y de calidad de vida -los cuales pudieran tener un impacto muy fuerte en el empleo- así como también en actividades destinadas a atacar el problema de la sequía en zonas rurales.
Aunque no sea muy popular decirlo -no es el momento de ser ambiguos sobre el particular-, en materia de salarios creo oportuno hacer algún tipo de observación respecto de lo señalado por la Asociación Nacional de Empleados Fiscales sobre sus aspiraciones de reajuste de remuneraciones. Tal entidad precisó que desea un aumento superior al 12 por ciento, lo cual -quiero decirlo con todas sus palabras- me parece una meta extravagante, si se considera la actual situación económica del país.
Se trata de un aumento de remuneraciones que supone triplicar la inflación esperada para el próximo año, lo cual no se condice con el buen espíritu constructivo demostrado por distintos sectores del país -comenzando por el Gobierno-, los cuales plantean una forma solidaria de enfrentar el muy difícil cuadro externo, donde, obviamente, si los empleados públicos se llevan un reajuste que triplique la tasa de inflación esperada, por esa sola decisión se comprometerían los empleos de miles de personas, pues habría que recortar gastos en rubros que necesitan mucha mano de obra.
Quiero hacer un breve comentario sobre otro asunto que se presentará más adelante: la reducción de aranceles.
Esperamos que la reducción de ellos, con la gradualidad y prudencia consideradas en el actual proyecto, sea implementada en el futuro, tal vez no con tanta urgencia como se había pensado originalmente. Los próximos 10 ó 12 meses van a ser muy complicados, y uno de los temas por discutir podría ser lo relativo al momento exacto para el inicio de la implementación de dicha reducción de aranceles. Por lo menos a mí me parece que no posee la urgencia que podría haber tenido en condiciones externas más normales.
Por otro lado, en el cuadro actual, más que el impacto de la rebaja de aranceles sobre la competitividad, en mi opinión debe mirarse con especial cuidado cuál es el saldo fiscal que queda como consecuencia de la fórmula de financiamiento de la reducción de aranceles. Sería nefasto en este período que fuera negativo; es decir, que se redujeran aranceles, con una disminución de los ingresos del Erario y que, por lo tanto, dicha rebaja tuviera un carácter expansivo. Pienso que deberíamos hacer lo contrario. Ojalá existiera ánimo político para establecer una disminución gradual de aranceles que deje un saldo positivo al Fisco, el cual deberá ahorrar íntegramente.
Lo anterior, sin duda, ayudaría a concretar lo expresado por el Presidente del Banco Central en su presentación anterior en el Senado; vale decir, que una rebaja de aranceles logre crear espacio para un aumento gradual, razonable y prudente del tipo de cambio real en la economía, factor esencial, a mi juicio, en el panorama que se anuncia para fortalecer las actividades productivas y hacer posible, al mismo tiempo, que se concreten metas adecuadas de empleo.
Señor Presidente, más allá de estas consideraciones de política económica interna, quiero hacer una reflexión más de fondo, pues, en mi concepto, estamos frente a un proceso de globalización, del cual el país ha participado ya por 15 ó 20 años, proceso que ha demostrado, sin embargo, carecer de conducción a nivel internacional.
Japón forma parte del Grupo de los Siete desde siempre. Tiene una situación recesiva y una crisis financiera desde hace por lo menos ocho años; pero ninguno de los países que conforman ese grupo ha podido coordinar una acción que dé cuenta de la situación de un país como Japón, que representa un octavo de la economía mundial,
Desde hace dos años, Rusia forma parte del Grupo de los Siete, el cual se ha extendido; o sea, ahora es el Grupo de los Ocho. La situación de la economía rusa se orientaba hacia el colapso y ninguno de los siete países más industrializados del orbe pudo hacer algo para evitarlo.
El Fondo Monetario Internacional hasta hace un año estaba exaltando las virtudes y los éxitos de los países del este de Asia e incentivando al resto del mundo a seguir exactamente ese camino. Sin embargo; las naciones asiáticas no habían puesto las cifras sobre la mesa; sus cuentas financieras estaban malas, y existía un deterioro en sus bancos, lo que hoy día se demuestra con el derrumbe de muchos de esos sistemas financieros. Esos gigantes económicos parecían tener pies de barro.
Por último, el liderazgo de Estados Unidos en todo este proceso -desde el punto de vista del poderío político, es potencia mundial sin ningún cuestionamiento- es tan débil que no ha sido capaz de convencer a su Congreso para llenar las arcas del Fondo Monetario Internacional, las cuales están prácticamente vacías. Por lo tanto, como bombero del sistema financiero internacional, está con enormes dificultades para apagar el próximo incendio. Y para qué hablar de la relación Clinton-Yeltsin, que no ha demostrado ser muy eficaz para enderezar la conducción de la economía rusa en estos momentos de gran incertidumbre internacional.
En consecuencia, la pérdida de confianza en los mercados financieros internacionales tiene un trasfondo político que no se puede ignorar. Por lo tanto, coincido con lo planteado por el Presidente del Banco Central: aquí hay una ausencia de coordinación política a nivel global por parte de los siete países industrializados, lo que, de alguna manera, ha hecho mucho más grave la crisis de lo que podría haber sido en presencia de una mejor coordinación.
Como reflexión de futuro, pienso que es lamentable la tremenda asimetría que produce la creciente sofisticación de análisis que han desarrollado los grandes organismos privados que financian las inversiones en el mundo. Los analistas internacionales tienen modelos cada vez más avanzados para predecir los comportamientos de los mercados financieros y sus reacciones se asemejan a las pautas de un rebaño incapaz de distinguir en lo más grueso -no digo ya en lo fino-, las situaciones de distintos países. En estos momentos, una economía como la chilena -que tiene una situación, en lo fundamental, muy sólida- se mezcla con países de Asia, América Latina o África, con realidades absolutamente dispares. Efectivamente, al respecto los analistas no predicen la crisis ni son capaces de convencer a quienes toman las decisiones de movimiento de miles de millones de dólares al día, y decir que aquí hay un país interesante, que se ha manejado bien y que no merece el castigo de una salida brusca, abrupta, de tales capitales, lo que genera un problema de desajuste no sólo social, sino eventualmente político.
No puede ser que treinta operadores mal informados de Wall Street determinen la suerte de las economías y de muchos sistemas políticos en el mundo. No hay que olvidar que, como consecuencia de esta sobre reacción, cayeron los Gobiernos de Tailandia, de Indonesia, de Japón, de Corea y está a punto de caer el de Rusia.
Por lo tanto, hacia el futuro, debemos hacernos la siguiente prfegunta ante esta situación real, de escasa o nula supervisión internacional. ¿Qué le corresponde hacer hoy día a un país pequeño, abierto, que ha seguido todas las reglas indicadas por la comunidad internacional para insertarse positivamente en un proceso de globalización e internalización, frente a esa falta de liderazgo y conducción?
En mi concepto, Chile, más que hipótesis, tiene derecho a tomar algunas medidas elementales de protección. La primera de ellas es precaverse de un posible dumping asiático significativo durante el próximo año. Conforme a las cifras indicadas por el Presidente del Banco Central, los países del Asia se hallan en una recesión que se profundiza, en un sistema de devaluaciones competitivas; y, como no podrán colocar sus productos en sus mercados internos, han de buscar mercados abiertos en el mundo para vaciarlos a precios de liquidación. Esto puede constituir un problema no menor ni marginal, sino masivo, en textiles, calzado, cuero y otros productos.
Me parece que el Congreso debe legislar con urgencia -entiendo que el Gobierno va a enviar el proyecto de ley respectivo- sobre cláusulas de salvaguardia. Al revés de lo que ocurre hoy con la Comisión de Distorsiones, que opera con mucha lentitud y pone el peso de la prueba en el productor -el cual debe ir a investigar al país de origen si el producto está o no está vendido a precios inferiores a los costos, etcétera-, Chile necesita un mecanismo automático, en el sentido de que, si aumentan brusca o violentamente las importaciones de algunos de esos Estados en situación crítica, se gatille instantáneamente un sistema de sobretasas arancelarias que lleve los precios de esos productos a un nivel de competencia real o que, incluso, excluya la presencia de ellos en el mercado.
A lo anterior, agrego: ¡Ojo con la situación del MERCOSUR! Porque tenemos el siguiente problema. Brasil y Argentina, países integrantes de dicho tratado, cuentan con regímenes cambiarios absolutamente diferentes. En estos días, el primero de ellos está siendo atacado especulativamente. Ha perdido 15 mil millones de dólares en reservas en las últimas cinco semanas; y no es un misterio el que las expectativas de devaluación son muy altas. Pregunto: cuando devalúe Brasil, ¿qué hará Argentina? Esta última está comprometida en la convertibilidad, es decir, en un tipo de cambio fijo con el dólar y, probablemente, no podrá salirse de este esquema. Por lo tanto, ¿qué hará para compensar la devaluación de Brasil? Va a subir sus aranceles aduaneros fuertemente, para provocar una devaluación sin devaluar. ¿Cómo reaccionará nuestro país, que ha suscrito un acuerdo con el MERCOSUR cuyos mercados para los productores chilenos, hoy asediados por los productos del Asia, es indispensable que no se cierren? ¿Qué hará la Cancillería al respecto? ¿Qué va a realizar el Gobierno chileno? ¿Cómo nos vamos a preparar para enfrentar esa eventualidad?
Por otra parte, deseo formular dos breves comentarios adicionales de reflexión a este cuadro nuevo de globalización sin conducción y, por lo tanto, sin protección para los países pequeños.
A mi juicio, debemos repriorizar nuestras cosas. Y la agenda política de Chile en el futuro debe poner en primer lugar de la tabla la protección social de sus ciudadanos. No se halla establecido como un derecho en la comunidad internacional que el comportamiento irracional de los operadores financieros a escala mundial signifique, al final, que lo deban pagar los ciudadanos de un país que ha seguido todas las reglas de esa economía. Chile tiene que establecer, con urgencia, un seguro de desempleo; estatuir con prioridad un seguro universal garantizado de salud, provisto pública o privadamente; tiene que mejorar su sistema de previsión. Porque tampoco constituye una situación razonable el que, debido a especulaciones en los mercados europeos o de Estados Unidos, los fondos de pensiones en Chile pierdan 10 por ciento de su valor en un año, creando una tremenda inseguridad en los ciudadanos que han puesto allí sus recursos para jubilar.
Por último -para terminar con una nota de mayor optimismo-, el país tiene y ha acumulado un capital político, a mi juicio, muy notable. Está demostrado por la forma como los distintos sectores de la vida nacional, los diferentes partidos políticos y los diversos miembros del Parlamento han encarado la crisis internacional en semanas recientes. La actitud que he visto ha sido casi generalizadamente constructiva. No he observado planteamientos demagógicos, sino un gran sentido de sobriedad y de reconocimiento, donde, en una situación seria, debemos poner al país por encima de los intereses partidistas. En mi opinión, en lo que viene en los próximos meses existe la necesidad de compartir responsabilidades entre todos nosotros a nivel nacional, diciendo las cosas duras que hay que decir, como yo las dije hoy respecto de ciertas peticiones salariales. Ojalá, esta responsabilidad compartida nacionalmente la pudieran adoptar también los países industrializados, porque, sin liderazgo, el curso futuro de la globalización en el mundo va a ponerse en cuestión. Cuando las caídas de producción son como las que nos señalaba el Presidente del Banco Central; cuando la mitad de la población en Indonesia ha caído bajo la línea de pobreza; cuando el ciclo de aumento de tasas de interés, sin coordinación, se convierte en la reacción instintiva en todos los países para defenderse de los ataques contra sus monedas, podemos terminar en un mundo en recesión, con un desempleo muy alto. Y, a mi juicio, allí vendrá una reacción muy fuerte de los pueblos de muchos países en contra de la globalización y encaminada a cerrar de nuevo las economías.
Como ése no es un buen desenlace, en mi concepto, el Congreso y el Gobierno de Chile deberían unir fuerzas para hacer llegar a los países industrializados la legítima preocupación de una nación que ha sabido seguir las pautas y normas de ese supuestamente nuevo orden financiero internacional, que hoy día sufre sus consecuencias y que, por lo tanto, tiene derecho a reclamar un mejor comportamiento de los socios principales, que son los países industrializados.

El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Hay seis señores Senadores inscritos. Podríamos fijar diez minutos por intervención.

El señor OMINAMI.- Señor Presidente, importante habría sido que el tiempo se estableciera al comienzo de la sesión.

El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Efectivamente, por error la Mesa no lo planteó al inicio de la sesión.
Me parece que diez minutos es un tiempo suficiente.

La señora MATTHEI.- Señor Presidente, deseo saber si tendremos la posibilidad de hacer nuevas preguntas al titular del Banco Central.

El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- En sus intervenciones, Sus Señorías las pueden formular.

La señora MATTHEI.- Señor Presidente, no desearía que operara el antiguo sistema: cada Senador hace algunas preguntas y, finalmente, el Presidente del Instituto Emisor las responde todas juntas, careciendo de toda posibilidad de contrapreguntar.
Creo que la situación que vive el país es demasiado grave para que sigamos en ese esquema, sin que haya diálogo.

El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- No puedo quitar el derecho que reglamentariamente corresponde a cada Senador. Desde luego, Sus Señorías pueden formular preguntas y, por supuesto, el Presidente del Banco Central podrá contestarlas.

El señor DÍEZ.- ¿Me permite, señor Presidente?

El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Siempre que sea una moción de orden, porque, de lo contrario, se va a iniciar un debate.

El señor DÍEZ.- Señor Presidente, deseo hacer una sugerencia.

El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Tiene la palabra el Honorable señor Díez.

El señor DÍEZ.- Señor Presidente, me parece que el tema es de tanta relevancia que deberíamos prorrogar la hora de término de la sesión, suspenderla a la hora de almuerzo y reiniciarla posteriormente, dejando sin efecto, si fuere necesario, la sesión ordinaria de la tarde, con el objeto de que, tanto las opiniones como las preguntas de los señores Senadores, no tengan limitación de tiempo.
Estoy seguro de que el debate es tan serio -dice relación al bien común y no a la cuestión política de cada partido- que aquí no haremos discursos políticos ni se repetirán los argumentos esgrimidos por unos y otros. Estimo indispensable oír a los diversos señores Senadores y que todos cuenten con la oportunidad de formular preguntas y, después de las respuestas del Presidente del Banco Central, volver a preguntar. En tal sentido, no me parece adecuada la limitación de tiempo y podríamos extender la sesión.

El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Para los efectos de proceder según lo solicitado por el Senador señor Díez, en cuanto a suspender la sesión de la tarde, se requiere el acuerdo unánime de la Sala.
Quiero sugerir que continuemos con el debate, sin perjuicio de las preguntas que se formulen. Si los señores Senadores no desean limitación de tiempo, no se impondrá. Normalmente en una discusión general la intervención de los Senadores se limita a 15 minutos. Por ello, es lógico que tengamos que ceñirnos a un plazo
.
Tiene la palabra el Senador señor Novoa.

La señora MATTHEI.- Perdón, señor Presidente. No estoy pidiendo más tiempo, sino que se contemple la posibilidad de contrapreguntar.

El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Se van a formular preguntas y Su Señoría podrá hacerlo. Nadie la va a negar ese derecho.

La señora MATTHEI.- Gracias, señor Presidente.

El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Tiene la palabra el Honorable señor Novoa.

El señor NOVOA.- Señor Presidente, de acuerdo a su ley orgánica, el Banco Central tiene tres funciones fundamentales para el desarrollo de la economía del país. La primera apunta a la preservación de la estabilidad en el valor de la moneda; la segunda, velar por el normal funcionamiento de los pagos externos, y la tercera, cautelar la estabilidad financiera.
En mi opinión, el Banco Central ha cumplido exitosamente la primera de ellas, es decir, velar por la estabilidad del valor de la moneda. Pienso que disminuir la inflación a un 3 por ciento anual, como lo ha señalado el señor Presidente del Banco Central, es evidentemente una meta que debe ser considerada prioritaria.
Desgraciadamente, estimo que las funciones restantes se hallan en este momento -por decirlo en términos suaves- en tela de juicio.
En cuanto a velar por el normal funcionamiento de los pagos externos, nuestro país se encuentra experimentando un déficit de cuenta corriente altamente riesgoso. El señor Presidente del Banco Central ha señalado que este año se espera terminar con un déficit de 5 mil 150 millones de dólares, o sea, poco más del 6 por ciento, cifra que siempre se ha estimado como un tope máximo en el déficit de la cuenta corriente. Sin embargo, otros análisis sitúan el déficit de la cuenta corriente en una cantidad mayor hacia fines de año.
Deseo llamar la atención sobre el grave riesgo que significa para el normal funcionamiento de los pagos externos el hecho de que nuestro país muestre un déficit de cuenta corriente que no sea manejable.
En lo referente a cautelar la estabilidad financiera, durante este año hemos presenciado en varias oportunidades la paralización de operaciones bancarias, por encontrarse las tasas de interés en límites tan altos que han impedido a los bancos renovar operaciones. En efecto, esas tasas excedían el interés máximo convencional.
Esta situación se ha producido en diversas ocasiones, y nos encontramos ya con una tasa de interés muy preocupante hacia el futuro, pues ello puede incidir en la sanidad de la cartera de los bancos. De persistir esta situación, ella podría comprometer la estabilidad de nuestro sistema financiero.
Entiendo que una parte de estos problemas se origina en la crisis internacional, pero quisiera hacer hincapié en que hay ciertos factores internos que también explican esta situación.
Nuestra economía, que durante mucho tiempo ha mantenido un equilibrio macroeconómico admirado y reconocido por todos, ha sufrido dos desajustes importantes: un tipo de cambio bajo y tasas de interés altas. Durante años hemos tenido ese fenómeno, en el que el precio de dos variables fundamentales para la economía está distorsionado. Evidentemente, esta situación no tiene nada que ver con la actual crisis internacional.
Gran parte de la responsabilidad del deterioro de esos dos precios importantes de la economía se debe a un gasto fiscal expansivo en los últimos años. Además, inciden en esta situación -repito, aparte el fenómeno internacional- algunas medidas tributarias que han desincentivado el ahorro al punto de que el señor Presidente del Banco Central pone ahora como principal prioridad recuperar el ahorro interno del país.
También repercute en la situación actual el hecho de que muchas medidas se hayan adoptado en forma tardía; que haya habido mucha demora en reconocer los efectos de la crisis, y que, incluso este año, después de haber tenido en enero un primer remezón muy fuerte y absolutamente desproporcionado respecto a lo que podrían ser los efectos de una crisis internacional en un país que exhibía tan brillante desempeño macroeconómico, en el mes de marzo se da una señal completamente contraria a una conducción económica prudente, al anunciarse un plan social que involucraba un gasto de 500 millones de dólares. Es evidente que nadie puede dejar de reconocer la necesidad de incrementar el gasto social y atender las demandas de los sectores más postergados, pero pareció bastante sorprendente que, después de una crisis profunda en el mes de enero y cuando todo hacía aconsejable revisar el Presupuesto de la Nación hacia abajo, porque era evidente que las metas de crecimiento no se cumplirían, el Gobierno anunciara un programa de expansión del gasto social.
Esas consideraciones me mueven a hacer los siguientes comentarios.
En primer lugar, compartiendo en gran manera lo señalado por el Honorable señor Foxley, quiero poner énfasis en los aspectos internos que explican en parte importante la difícil situación económica que hoy vivimos.
No creo que todo pueda atribuirse a situaciones internacionales, ni a la decisión de operadores de mesas de dinero en Wall Street.
Cuando la Banca internacional observa que un país aumenta en forma sustancial su déficit en cuenta corriente, que durante muchos años va perdiendo competitividad, siente cierto temor frente a su comportamiento. Entonces, quiero poner énfasis en la necesidad de corregir los aspectos internos que explican la causa de nuestras dificultades económicas.
Frente a una situación de este tipo es muy poco lo que el Congreso puede hacer. Lo único sería recortar los gastos en el Presupuesto de la Nación.
Yo quisiera interpretar las palabras del señor Presidente del Banco Central en el sentido de que él ya no está comprometido con un crecimiento del gasto de 3,3 por ciento para el próximo año. Quiero preguntarle en forma directa si considera que el Parlamento puede colaborar con la función del Banco Central, impidiendo que el gasto público crezca para el próximo año o, si no se puede mantener el nivel de gasto, al menos que la expansión sea sustancialmente menor al 3 por ciento.
Por último, pienso que podríamos tomar algunas lecciones en lo que se refiere a reacciones tardías o a pronósticos errados, o incluso ver con mucha atención lo que pasará con la revisión que se haga en el mundo sobre las cifras para el próximo año. Nada me gustaría más que Chile pudiera crecer en 3,8 por ciento; pero si asumimos como base de la formulación de la Ley de Presupuestos esa cifra y no otra menor, podríamos encontrarnos a poco andar del siguiente ejercicio anual con que hemos tomado decisiones erradas.
Quiero proponer que se tomen cifras más conservadoras, y que si efectivamente el crecimiento del país resultara superior a las cantidades estimadas, consideremos eso como un aporte al ahorro que el país tanto necesita. El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Se formuló una pregunta al señor Presidente del Banco Central. ¿Tal vez el señor Massad preferiría que se acumularan algunas consultas más, para el caso de que algún otro señor Senador se refiriera al mismo punto?
Muy bien. Tiene la palabra la Honorable señora Matthei.

La señora MATTHEI.- Señor Presidente, el discurso del señor Presidente del Banco Central y la meta de crecimiento de 3,8 por ciento anunciada en días pasados serían adecuados si se pensara que tocó fondo la crisis mundial desatada a partir del fenómeno asiático. Sin embargo, todas las noticias que llegan del resto del mundo son malas. Japón aún no inicia políticas de recuperación; tampoco ha empezado siquiera a enfrentar la severa crisis financiera que lo afecta desde hace ya muchos años. La situación de Rusia no podría ser peor: además de las dificultades económicas, enfrenta una seria crisis política que la paraliza en la adopción de medidas para enfrentar su situación.
Ya se ha anunciado una degradación en la clasificación de riesgo de Brasil y de Venezuela, y probablemente veamos en las próximas semanas una clasificación peor para Argentina y México. Nadie duda ya de que lo que está pasando en las economías emergentes es un desastre. La pregunta que todo el mundo se hace hoy es si esto se va a traducir en una catástrofe a nivel mundial.
Las proyecciones de crecimiento de todos los países y de la economía mundial se siguen revisando continuamente, y sin excepción todas tienden hacia la baja.
Existe la sensación de que el Gobierno reacciona tarde y en forma insuficiente ante las malas noticias externas. Si a principios de año hubiera anunciado un crecimiento de casi 4 por ciento para el próximo año, ello hubiese parecido una buena señal. Hoy día la tasa de 3,8 por ciento es vista por mucha gente como excesivamente optimista. Se prevé que, para el próximo año, dicho crecimiento está más cercano al 2 que al 4 por ciento.
El señor Presidente del Banco Central ha anunciado un déficit de cuenta corriente de 6,4 por ciento aproximadamente para este año. Sin embargo, muchos economistas están hablando de una cifra que superará el 7 por ciento; se menciona incluso un 7,3 por ciento.
La misma autoridad proyecta para este mismo déficit del próximo año una cifra que se sitúa en torno al 5,5 por ciento del PIB, pero muchos economistas prevén una cifra del 6,5; un punto entero más.
El problema es que no se ve que se hayan tomado las medidas tendientes a disminuir esta enorme brecha. En vez de elaborar un proyecto de ley que aumente fuertemente el ahorro y nos haga menos dependientes del ahorro externo para así enfrentar la situación, se nos está enviando una iniciativa que es muy poco apropiada, por decirlo suavemente, para disminuir importaciones excesivas. En verdad, éstas constituyen reacciones que no son dignas de un país que se precia de serio en materia económica.
No existe una sola medida puesta en discusión en este momento en Chile tendiente a aumentar el ahorro. A pesar de que el señor Presidente del Banco Central nos acaba de decir -también lo hizo en el Senado hace un mes- que se requiere aumentar la tasa de ahorro por lo menos en dos puntos, no hay medida alguna al respecto que se encuentre en discusión. Peor aún, hasta ahora nadie ha siquiera leído o discutido el informe de la Comisión de Ahorro que el propio Presidente de la República creó el año pasado, y que ya tiene todas sus conclusiones entregadas. No se le ha dado significación alguna a aquel documento. En lugar de aumentar la tasa de ahorro, que sería la medida razonable y que acaba de mencionar el señor Presidente del Banco Central, vamos a entrar a discutir una leyecita destinada a frenar importaciones excesivas. En eso se está convirtiendo nuestro país, señor Presidente.
Por otra parte, estamos enfrentando un tercer episodio de aguda iliquidez. Tasas de 50 ó de 70 por ciento de interés no son admisibles en nuestro país. Una de nuestras mayores fortalezas, que es un mercado financiero sano, será gravemente afectada si seguimos con estas tasas de interés absolutamente inmanejables.
¿Por qué se producen semejantes tasas y la presión sobre el peso que hemos visto en los últimos días? Porque las noticias sombrías que nos llegan desde el resto del país hacen prever a los empresarios que una devaluación resulta casi inevitable; porque ellos tienen deudas en dólares que no pueden cubrir con los papeles que ha implementado el Banco Central, ya que no son lo suficientemente flexibles como para cubrir el riesgo de devaluación, que les aumentaría enormemente sus deudas en esa moneda en momentos en que enfrentan una demanda interna y externa muy deprimida.
Las medidas que realmente necesita nuestro país son, sin duda, mayor ahorro privado, reducción importante del gasto fiscal y aumento del tipo de cambio. Estas acciones, o no se están abordando, o sólo se adoptan en forma tímida, atrasada e ineficaz.
Es obvio que el Banco Central no quiere aumentos del tipo de cambio, por aprensiones respecto a las metas de inflación. En ese punto cabe hacer dos comentarios.
Australia y Nueva Zelandia, países muy parecidos al nuestro en el sentido de que han basado su estrategia de desarrollo en el comercio internacional, de que son pequeños y básicamente exportadores de commodities (la única diferencia es que ellos son desarrollados), ya han realizado devaluaciones del orden del 20 por ciento en sus monedas. Si procediéramos del mismo modo, tendríamos un dólar de aproximadamente 530 pesos. Cabe hacer notar que en esos países no se ha producido un brote inflacionario, porque tienen la demanda agregada controlada. Y aquí viene el segundo comentario.
¿Por qué no puede producirse un reacomodo del tipo de cambio en Chile, que es lo que necesitamos para cerrar esta brecha en la cuenta corriente? Porque en un escenario de aguda crisis mundial, el Gobierno chileno sigue aumentando su gasto. Pareciera que aquí están todos muy contentos porque el Gobierno sólo aumentará su gasto en 3,3 por ciento.
Señor Presidente, lo que debiera hacer el Ejecutivo es congelar, o incluso disminuir su gasto. No se puede entender que en circunstancias como las actuales siga insistiendo en que el próximo año va a aumentar su gasto en 3,3 por ciento.
Me alegra la noticia que hace un rato nos ha dado el señor Presidente del Banco Central, en el sentido de que, en conversaciones con el señor Ministro de Hacienda, éste ha dejado claro que estaría llano a disponer nuevos recortes fiscales. Ojalá esa confirmación la tuviéramos mañana, y no en tres meses más.
Señor Presidente, en vez de las medidas que nos anuncian ahora, lo que necesitamos son tasas de interés razonables, porque de otra manera va a aumentar la cesantía, se perjudicará seriamente la situación del sistema financiero y recrudecerá esta crisis que, en realidad, Chile podría enfrentar de manera mucho más eficiente.
Además, estas medidas tampoco permitirán enfrentar la brecha que se producirá en la cuenta corriente éste y el próximo año. Y lo más probable es que en poco tiempo más Chile también se vea sujeto a una degradación en la clasificación de riesgo como país, lo cual -todos lo sabemos- le significaría un gravísimo retroceso y pondría en serio peligro las metas de crecimiento futuras y, en consecuencia, nuestra pronta recuperación una vez que el mundo salga de la crisis.
En resumen, señor Presidente, mis preguntas al señor Presidente del Banco Central son: qué puede hacerse para aumentar el ahorro privado; cómo, a su juicio, debiera contribuir el Gobierno para tratar de incrementar asimismo el ahorro fiscal, y cuál es, en su opinión, un tipo de cambio razonable para poder cerrar la brecha en cuenta corriente, que todos los economistas prevén como mayor que la que hoy ha predicho aquí el Banco Central.
Nada más, señor Presidente.

El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Consulto al señor Presidente del Banco Central si desea contestar de inmediato, considerando que el Honorable señor Novoa también hizo otra pregunta, o si lo hará después.

El señor MASSAD (Presidente del Banco Central).- Señor Presidente, como seguramente se plantearán otras inquietudes relacionadas con los mismos temas, preferiría hacerlo después.

El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Muy bien.
Tiene la palabra el Honorable señor Ominami.

El señor OMINAMI.- Señor Presidente, quiero comenzar expresando mi acuerdo con el diagnóstico hecho por el Presidente del Banco Central. Siento que durante las últimas semanas se ha producido un muy fuerte vuelco en la situación internacional. Para decirlo de una manera simple, de turbulencias pasajeras, focalizadas en algunos países del sudeste asiático, hemos pasado a un cuadro de inestabilidad durable y, yo diría, bastante generalizada. Esto de que Europa y Estados Unidos estaban completamente fuera de la tempestad, ha dejado de ser cierto en el curso de las últimas semanas, y lo que enfrentamos hoy es un escenario económico internacional fuertemente inestable, circunstancia que ha cambiado de manera muy drástica la situación.
De paso, ha quedado demostrado lo difícil que es hacer predicciones en materia económica. En general, los expertos se equivocan. Y se ha hecho evidente algo que muchos sabemos, pero que es bueno repetir: la economía no es una ciencia exacta, y todo lo que se diga en este campo debe ser tomado con cautela y humildad. La reunión del Fondo Monetario Internacional de hace algunas semanas, donde se vertieron opiniones acerca de los países del sudeste asiático, es un ejemplo bastante patético de lo que señalo. Basta leer lo que allí se dijo -yo lo hice- y ver lo que a la semana siguiente comenzó a ocurrir en las naciones que habían sido objeto de todas las felicitaciones y congratulaciones de los expertos del Fondo.
En esta materia, señor Presidente, la modestia, la cautela y la prudencia son virtudes fundamentales que no deben perderse de vista.
En este contexto, la primera y obvia conclusión que debemos sacar es evidente: las cosas se han complicado enormemente para Chile. Estamos sufriendo los efectos de nuestro alto grado de apertura. Somos uno de los países más abiertos de América Latina y uno de los de mayor exposición al epicentro de la crisis, que es el sudeste asiático. Tenemos, como ningún otro de la región, un nivel de dependencia en torno del 30 por ciento respecto de naciones como Japón, Corea y otras del sudeste asiático. Para decirlo también de manera muy simple: todos los elementos claves de nuestro crecimiento y fortaleza durante los últimos años nos están jugando hoy una mala pasada. Por razones obvias, ahora no resulta conveniente un grado de exposición como el que tenemos frente a los países del sudeste asiático. Quizás habría sido deseable enfrentar esta coyuntura con un menor nivel de dependencia externa en términos generales.
Sin embargo, señor Presidente -y éste es el primer comentario que quiero hacer-, no hay que sacar conclusiones equivocadas de la actual situación. Me parece que la decisión de integrarse al mundo, que nuestro país adoptó hace ya más de 20 años, hacia 1974-1975, fue acertada. Chile no habría crecido como lo ha hecho durante los últimos 20 ó 22 años -25, en verdad- si no hubiera mediado ese elemento.
Y en esto quiero expresar un cierto matiz con el Senador señor Foxley. Subrayo que nos integramos al mundo. El de hace 20 años no era más ordenado que el de hoy. Lo que no podemos hacer es decir que nos gusta la economía mundial cuando funciona y que nos gusta menos cuando ella enfrenta dificultades. El ciclo económico -perdónenme- es una realidad del porte de una catedral. Los economistas se han sucedido durante décadas y el ciclo económico continúa ahí. Por tanto, hay que asumirlo como un dato de la situación.
El desgobierno y la inexistencia de una adecuada forma de regulación de los mercados financieros y de una coordinación económica a nivel internacional, a diferencia de la política económica que se da en el ámbito nacional, son igualmente datos de la situación.
Ésa es la economía a la que nos integramos.
Entonces, hay que ser coherentes. Si hemos optado por la economía internacional, con sus mesas de dinero, con sus especuladores, con sus caídas bursátiles, con su ciclo financiero internacional, debemos buscar los resguardos para protegernos de esos efectos negativos. Pero lo que no me parece admisible es una argumentación que conduzca a poner en cuestión, en algún momento, la decisión estratégica de integrarnos a la economía internacional. En esto hay que ser sumamente claro y categórico. Porque es fácil partir con esa discusión y terminar en una situación más compleja.
Es importante contar con mecanismos para resguardarnos, por ejemplo, de la competencia desleal. Pero, cuidado: si vamos a multiplicar la utilización de medidas de salvaguardia frente a cada importación que un productor considere excesiva, podemos terminar, lisa y llanamente, poniendo en cuestión el conjunto de la política comercial chilena. Y yo, quiero decirlo con mucha franqueza, no estoy de acuerdo.
Se trata de una discusión estratégica que resulta fundamental que resolvamos bien entre nosotros. Es muy fácil defender la economía internacional cuando se está creciendo a 6 ó 7 por ciento, pero lo importante es apoyar la integración a ella cuando el crecimiento no supera 1 ó 2 por ciento.
Ése es el imperativo de coherencia que enfrentamos hoy: defender nuestras opciones económicas cuando las cosas se están dando mucho más dificultosamente.
Hechas estas consideraciones, señor Presidente, quisiera reiterar algo que dijo el Presidente del Banco Central. Las bases fundamentales de la economía chilena son sólidas, lo cual no significa que no tengamos problemas. Uno puede ir en un muy buen avión, de última generación, pero si hay turbulencias y éstas persisten, el avión se va a mover. De eso no cabe duda. Por sólidos que sean, los buenos aviones se mueven. Los pasajeros tendrán que sentarse y ajustarse el cinturón, y el que no siga las instrucciones, asumirá el riesgo probable de salir golpeado. Eso es así.
Ahora, yo creo que nosotros nos vamos a golpear más o menos en función de la capacidad que tengamos para enfrentar de mejor o peor manera la situación.
Al respecto, quisiera hacer algunas reflexiones acerca de tres temas: la conducción política y económica, los problemas de financiamiento externo y -retomando una discusión que ya tiene algún tiempo- los instrumentos de la política macroeconómica.
Muy brevemente, haré algunas observaciones con relación a cada uno de esos puntos.
En primer lugar, me parece que vamos a salir más rápido de la crisis mientras de mejor nivel sea la calidad de la conducción política y económica de nuestro país. ¿Qué significa eso? Significa firmeza en la lucha contra el populismo, firmeza en la defensa de nuestras orientaciones estratégicas y un alto grado de coordinación.
Al respecto, considero importante el alto nivel de coordinación existente hoy entre el Banco Central y el Ministerio de Hacienda. Me parece muy relevante la unificación de los mensajes de la autoridad económica, pues, sin lugar a dudas, ésta juega un papel muy determinante en la construcción de las expectativas. Porque una parte, en un todo que no es una ciencia exacta, tiene que ver con los juicios que los actores se hacen respecto de cómo van a ocurrir las cosas. Y en eso que los economistas denominamos "expectativas" el Gobierno tiene un papel muy preponderante. Si lo hace bien, puede generar expectativas más favorables; si lo hace mal, ellas pueden ser más negativas.
Sobre el particular, quiero hacer la siguiente reflexión. Es evidente que el reflejo natural de la autoridad es entregar mensajes tranquilizadores, como "No se muevan mucho"; "Las cosas no son tan graves"; "Va a volver rápidamente la tranquilidad". Pero ese papel debe ponerse en paralelo con otra condición que es fundamental cumplir: la autoridad debe ser creíble. Y en esto hay que ser particularmente rigurosos.
Las próximas semanas el Parlamento va a conocer el proyecto de Ley de Presupuestos para 1999, en donde hay que comprometer metas y predicciones. Me parece muy importante que lo que se diga allí sea creíble.
Y lo de la credibilidad exhibe una dimensión interna, en el sentido de que crean tanto el Parlamento como los agentes económicos, pero también se requiere que nos crean en el mundo. No sacamos nada con decir que vamos a crecer a determinada tasa que no merezca credibilidad en el mundo.
He estado revisando en los últimos días lo que se dice en materia de crecimiento y de anticipaciones respecto de muchos países para 1999. Y, la verdad sea dicha, nadie cree nada. Si a uno le dicen que Argentina va a crecer 4,5 ó 5 por ciento, ello no se cree. Si se señala lo mismo para Brasil, tampoco. Lo cierto es que a estas alturas Japón va a tener un crecimiento cero o negativo. Estados Unidos va a crecer en torno al 1,5 por ciento; Alemania, no más del 2 por ciento, e Inglaterra, otro tanto. En ese plano, considero muy relevante que el Gobierno y las autoridades económicas hablen con la verdad y nos digan exactamente cómo piensan que se van a desarrollar los acontecimientos.
Me parece que el Banco Central ha hecho un esfuerzo por plantearnos metas realistas para 1999. En todo caso, debo señalar que la meta de 3,8 por ciento de crecimiento me sigue pareciendo muy positiva. Si uno compara con lo que se está diciendo hoy día en el mundo, respecto de otros países, la verdad es que son pocos los que sostienen, con credibilidad, que van a crecer por sobre el 3 por ciento en 1999. En ese sentido, creo que debiéramos estar preparados para tener un crecimiento incluso por debajo de esa cifra.
En ese plano, y habiéndose ya establecido un compromiso por parte del Ministerio de Hacienda respecto de la cifra de aumento del gasto público, quiero decir lo siguiente. No es obligatorio que se mantenga finalmente una proyección de crecimiento de 3,8 por ciento para 1999, porque pueden suceder cosas en los próximos días que lleven a que el proyecto de Ley de Presupuestos se formule sobre la base de una tasa de crecimiento más baja. Sería perfectamente razonable que ocurriera así. Y agregaría que nada obliga al señor Ministro de Hacienda a presentar un proyecto de Ley de Presupuestos con una expansión del gasto público que se sitúe en el techo máximo del compromiso. Aun cuando no es el momento de entrar a una discusión pormenorizada, creo que en este cuadro sería más prudente que presentara un proyecto en que el aumento global del gasto no estuviese pegado al techo máximo, sino que dejara algunas holguras, porque me parece mejor efectuar una discusión presupuestaria ahora, que sea coherente con lo que estamos pensando respecto de 1999, a que el Gobierno tenga que iniciar, en marzo o en abril del próximo año, una discusión respecto de rebajas presupuestarias. Creo que es mucho mejor resolver la cuestión en este momento.
Ésa es mi primera reflexión, que tenía que ver con la calidad de la conducción política. Pero no quiero terminarla sin decir lo siguiente.
Si bien hay grandes responsabilidades para el Gobierno en esta materia, también las hay para la Oposición. Me parece que ellas deberán ejercerse en el curso de los próximas semanas en torno a dos discusiones: la del proyecto sobre rebaja de aranceles y el proyecto de Ley de Presupuestos.
Espero, señor Presidente, que nadie en el Congreso -en particular, en el Senado- esté de cara al debate presupuestario planteando la necesidad de aumentar tales y cuáles cosas y, al mismo tiempo, argumentando sobre la necesidad de austeridad fiscal. Creo que la discusión que estamos sosteniendo hoy debiera dejar claramente establecido para esa oportunidad un compromiso de comportamiento de todos los sectores responsables.
Otro tanto sucede con la rebaja de aranceles. La Oposición muchas veces nos dice que no reconocemos nada de lo que ha sido su contribución al desarrollo del país. Por mi parte, reconozco que la apertura al mundo se efectuó durante el Gobierno Militar, así como también el papel que han jugado en ese proceso muchos de los que hoy son Parlamentarios de Oposición. Pero resulta muy perturbador lo que ocurrió la semana pasada en la Cámara de Diputados, en donde la Oposición terminó rechazando el proyecto sobre rebaja de aranceles. Entonces, declaro que estoy por reconocer lo que la Oposición ha hecho en el país, siempre y cuando ésta quiera hacerse cargo de su propia herencia, porque lo que no puede suceder es que sea la Concertación la que termine defendiendo la rebaja de aranceles, la necesidad de mantener el nivel de ahorro público y la conveniencia de rigurosidad macroeconómica.
A partir de mañana el proyecto sobre rebaja de aranceles comenzará a ser discutido en el Senado, donde espero que tenga un tratamiento distinto del que por desgracia tuvo en la Cámara de Diputados.
Señor Presidente, anuncié un segundo elemento, que digo muy al pasar. Chile tiene bases sólidas y ha sido capaz de crecer a una elevada tasa durante los últimos años. Pasada la situación actual, debiéramos recuperar esa capacidad. Pero ello va a depender de nuestra capacidad de ahorro interno y de nuestra capacidad de financiarnos internacionalmente de manera adecuada.
En mi opinión, existe cierto consenso entre los economistas chilenos en cuanto a que el país puede manejar razonablemente un déficit entre 4 y 5 por ciento en su cuenta corriente. Y eso es muy importante para poder sostener un crecimiento de 6 ó 7 por ciento, distinto, mucho más alto de lo que ha sido el histórico.
Ahora bien, la capacidad de recuperar el nivel de financiamiento internacional va a estar directamente determinada por la forma como se resuelvan nuestros problemas coyunturales.
A mi juicio, es fundamental que la política cambiara evolucione en un sentido que dé respiro a nuestros exportadores; que tengamos un tipo de cambio real compatible con nuestra orientación esencialmente exportadora. Pero, ¡cuidado! Cualquier desborde en ese plano -una devaluación más allá de eso- puede erosionar por mucho tiempo la capacidad de financiamiento internacional de la economía.
Sobre el particular, debo decir que comparto las preocupaciones del Presidente del Banco Central, porque, en mi opinión, cualquier escapada en materia cambiaria podría tener efectos negativos y muy durables respecto de la capacidad del país de generar un financiamiento internacional compatible con la recuperación de una capacidad de crecimiento tan dinámica como la que hemos tenido durante los años anteriores.
Para concluir, señor Presidente, quiero hacer una breve reflexión sobre el tema de la política macroeconómica. Creo que una vez más ha quedado de manifiesto que tenemos un arsenal de política macroeconómica extremadamente poco diversificado. En este ámbito, está todo cargado hacia las tasas de interés. Todos sabemos que los ajustes basados pura y exclusivamente en las tasas de interés tienen problemas; tienden a concentrar sus efectos en la pequeña y mediana empresas, que no poseen capacidad de financiarse internacionalmente, y no discriminan entre el consumo y la inversión: ajustan todo.
Desde ese punto de vista, me parece que deberíamos hacer todos los esfuerzos posibles para que madurara un debate respecto de la diversificación de la política macroeconómica. He leído con entusiasmo los planteamientos de un economista con el que tradicionalmente no comparto posiciones. Me refiero a lo señalado el fin de semana pasado por don Sergio de Castro. Lo que ha dicho respecto de la posibilidad de introducir flexibilidad tributaria en Chile constituye un antecedente interesante, porque es una discusión que ha estado planteada en el ámbito académico. Y me parece que ello perfectamente bien podría responder a una de las inquietudes expresadas por la Senadora señora Matthei.
Estimo que sería perfectamente razonable que tuviéramos un mecanismo de ajuste de la tasa del IVA vinculado, por ejemplo, a la evolución del déficit en cuenta corriente, de manera que, a partir de cierto nivel que consideremos inconveniente, haya un proceso de ajuste automático por la vía del aumento del IVA, y esos recursos, naturalmente, se destinen enteramente a ahorro. Sería un mecanismo concreto y práctico -y que es de responsabilidad legislativa- que introduciría una mayor diversificación en nuestro arsenal de política macroeconómica. Si hubiera acuerdo respecto de eso, nosotros, como Parlamento, podríamos entregar una señal muy poderosa al Gobierno en el sentido de nuestra voluntad de legislar en esa dirección.
También habría que incorporar flexibilidad en otros ámbitos, por ejemplo, en el tema previsional. Es razonable que, cuando haya necesidad de ajustar la economía por exceso de gasto, el ahorro forzoso -eso es la cotización previsional- suba, y no para destinar esos dineros a cualquier cosa, sino al ahorro de los titulares, y que inversamente, cuando se trate de sostener el ciclo económico, de sostener la coyuntura, puedan producirse rebajas en la cotización previsional. Éste también me parece un tema de alto interés.
Y si quisiéramos sacar conclusiones de esta experiencia, deberíamos ver manera de madurar el debate y plasmarlo en propuestas legislativas concretas.
Y otro tanto haría yo respecto de la legislación presupuestaria. Hoy día es muy difícil establecer con precisión la tasa de crecimiento para 1999. Entonces, deberían existir mecanismos de corrección dentro del Presupuesto, de tal suerte que, si se da el escenario base, el gasto sea tanto; pero, si no se da ese escenario y la situación es mucho más apretada, en vez de que el Gobierno proceda como lo hizo hace algunos meses con un tremendo costo en materia de rebajas presupuestarias, empiece a operar un mecanismo de rebaja automática que esté incorporado en la discusión parlamentaria del Presupuesto. De esa manera estaríamos todos involucrados en el debate sobre rebajas presupuestarias y daríamos más capacidad de manejo y de maniobra a la autoridad económica.
Ésas son algunas de las reflexiones, señor Presidente, que quería someter a la consideración del Senado a partir de la presentación realizada por el Presidente del Banco Central.

El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Tiene la palabra el Honorable señor Larraín.

El señor LARRAÍN.- Señor Presidente, mucho de lo que deseaba manifestar ya fue planteado por quienes me precedieron en el uso de la palabra, particularmente la Senadora señora Matthei y el Honorable señor Novoa. Pero en las reflexiones de los Honorables señores Ominami y Foxley he encontrado muchos puntos de acuerdo en la apreciación de las cosas.
Primero, quiero hacer un alcance respecto de lo expresado por el Honorable señor Ominami. En la Cámara de Diputados la Oposición votó en contra de la rebaja de aranceles no porque muchos de sus Parlamentarios rechazaran ese proceso, sino debido a que, en una sola votación, también se resolvía sobre el alza de impuestos, punto sobre el que discrepamos de manera muy substancial. Cabe recordar que todas las disminuciones de aranceles efectuadas durante el Gobierno militar se hicieron sin compensaciones tributarias. Y cuando el Senador señor Foxley fue Ministro de Hacienda dicha rebaja se compensó sólo parcialmente. Y ahora se procura una compensación total, lo cual cambia las reglas del juego. Pero, en fin, éste es un mero alcance.
Por otra parte, deseo hacer presente una reflexión central. Me parece que -como ha señalado claramente el Presidente del Banco Central- el éxito de cualquier medida que se tome para enfrentar esta coyuntura, esta crisis, depende fundamentalmente de un factor muy determinante: de la credibilidad de las políticas. Algunos planteamientos ya se han expuesto sobre esta materia, y yo me adhiero a ellos, porque tengo la percepción de que quizás parte de las dificultades que hoy día enfrenta el país radica en ese problema. La economía no es una ciencia exacta. Hay quienes dudan de que sea una ciencia, incluso. Y para que las autoridades puedan manejar los factores sicológicos que forman parte de las variables económicas en juego, particularmente las que dependen más de los individuos, hay un conjunto de cosas que nada tienen que ver, a veces, con las medidas que se tomen, sino que se relacionan con la oportunidad y con la magnitud. Tengo la percepción, señor Presidente, de que, frente a lo que ha originado ese estado de cosas en Chile, hay serias responsabilidades de la autoridad, no sólo porque parte de los problemas que actualmente sufre el país se deben a sus decisiones y actuaciones económicas, sino también por la forma cómo reacciona ante aquella parte de la crisis que tiene origen externo. Me explico. Como ya se ha señalado, hay problemas internos causados, a mi juicio, por decisiones y políticas de la propia autoridad, que, como no los ha reconocido, no ha sido capaz de enmendar o corregir. Me referiré a algunos ya expuestos con bastante insistencia.
Ha habido un problema de ahorro. El señor Presidente del Banco Central recordó que en los últimos 6 años la tasa de ahorro fue del orden de 21 por ciento. En verdad, es así, salvo en 1995, que fue un poco más alta. Pero en el período 1988-1990 (ó 1991) la tasa de ahorro fluctuó entre 23 y 24 por ciento. Por lo tanto, en los pocos gráficos anexados en el informe del señor Presidente del Banco Central, puede observarse que ha habido, en las actuaciones de la autoridad, falta de incentivos al ahorro.
Por cierto, lo más complejo de todo ha sido el crecimiento sistemático del gasto público por encima del crecimiento económico del país. Lo hemos dicho cada año durante la discusión presupuestaria, y en cada oportunidad se nos contesta que el país puede afrontarlo. En verdad, es cierto. Chile ha venido creciendo, durante 14 ó 15 años, a tasas promedio de 6 a 7 por ciento en su producto bruto. Pero en este último período, los ingresos tributarios y el gasto fiscal han crecido dos y tres veces por sobre lo que tenía el país en 1990. Y eso demuestra que realmente se ha gastado como nuevo rico, emborrachado por el éxito fácil que se ha obtenido al cosechar lo que costó mucho corregir y sembrar.
A lo anterior, señor Presidente, se agrega la política de mantener bajo el tipo de cambio en términos reales. Se ha fortalecido el peso, y, con el pretexto de que hay que mantener baja la inflación y de que si se sube el tipo de cambio se generará un rebrote inflacionario, el Banco Central y las políticas del Gobierno han estado orientados siempre a controlar el tipo de cambio. Éste es uno de los bienes que no actúan dentro de la economía libre; actúa intervenido, fundamentalmente, por la autoridad monetaria. Tanto es así que, a raíz, por ejemplo, del déficit de la cuenta corriente, hemos cambiado la estrategia exportadora. El Senador señor Ominami reconocía que se trata de una estrategia con 20 a 25 años de aplicación y que ha sido el motor del crecimiento y la transformación económica del país. Sin embargo, cuando se mantiene bajo el tipo de cambio, ciertamente lo que se hace es invertir las condiciones. Hoy día las exportaciones se han concentrado en pocos bienes: los tradicionales. Hemos vuelto al cobre, a la celulosa y a la harina de pescado; muchos de ellos han bajado sus precios internacionales, como lo hemos podido apreciar, particularmente, en los últimos años. Es decir, por la vía de las importaciones, estamos gastando más de lo que exportamos. Y eso está llegando a niveles inmanejables.
Señor Presidente, siempre he estimado que no hay directa relación entre aumentar el tipo de cambio y una suerte de rebrote inflacionario. Las autoridades de Gobierno o del Banco Central siempre me respondieron que si se aumentaba el tipo de cambio, el país sufriría un aumento de la inflación. Sin embargo, el documento que el Presidente del Banco Central ha puesto a nuestra disposición ha dado la razón a todos quienes hemos sostenido que no existe una relación directa entre ambos factores. En su página 25 se señala: "El aumento duradero del tipo de cambio real sólo se puede producir si es acompañado de una moderación de la demanda interna, pues de lo contrario se provocarán presiones inflacionarias que diluyen el ajuste inicial". O sea, es posible aumentar el tipo de cambio sin que suba la inflación; pero, para ello, debe bajar la demanda interna, el gasto público. Entonces, nuevamente la piedra de toque se halla fundamentalmente en el incremento sistemático del gasto público y en el decrecimiento del ahorro interno, por los incentivos perversos que para estos efectos se han establecido en este tiempo. Ahí está la madre del cordero. Y mientras la autoridad no lo reconozca y, por lo tanto, no corrija esos elementos, seguiremos por la pendiente equivocada.
Ésta es una de las causas por las cuales la gente pierde la confianza en el sistema. Los agentes económicos dan otras señales. Y, entonces, uno se pregunta: ¿cómo corregimos esto, cómo se pide credibilidad, si la autoridad no da el ejemplo?
Pero esta falta de credibilidad no sólo se produce en relación a los problemas de origen interno, sino también cuando se ve la actitud tomada por la autoridad frente a la actual crisis asiática o crisis internacional. No dice que es una crisis, no se habla de que estamos frente a ella, no reconoce la magnitud del hecho. Y esas palabras, obviamente, inducen a error. Porque hoy día la gente, en un mundo globalizado, recibe información acerca de lo que está ocurriendo: de la baja de los valores bursátiles en todas partes (y en Chile también); del efecto dominó, en virtud del cual empiezan a caer unos países y después otros; de lo que pasa en Rusia, y a lo mejor, posteriormente -porque Alemania es un acreedor fuerte de Rusia-, de lo que empezaría a tener impacto en Europa. Y este conjunto de mecanismos integrados nos hace pensar que se trata de un proceso mucho más fuerte de lo que se pensaba.
Es cierto que es difícil prever. Pero lo que no puede hacer la autoridad es tapar el sol con un dedo, porque la gente, igual, seguirá viendo la realidad, aunque no la reconozca el Gobierno.
Tampoco son de buen gusto las palabras que el señor Ministro de Hacienda dijo la semana pasada en el sentido de que los trabajadores de Chile debían cuidar su pega. Es una cruel ironía, señor Presidente. Hace mucho rato que los chilenos están perdiendo sus empleos. Y ello, por obra de este conjunto de medidas. El señor Ministro les señala que cuiden su pega como si dependiera de ellos, de su esfuerzo, de su eficiencia, de su disciplina laboral. Yo creo que depende mucho más de las políticas que aplique el Gobierno, depende mucho más del propio Ministro de Hacienda. Y, en realidad, es él quien debería pensar en la forma como podría cuidarles la pega. Porque los chilenos nada tienen que hacer para defenderla. Están indefensos frente a esta situación. Y cada vez más la gente ha ido perdiendo su trabajo. Lo que se prevé hacia el futuro es incrementarlo. Y hoy día hemos oído hablar a autoridades de Gobierno acerca de la creación de programas de cesantía, algo que recuerda los viejos programas PEM y POJH, que tan criticados fueron en su tiempo. Es decir, la crisis ha llevado a la autoridad a pensar en medidas semejantes.
Pienso que ha llegado la hora de ser capaces de enfrentar la situación, para asumirla como país, en conjunto. Creo que las palabras del Senador señor Foxley reflejan el espíritu con que se está actuando para encarar esta crisis. Obviamente, habrá que tomar medidas más duras de lo que imaginamos. Pero quiero que el primero que la asuma sea el propio Gobierno, porque la falta de credibilidad puede hacer fracasar cualquier política. Y mientras éste no reconozca su responsabilidad en la crisis, o no admita la magnitud de lo que viene de afuera, y amenace o amedrente a los trabajadores chilenos con señales equivocadas, obviamente, haga lo que haga el país, tome las medidas que tome, se incrementarán los problemas económicos y, particularmente, los de los sectores más modestos. En ellos siempre recaen los efectos de las crisis, pues son los primeros que pierden los empleos.
Me alegro de la franqueza con que se están hablando las cosas. Pero considero importante hacer un llamado al Gobierno, y en lo que corresponda, a la propia autoridad monetaria, para que se asuman los temas en esta perspectiva, diciendo al país la verdad y las medidas que deben adoptarse, sobre la base, en primer lugar, del ejemplo que debe dar la autoridad, que a mi juicio ha gastado como nuevo rico, en un momento en que la prudencia y la austeridad chilenas, que siempre han reinado en el ámbito público, recomendaban hacer otra cosa.
Para terminar, quiero formular una consulta acerca de la situación que aqueja al patrimonio del Banco Central. De acuerdo con los balances de 1990 hasta la fecha, técnicamente se podría afirmar que la institución está quebrada, porque su patrimonio hoy día es negativo, habiendo sido extraordinariamente positivo en más de 2 mil millones de dólares al inicio de esta década. Entonces, quiero saber si esta situación se vincula con problemas que ahora se enfrentan y con las actuaciones del Banco Central respecto del tipo de cambio, si eso va a dificultar su actuación en lo que le corresponda hacia el futuro y qué medidas se piensan adoptar frente a esta materia.
He dicho.

El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Tiene la palabra el Senador señor Valdés.

El señor VALDÉS.- Señor Presidente, no tengo tiempo ni me corresponde en este momento contestar las observaciones tan incisivas -como acostumbra hacerlas- del Senador señor Larraín.
Creo que este debate es extremadamente importante y que el Senado es el lugar apropiado para analizar a fondo estas materias, cuyas consecuencias son extraordinarias. Y el señor Massad, por mandato de la ley, hizo una exposición extremadamente clara y afinada, que corresponde a la sabia política que en estos tiempos ha mantenido el Banco Central.
Respecto a lo planteado por el Senador señor Larraín, debo formular una sola observación. Habla mucho del gasto fiscal -y preguntaré al Presidente del Instituto Emisor respecto de esta materia-, que es una cantinela que oímos siempre y en lo cual estamos de acuerdo, puesto que el gasto fiscal no puede dispararse ni puede desligarse del aumento del producto y de la productividad. Ésa es una cosa lógica, elemental. Y ha precisado que el gasto fiscal se amplió en numerosas veces respecto del producto. No quiero entrar en esta discusión. Pero quiero recordar que los Gobiernos de la Concertación, desde 1990, tuvieron que hacer cosas que no se habían hecho en Gobiernos anteriores. Hubo que subir los sueldos a los Carabineros en varios miles; hubo que construir caminos; hubo que incrementar las remuneraciones a los profesores y a los empleados públicos; hubo que crear infraestructura que no se había hecho. Entonces, comparemos la realidad francamente. ¿Por qué se ha gastado más? Puede que se haya gastado en forma muy ineficiente en muchos aspectos.

La señora MATTHEI.- ¡Bastante ineficiente!

El señor VALDÉS.- Pero el hecho es que hubo que hacer gastos en las personas, los que no se habían hecho porque se funcionaba en términos económicos puros. Y se crearon el PEM y el POHJ. Y recordemos que el año 90 teníamos una inflación de 28 por ciento.
No hagamos caricatura de las situaciones.
Creo que el consumismo que impregnó a Chile en el ámbito privado no fue culpa del Gobierno, sino de la aplicación de una concepción de la economía libre, desprovista incluso de ética. Y la UDI, que también ahora dice ser, con tanta razón, respetuosa seguidora de la doctrina social de la Iglesia, debe reconocer que el Papa fue el primero en criticar el consumismo y este libre mercado sin sujeción a valores éticos. De manera que debemos respetar ciertos valores porque, en definitiva, la economía está al servicio de la gente, y no al revés.

El señor BITAR.- ¡Pero no son seguidores de Pinochet ahora!

El señor VALDÉS.- Por eso, somos partidarios de la economía social de mercado, pero con acento en lo social. Y eso es lo que se ha pretendido hacer, con la dinámica que se traía y las imperfecciones propias de todos los gobiernos. Pero no deseo entrar en ese tema, aun cuando lo considero muy interesante y me gustaría debatirlo más a fondo en otra oportunidad, por tratarse de un problema de doctrina y de concepciones, no de técnica económica.
Por lo tanto, junto con celebrar la exposición, deseo formular algunas breves observaciones, en la línea seguida por los Senadores señores Foxley, Novoa y otros, en el orden internacional.
Pienso que está en crisis no un país ni una situación determinados -he leído bastante lo escrito sobre la materia por autores americanos y europeos-, sino un sistema, un modelo económico, una ideología que lleva a la anarquía, que siempre perjudica a los más pobres, sean ellos países o personas. Concuerdo en que la globalización es un proceso irreversible, natural y positivo en la historia; pero, evidentemente, ella significa perforar los estados, disminuir su soberanía y crear una malla frente a la cual nadie pone orden ni actúa concertadamente conforme a ciertos valores, y este estado de cosas nos lleva a la situación que estamos sufriendo. Las naciones están siendo progresivamente vulneradas en su soberanía. Defienden sus fronteras, obviamente -todavía en América Latina existen problemas limítrofes-, pero, sin dejar de reconocer lo esencial que es contar con límites precisos, lo cierto es que a causa de la globalización no es posible defender el empleo, la identidad cultural y ni siquiera el valor de la moneda, que es la "cara del pueblo". Éste es el gran problema que tenemos por delante.
La globalización ha dejado prácticamente obsoletos al Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial y a todas las creaciones de Bretton Woods, que significaron cierta organización del mundo internacional. Como decía el Senador señor Foxley, dicho Fondo carece de recursos porque el Congreso norteamericano no se los otorga, y, ante el pedido de Rusia, no se los puede proporcionar.
Estamos entonces ante una falla del sistema, de la ideología que ha dominado al mundo. No hablo del problema nacional, que depende en un porcentaje casi decisivo de lo que suceda en el medio internacional. Y éste, ¿en qué situación se encuentra? Quien lea atentamente las revistas internacionales de economía o de política no dejará de advertir que las crisis han sido desatadas, en gran medida, por especuladores. Hay un señor -no voy nombrarlo, por ser conocido de todos- que produjo un colapso a la señora Thatcher cuando era Primera Ministra de Gran Bretaña, e hizo tambalear la libra esterlina al provocar la quiebra de un banco, porque, como lo señaló en un artículo, le molestó una conversación que sostuvo con ella. ¡Una persona, la misma que ha destruido la economía de Malasia, donde empezó a generar cierta situación! Asimismo -aparece en la prensa- ha sido una de las que han operado decisivamente en la crisis rusa. Estamos en manos -peor que en 1928 o 1929, cuando por lo menos había cierta regulación en virtud del patrón oro- y a merced de algunas personas o grupos que realizan especulaciones extraordinarias.
En ese cuadro no se puede hablar de que la economía sea una ciencia exacta. Participo de las inquietudes que afligen al Honorable señor Larraín, en cuanto a esta especie de veneración que hay por este dios, por esta suerte de templo de Karnak que se supone es la economía. Y esto lo demuestra lo sucedido el año pasado en Vancouver, cuando los Presidentes y Jefes de Estado de APEC allí reunidos afirmaban:¡Qué maravilloso es el espectáculo y el horizonte de los países orientales! ¡Qué bien caminan! Y aquí nos lamentábamos por no ser como los tigres asiáticos. Ya hemos visto lo que les pasó. ¿Por qué? Porque en todas esas naciones la economía y la política estaban funcionando mal. La economía es una ciencia social y, como tal, debe estar dirigida por la política que, en último término, es la ordenación de las normas que rigen a un pueblo. La economía es uno de sus elementos. Si ésta se separa y se independiza totalmente de aquélla, pasa lo que sucedió en Malasia y en Corea, donde los gobernantes eran parte de los bancos, y éstos, a su vez, de las empresas y, al final, eso no tiene otra explicación que la de constituir un fenómeno cultural.
De manera que estamos ante una situación mucho más complicada de lo que generalmente se piensa. En este momento -¡qué duda cabe!- falta proceder a un replanteamiento del problema internacional. No soy yo ni el Senado quienes deban hacer un planteamiento; pero sí creo que nuestra política internacional debiera coordinarse con la de otros estados para buscar un sistema que, dentro de la libertad y con responsabilidad de los gobiernos, organice un orden internacional que tenga un poco más de objetividad y considere ciertos temas y valores, como el empleo y la dignidad. Porque también se ha globalizado un régimen de valores, como la democracia, que está operando o tiende a hacerlo en todas partes -incluso se la exige a los chinos-;los derechos humanos, que ya forman parte del acervo internacional, y muchos otros valores positivos. Pero la economía está completamente suelta.
Es indispensable pensar en que ya no dependemos de líderes, sino de "clasificadores de riesgos". Si uno investiga quiénes son, comprobará que se trata de oficinas de abogados y economistas que, en algún rincón de Wall Street, afirman que tal país "se va a caer". Y así ocurre. ¡Quién sabe si detrás de esos señores anónimos, que ostentan nombres ingleses, siempre aparecen de a dos o de a tres, no hay especuladores que pronostican, por ejemplo, la caída de Brasil y entonces venden o compran bienes de ese país".
Estamos en manos anónimas y en el peor momento de la historia en ese sentido. Antes, los responsables eran los Presidentes de la República, los Parlamentos, el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional. En la actualidad, no es así. Uno lee en el periódico que determinado clasificador de riesgo bajó de A a B la calificación de cierto país. Y una señora representante de un banco, que se dice experta, formula un vaticinio semejante respecto de alguna nación y se produce el costalazo. ¡Eso es inaceptable! Desde el punto de vista internacional, hemos llegado a un límite muy grave.
Además, hay falta de liderazgo. Eso es evidente. Cuando uno piensa en los momentos difíciles de la Humanidad, recuerda a Clemenceau, quien, en la guerra de 1914, levantó el espíritu francés, lo que permitió la victoria de los aliados; o en lo que significó Churchill Ahí no hubo cálculos economicistas, sino coraje para enfrentar una situación. ¿Qué hizo Roosevelt, en Estados Unidos? Eso es lo que falta. Lamentablemente, el Mandatario del país más importante está preocupado hoy día de otros problemas y no aparece como un líder que pueda decir algo al mundo, golpear la mesa, atraer a los japoneses, sino que está pendiente de otros afanes más personales¿

El señor BITAR.- ¡En eso no tuvo buena evaluación de riesgo!

El señor VALDÉS.- Tampoco hay liderazgo en Europa. Las deudas que tiene Rusia con Alemania -más de 100 mil millones de dólares- determinan que la situación de esta última sea muy poco segura. Y hay elecciones de por medio. Entonces, las circunstancias no son tan claras. Eso es lo que me preocupa.
No creo que el país se encuentre en su actual situación por defectos del Gobierno. Puede haberlos, pero no hagamos acusaciones en ese sentido ante una crisis de corte internacional. No olviden Sus Señorías que en enero de 1929 el Presidente Hoover afirmaba que jamás Estados Unidos había estado tan boyante, brillante y seguro como en ese momento. ¡Y pocos meses después cayó la Bolsa de Nueva York! Hubo 30 millones de cesantes, situación que salvó Roosevelt con su política. Y en esa ocasión nos caímos todos al suelo .Recuerdo haber visto en el Parque Forestal a 8 mil, 10 mil, 12 mil trabajadores del salitre, en carpas. Me llevó allí mi madre, quien, junto con otras señoras, les daban alimentos y se preocuparon de ellos. Ibánez, aparentemente, había hecho un gran gobierno. En 1928 estábamos muy bien; se construía toda clase de cosas.
Por lo tanto, no escapa para mí el riesgo de que podamos sufrir una crisis más fuerte que la actual. Lo que falta abordar aquí, y que no corresponde a la cuenta que se dio -o sea, no es un cargo que formulo al Presidente del Banco Central-, es la visión de lo que realmente puede pasar -¡Dios quiera que no sea así!-, esto es, que existe la posibilidad de que experimentemos un colapso de gran magnitud.
Deseo hacer dos preguntas. ¿En ese cuadro, es lógico plantearse una rebaja de aranceles, compensada o no compensada? ¿Acaso estamos rindiendo examen ante una escuela económica o frente a esos clasificadores de que hablaba, en circunstancias de que, eventualmente, habrá devaluaciones en Brasil, y Argentina, creándosenos los problemas señalados por el Honorable señor Foxley? Lo sabemos todos. Seremos inundados de productos coreanos y otros, devaluados en la forma anunciada por la Senadora señora Matthei. Habrá productos devaluados en forma brutal provenientes de Australia y Nueva Zelandia. Vamos a ser invadidos por quesos y leches neozelandesas.
Respeto a los economistas, pero no creo que tengan las tablas de la ley. ¡Con barba o sin barba, no son Moisés¿!
Ésa es mi preocupación, señor Presidente.
Deseo también hacer una consulta al Presidente del Banco Central para aclarar bien esta discusión. Se habla de que el gasto fiscal no aumente. A mi juicio, éste debe mantenerse en el nivel necesario, a fin de sostener servicios sociales básicos, cualquiera que sea su costo. En este sentido, la responsabilidad fundamental es del Estado. Por eso, me gustaría saber cuál es, en lo que respecta a Chile, la proporción del gasto total del Fisco y la de los privados. Ello en razón de que no advierto que haya políticas o claridad -anteriormente, alguien abordó este punto- acerca del modo cómo se disminuirá el gasto privado. Lo digo porque todavía nos encontramos en esta etapa de consumismo. Ayer y anteayer me he impuesto de que el consumo de la gente ha ido en aumento, como también el número de tarjetas de crédito, que ya se venden en las calles.
¿Cómo corregir tal conducta que ha invadido el sector privado? ¿Qué medidas rígidas, antes de que sea tarde, es posible adoptar para disminuir el gasto privado, el cual debe ser enfrentado por los que disponen de mayores recursos y no por lo que tienen menos? Porque es factible reducir el gasto público. Llegará el momento en que esta situación afectará la construcción de viviendas, las bonificaciones a las escuelas, colegios y universidades y también los sueldos de los funcionarios públicos, porque se pide mayor dotación de carabineros, más seguridad, más hospitales, más recursos para la CONAF, debido precisamente a que el país necesita contar con servicios más eficientes. Sin embargo, ¿cuál es la política para disminuir el gasto privado? Pienso que ahí está la fuente de la riqueza. A mi juicio, es muy superior al gasto público. Y me gustaría saber cuánto es.
He dicho.

El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Tiene la palabra el Honorable señor Prat.

El señor PRAT.- Señor Presidente, cuando estamos en una situación económica compleja, como la que se vive, y vemos que esta sesión, donde hemos oído la cuenta del Banco Central, ha derivado en el análisis de la crisis internacional, es conveniente, a mi juicio, ir a los fundamentos y, en tal sentido, el apreciar y valorar el nivel de apertura alcanzado por el país; e incluso juzgarlo, resulta necesario.
Considero que las palabras pronunciadas en esta materia por el Senador señor Ominami son muy positivas y despiertan confianza y posibilidad en el avance del buen fundamento que debe movernos.
Chile, con su pequeña población, no tiene otras posibilidades de crecer y desarrollarse sino a través de la apertura. Ésta significa actuar en relación con el entorno y adecuarse a las oportunidades y desafíos que éste presenta. El entorno hoy día está complicado, y el país debe estudiar cómo manejarse eficientemente en esas circunstancias y en esa realidad.
En mi opinión, es fundamental identificar las fortalezas que actualmente tiene Chile, para así abordar las situaciones que se viven. En primer lugar, es necesario valorar la pérdida de importancia relativa del cobre en nuestras exportaciones. En estos momentos, las ventas de ese metal constituyen el 36 por ciento del total de las exportaciones del país. Hace veinte o veinticinco años era de 80 por ciento. Es importante saber qué acontece hoy en países que poseen similar grado de incidencia, basados en un sólo producto. Hemos visto lo que sucede a Venezuela, que depende en 78 por ciento del petróleo, o lo que está pasando a México y los riesgos que depara esa nación, cuyo presupuesto se financia en 40 por ciento con lo obtenido por las exportaciones de petróleo. En fin, la pérdida de importancia relativa del cobre resulta en este instante fundamental para nuestra mayor estabilidad.
La fortaleza de la industria bancaria chilena también es un elemento esencial que nos aparta y diferencia, principalmente, de las naciones asiáticas que no modernizaron a tiempo esa industria tan relevante para la situación económica del país.
Finalmente, es imprescindible la participación del ahorro interno dentro de nuestro ahorro global. Ciertamente, en la actualidad el ahorro chileno es menor que el que se necesita para sostener tasas de crecimiento que saquen al país con rapidez de la pobreza en que vive parte importante de su población. Pero es necesario identificar que dichas tasas son casi tres veces superiores a las de hace veinte años. Principalmente, el nuevo sistema previsional ha generado una tasa nacional de ahorro muy sustantiva y superior a la que había históricamente -ésta también debe ser valorada-, sin perjuicio de que ella tiene que ser aumentada.
Ésas son nuestras fortalezas, y no podemos perderlas de vista en la situación en que estamos.
A mi juicio, ¿cuál es el papel que debemos jugar hoy día? Fundamentalmente, tenemos que hacer lo que se halla a nuestro alcance. Esto minimizará los efectos de la crisis y aumentará nuestras posibilidades de aprovechar las oportunidades que siempre conlleva una situación de esa naturaleza.
En tal sentido, un elemento esencial que está a nuestro alcance atender, en la medida de lo posible, es la cuenta corriente, que mide el ajuste de nuestras cuentas con relación al exterior; pero hoy día ellas se encuentran, sin duda, desajustadas. Actualmente, se dan cifras, y prefiero acogerme, más que a las optimistas, a las que aparecen como más prudentes, pues lo peor que nos puede suceder es estar llegando siempre cortos y tarde, o, como dice el dicho, "too little, too late".
Estimo que más vale fijarnos metas prudentes y no excesivamente optimistas, que luego nos obliguen a revisarlas, con el costo de llegar tarde a las nuevas medidas.
Creo que el porcentaje de desajuste de la cuenta corriente no será menor hoy día al 7 por ciento. Y, por lo tanto, en este sentido discrepo de lo planteado por el Banco Central en sus análisis formulados en la presente sesión. Tal desajuste, a la luz de los exámenes realizados, tiene un componente de responsabilidad externa y otro exógeno, que se encuentra fuera de nuestro alcance y se refiere a los precios de los productos relevantes. Si embargo, nosotros sí podemos actuar sobre el componente que es de responsabilidad interna.
Cuando hablamos de un desajuste de 7,4 -porcentaje en el cual me baso, por estimarlo el más prudente recoger y que representa una suma de 5 mil 780 millones de dólares-, nos encontramos con que se compone de mil 568 millones de dólares de responsabilidad interna y de mil 90 millones de carácter exógeno. Este análisis se conforma si se hubieran mantenido los precios que tenían hasta 1997 los productos relevantes, como cobre, celulosa y petróleo, y se hubiera proyectado en esos niveles la situación de nuestra cuenta corriente. Ésta habría llegado a un déficit de 5,85 por ciento en 1998. Vale decir, un nivel considerado normal -del orden de 4, 4,1 por ciento a 5,85 por ciento- es de responsabilidad interna, y desde este valor a 7,4 por ciento tiene carácter exógeno, por efecto del cambio de los precios relevantes de exportación.
Entonces, debemos preguntarnos qué hemos realizado para producir ese desajuste de responsabilidad interna y qué tenemos que hacer para corregirlo.
Aquí hay un gasto interno general que tiene un componente público y uno privado. Pero, sin duda, cuando se observa el resultado global, es necesario considerar la tasa global de ahorro, la cual -registrada como ahorro geográfico bruto- ha caído del nivel de 29,8, casi 30 por ciento del manejado en 1989, a 24,5 en 1996 y 1997, cuando se estabilizó. Es decir, el ahorro que alcanzó el país se ha deteriorado; y yo diría, por sinceridad y ajuste a la verdad, que para construir un futuro sólido deben identificarse las medidas que produjeron tal efecto.
Es importante señalar que la caída coincide con la reforma tributaria de 1990, la cual dejó de discriminar respecto de los recursos invertidos por una empresa y los retirados como utilidades. Hasta entonces, se tributaba por los recursos que se retiraban de la utilidad y quedaban libres de él los que se reinvertían. La reforma estableció la tributación por todos los recursos con independencia de su reinversión y, a la vez, subió su tasa de 10 a 15 por ciento. A partir de ese año, empieza a caer la tasa de ahorro global. Esto, junto con el aumento del gasto público que comienza a producirse desde esa fecha, va configurando el mayor nivel de gasto, el cual toma en 1996 y 1997 la curva explosiva que ha provocado el desajuste que estamos sufriendo.
A este respecto, cabe preguntar al Banco Central por qué a mediados del tercer trimestre de 1997 aflojó su política de tasa de interés destinada a enfriar el gasto, con la consecuencia de dispararlo a partir de 1998.
Por consiguiente, nada ha contribuido a bajar el nivel de gastos, en términos de permitir que las cuentas externas se mantengan equilibradas: ni la política tributaria llevada a cabo por el Gobierno, que incidió sobre el gasto privado, ni la política de gasto público que lo llevó -como se señaló anteriormente- a niveles 120 por ciento superiores en dólares de cada año.
En primer término, está a nuestro alcance corregir la cuenta corriente. Tenemos una oportunidad muy importante de hacerlo a través del proyecto de Ley de Presupuestos del sector público que analizaremos en los próximos meses. Coincido en que se trata de una ocasión valiosísima para ponernos de acuerdo. Y un sano punto de partida sería comenzar con un presupuesto, expresado en valores reales, igual al de 1998. Congelar en términos reales el ejercicio financiero público para 1999, sería un punto de partida para que el Fisco contribuyera a la tarea del Banco Central y que no fuera en contra o en perjuicio de ella.
En segundo lugar, tenemos que ejercer un liderazgo institucional.
Los flujos financieros que hoy están provocando la situación internacional que se vive, en algún momento van a cambiar de sentido. Entonces se recuperarán más rápido los países que hayan aprovechado la crisis para hacer las modernizaciones institucionales que les confieran un liderazgo. Por ello, Chile debe revisar dónde está atrasado, para avanzar rápido ahí.
Diría que el país tiene mucho que hacer. Actualmente, estamos realizando una reforma procesal importante. El ámbito o la institucionalidad judicial es un elemento que le suma o resta competitividad a un país. Por lo tanto, sería muy importante avanzar más rápido en esta materia.
En cuanto a esto, existen proyectos detenidos -por ejemplo, el de los arbitrajes entre privados- que podrían ofrecer un activo del que hoy no disponemos, el cual, cuando la crisis se revierta, nos permitiría llegar primero a la recuperación.
También hay que hacer bastante en el campo de las privatizaciones. Muchos dicen que no es bueno vender cuando las cosas están baratas. Pero si se trata de privatizar, generar el cambio de sentido de los flujos financieros es fundamental para adelantarse a la recuperación. Muchos otros critican que se habrían efectuado privatizaciones en los años en que todavía los mercados internacionales estaban en crisis durante la década pasada. Sin duda, esos movimientos privatizadores permitieron al país tomar un liderazgo de la inversión extranjera, de la cual, se ha beneficiado claramente el país durante la actual década.
Por lo tanto, aun cuando los precios estén deprimidos, esta oportunidad es propicia para avanzar en privatizaciones. Por esa vía, nos adelantamos a cambiar el sentido de los flujos financieros y a llegar primero a la recuperación.
Finalmente, resultan fundamentales las señales que dan los actores relevantes, o aquello que podríamos llamar "liderazgo político".
Leí hoy, en la reproducción de un análisis publicado en un diario financiero norteamericano, que esta crisis está provocando cambios de sentido en las políticas, planteamientos y posturas de muchos políticos a nivel internacional. Y ahora vemos que el Presidente de Malasia señala que esto significa el fracaso rotundo de la economía libre, de la economía de mercado. Indudablemente que con las señales que está dando dicha nación, sus problemas se van a acrecentar y no a disminuir.
En este sentido, me alegro de que quien me antecedió en el uso de la palabra, el Honorable señor Valdés, no esté entre los precandidatos de la Concertación. Porque, si hubiese relativa confianza en el triunfo del candidato de ese conglomerado político, las palabras del señor Senador -a quien respeto, aprecio y quiero mucho- ejercerían un efecto muy negativo en quienes observan a los actores relevantes en el país, miran las señales que dan y actúan de acuerdo a ellas.
No me cabe duda de que en parte de los problemas que hoy vive la minería nacional -en la que aún con el precio de 75 centavos de dólar es muy conveniente en el ámbito internacional, y podría ser receptora de inversiones para acrecentar la participación del mercado chileno, aprovechando sus ventajas competitivas, en un proceso que sería natural- están pesando declaraciones como las del ex Ministro Villarzú, quien anunciaba, prometía y recomendaba tributaciones verdaderamente expropiatorias en contra del sector mencionado.
Es decir, las señales de los actores relevantes son fundamentales en la suerte que corren los países dentro de una economía globalizada como la que hoy día es ineludible encarar. Lo que se diga y haga hoy es primordial en esta materia.
Para no extender más mis observaciones, señor Presidente, termino manifestando que, en relación con lo recientemente dicho, me gustaría ver señales de mayor autonomía por parte del Banco Central. Estimo conveniente que tal entidad haga declaraciones conjuntas con el Ministerio de Hacienda, siempre y cuando ellas no se aparten de su línea. Me agradaría que el Presidente del Banco Central se acercara al Ministro de Hacienda para manifestarle cuál es su política, lo que, a mi juicio, es fundamental.
Los elementos de confianza actual en el mundo se observan tanto en el manejo del señor Greenspan de la Reserva Federal Norteamericana como en la conducción del Bundesbank. La independencia que muestra aquel ejecutivo es lo que termina dando confianza.
Yo habría preferido que el Presidente del Banco Central, aunque estuviera solo en la declaración, mantuviera su política para el año 1999 de 3 por ciento como meta inflacionaria. Eso es lo que se apega a lo que el país necesita y a lo que la ley orgánica de esa institución bancaria le ordena. Acomodarse con el Ministro de Hacienda, que tiene otras presiones, y conciliar una meta intermedia, a mi juicio, debilita la autonomía que el país requiere de su Banco Central.

El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Señores Senadores, la sesión está programada hasta la 13:30 horas. Con el objeto de ordenar el desarrollo de un debate de tanta importancia y trascendencia y considerando que hay varios inscritos, propongo que empalmemos esta sesión con la de las 16 horas, suspendiéndola a las 14 y reanudándola a las 15:30.
Si le parece a la Sala, procederíamos de esa forma.
Acordado.

El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Tiene la palabra el Senador señor Pérez.

El señor PÉREZ.- Señor Presidente, muchas de las cosas que quería señalar se han expresado en las distintas intervenciones de los señores Senadores; por lo tanto, voy a ahorrar tiempo al no reiterar esos elementos de análisis.
Comparto la tesis expresada fundamentalmente por el Senador señor Ominami en cuanto a que la economía -no solamente pública, sino también doméstica-, hay que ajustarla no sólo vía tasa de interés. La mejor forma de hacerlo es mediante el ajuste del gasto.
Otro punto importante en la hora presente es la preocupación por el ahorro. Al respecto, también comparto lo expresado por otros señores Senadores con relación a que en la actual coyuntura económica, se echan de menos instrumentos que incentiven más el ahorro.
Por otro lado, quiero referirme al tema de las expectativas. El economista Vittorio Corbo decía que las cifras de un país muestran la fotografía económica del presente y que los precios del mercado muestran la del futuro. En verdad los precios del mercado nacional se han deteriorado aceleradamente -me refiero en especial a la Bolsa de Comercio- no sólo por lo ocurrido con la crisis asiática. Desde ese punto de vista, la materia sobre las expectativas debemos analizarla en un contexto de futuro y en función de la coyuntura económica actual.
No comparto lo expresado por el Senador señor Foxley -en mi opinión, hizo una notable exposición- en cuanto al divorcio que existiría en los analistas de Wall Street respecto de sus muy sofisticados estudios y las decisiones que toman.
Quiero poner un ejemplo concreto, a fin de profundizar más lo señalado por el Senador señor Prat sobre la minería.
Hace ocho meses, como Presidente de la Comisión de Minería del Senado, me correspondió recibir a un economista de la empresa Salomon Brothers, cuyas preguntas apuntaban concretamente a las inversiones mineras. Me di cuenta de que él disponía de un "dossier" muy contundente sobre lo que ocurría en Chile. Tenía declaraciones del Ministro Secretario General de la Presidencia de aquel entonces, el señor Villarzú, y de dos Senadores presentes ahora en la Sala, sobre la necesidad de imponer nuevos impuestos a la minería.
Según datos de la Corporación Chilena del Cobre, las inversiones mineras en Chile se van a reducir el año 2000 a 150 millones de dólares. De los 5 mil millones de dólares de inversión durante los tres últimos años, se bajará a 150 millones de dólares. Y no se trata de falta de megaproyectos relativos a ese metal en el mundo. Hay doce de ellos para desarrollarse en los próximos diez años, y sólo uno pertenece a nuestro país.
Por eso, debe tenerse presente que los proyectos mineros se desarrollan sobre la base de capitales internacionales, los que, de no encontrar en Chile una buena plaza irán a Perú, Argentina, Africa o Asia.
Desde ese punto de vista, los actores políticos deben tener mucha responsabilidad sobre lo que señalan respecto de la economía y el futuro del país.
Como esta sesión -que comenzó con la intervención del Presidente del Banco Central- ha servido a distintos señores Senadores para reconocer en forma muy honesta las cosas positivas de sus adversarios y, también, para hacer una catarsis sobre eventuales errores, quiero decir que ojalá -pues los analistas toman muy en cuenta las declaraciones de los agentes políticos- haya más prudencia en las opiniones de quienes hoy día están en el Gobierno.
Como ejemplo de lo anterior, tenemos lo señalado por el Presidente saliente del Partido Socialista en el sentido de que la agenda de su candidato presidencial -cosa que jamás le hemos escuchado- considera una nueva reestructuración de impuestos a objeto de subirlos; o la referencia de un señor Senador sobre la necesidad de un nuevo acuerdo social con los empresarios diferente al de 1989.
Por lo tanto, debemos pensar que nos encontramos en un mundo globalizado, donde hay que competir con otros países y ver cuáles son las mejores condiciones otorgadas por las distintas naciones a los capitales internacionales.

El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Tiene la palabra el Honorable señor Bombal.

El señor BOMBAL.- Señor Presidente, un comentario previo, antes de formular algunas consultas al señor Presidente del Banco Central, sobre los liderazgos que echaba de menos el Senador señor Valdés. Precisamente fue Su Señoría quien mencionó al Presidente norteamericano que en vísperas de la crisis del 29 dio a conocer que la economía de su país era la más próspera y fuerte.
Sobre el particular, recuerdo lo expresado por nuestro Primer Mandatario hace pocas semanas respecto de que esta crisis -hoy día revelada en los informes y en el testimonio del señor Presidente del Banco Central- no afectaría a Chile y que no nos encontrábamos ni asomados a lo que las autoridades del Instituto Emisor han consignado en esta reunión, donde lo único de que se ha hablado es cómo enfrentamos la crisis que el líder principal del país no advirtió o no quiso advertirlo en su momento. Ello, tal vez, explique, en buena medida, muchas de las situaciones aquí planteadas y lo que el Senador señor Foxley ha formulado como críticas frente a los manejos que se están haciendo.
Sin embargo, en general, deseo señalar que en el Senado represento a sectores donde la mediana y pequeña empresas constituyen la expresión de una actividad económica muy relevante.
En esos sectores, que están sintiendo con demasiado rigor la dificultad financiera en comento, la mano de obra es muy intensiva. Por lo tanto, la crisis demuestra que es en ellos donde más impacta el mayor desempleo que se está produciendo y el que se nos anuncia.
Ocurre que el estrés a que el Banco Central somete a esos pequeños y medianos empresarios resulta dramático. Naturalmente, este organismo debe adoptar criterios para enfrentar la política monetaria. Las tasas de interés suben y bajan. El Instituto Emisor comprime, y luego, se relaja en su manejo monetario para evitar la especulación. Y en medio de ese estrés que sufren los pequeños y medianos empresarios, cuando deben acudir a los bancos advierten con verdadero pavor no sólo que su actividad se está viendo perjudicada, sino que, lisa y llanamente, deben quebrar, cerrar o despedir a personal.
Por lo tanto, el desempleo en esos sectores es muy fuerte como consecuencia de las medidas -muy estresantes para ellos- que se van adoptando en medio de la fluctuación de la crisis.
Dado que, en buena medida, represento a dichos sectores en el Senado, deseo consultar al señor Presidente del Banco Central -de quien no dudo de que advierte esta situación- si se tiene considerado, para enfrentar lo que resta de la crisis o lo que sigue a ella, adoptar algún tipo de medida paliativa que permita a aquéllos lograr una mejor posición ante el drama que viven cuando acuden a los bancos y se encuentran con que no hay dinero o éste se halla muy caro.
Entre el viernes y el lunes recién pasados -según tengo entendido- la tasa interbancaria era de 50 por ciento, lo cual es, realmente, insoportable para las operaciones que deben enfrentar estos pequeños y medianos empresarios.
Sabido es que el empresario que se halla en buena posición enfrenta mejor estas situaciones. Pero quienes están utilizando el crédito de fomento para su actividad, se ven absolutamente complicados.
Por eso, me gustaría saber la opinión que al señor Presidente del Banco Central le merece esta situación y la forma como se piensa paliar sus efectos, reconociendo y admitiendo, naturalmente, que las medidas que el Instituto Emisor debe adoptar para evitar especulaciones generan un gran estrés.
En segundo término, deseo preguntar al Presidente de dicha entidad si el Banco se ha colocado en la hipótesis de que el crecimiento económico del próximo año sea igual a cero. Porque aquí se habla de expectativas de crecimiento, pero hay también quienes advierten que el país podría no crecer en 1999.
En tercer lugar, me gustaría, dentro de la exposición que seguramente el Presidente del Instituto Emisor nos hará en la tarde en respuesta a las inquietudes que aquí se han formulado, conocer el análisis que ha hecho o se encuentra realizando el Banco Central respecto a los posibles escenarios de la recuperación de la economía japonesa y cómo visualiza la evolución de la misma. Es decir -reitero-, cuáles son los escenarios, las predicciones o expectativas que se vislumbran al respecto, sean éstas positivas o negativas. Sería interesante conocer el estudio que sobre esta materia estén haciendo las autoridades del Instituto Emisor.
Asimismo, deseo saber cuáles son las repercusiones que podría ocasionar a nuestra economía una eventual caída de la economía de Argentina o de Brasil, especialmente dada la situación política de esta última nación, que se halla pendiente de una elección, lo cual podría estar generando alguna suerte de inestabilidad.
Por último -para terminar estas breves consultas-, deseo adherir a lo planteado por el Senador señor Prat. Comparto absolutamente lo que ha señalado -también me llama la atención- sobre las estrechas relaciones que se van dando entre el Ministerio de Hacienda y el Banco Central, incluso, en lo relativo a declaraciones conjuntas.
A mi juicio, en momentos de crisis como los que se viven, es muy importante garantizar la plena independencia del Instituto Emisor, a fin de no tener ni siquiera la tentación de ceder, frente al manejo monetario que cabe hacer ante una crisis, a las presiones gubernamentales que, legítimamente, el señor Ministro de Hacienda deberá, a su turno, ir interpretando o resolviendo.
La autonomía del Banco Central en esta hora de crisis es sustantiva. Y las últimas señales dadas al respecto, en alguna forma estarían indicando que sobre la materia no hay la plena nitidez que, no sólo la ley orgánica de dicha entidad, sino las circunstancias, ameritan.
He dicho.

El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Tiene la palabra el Honorable señor Viera-Gallo.

El señor VIERA-GALLO.- Señor Presidente, ante todo, deseo señalar algo bastante obvio: no soy economista y, por tanto, no pretendo competencia técnica alguna sobre materias que, de por sí, son muy complejas. Sin embargo, quiero compartir algunas de mis inquietudes, unas son coincidentes con las planteadas por el Senador señor Foxley, y otras, menos.
En primer lugar, comparto con él la idea de que estamos ante una globalización sin conducción. Creo muy difícil alcanzar esa conducción y no me parece que ello sea posible ni aun cuando los Gobiernos de los siete países -u ocho, sumado Rusia- más industrializados, se pusieran de acuerdo. Estimo que el grado de evolución y de vértigo del mercado global hace cada vez más difícil conducir la economía. Tal vez, ése constituya uno de los problemas políticos más graves del próximo siglo.
En segundo término, a mi juicio, nadie escoge la época o el mundo en que vive. A uno le toca una época, un determinado mundo, y es ahí donde debe vivir. El simple lamento respecto de lo que existe no es suficiente para cambiarlo, ni tampoco las cosas se van a doblegar a la razón con un acto de voluntad.
El cómo conducir o gobernar la economía es uno de los temas que ha acompañado a la sociedad moderna desde hace dos siglos y que ahora se vuelve particularmente complejo y grave.
Asimismo, creo que hoy día es muy difícil emitir un juicio acerca de hasta dónde va a llegar la crisis. Las noticias recientes no son malas. Se han recuperado todas las bolsas de Asia y el yen. Al parecer, todo ello se debe a que el Secretario del Tesoro de los Estados Unidos anunció que van a bajar los intereses en su país, lo cual, por lo demás, había sido solicitado por el Grupo de Río. Ahora, no creo que por el hecho de que éste lo haya pedido, se adopte tal medida en dicha nación. No tengo tal grado de ingenuidad. Tal vez, el Grupo de Río lo sabía antes y por eso lo solicitó.
¿Qué hacemos ante la situación que nos afecta? Me parece que la exposición del Presidente del Banco Central es impecable, en el sentido de la responsabilidad que un país como el nuestro está asumiendo. Evidentemente, si la crisis se agrava, su discurso deberá ir cambiando. Eso me parece bien. Y yo noto un cierto cambio en la exposición que él hizo hoy respecto de la que efectuó hace un mes en la Comisión de Hacienda.
Ojalá que la crisis no se agrave, que la recuperación de las bolsas en el día de ayer sea un buen índice y que las cosas vayan mejor.
Deseo plantear al Presidente del Banco Central una grave inquietud que me asalta, porque no me parece que, de acuerdo con las expresiones vertidas por el Senador señor Foxley, haya una orientación clara.
Tengo la impresión de que el proyecto de rebaja arancelaria fue concebido y concordado con la Oposición en un contexto político y, sobre todo, económico diferente. No sé si ante la realidad señalada por el Honorable señor Foxley, en cuanto al dumping asiático, que creo se vivirá muy fuertemente en la Región que represento, lo más adecuado sea bajar aranceles.
No sé si existe algún país en el mundo que, viéndose enfrentado a esta situación, rebaje los aranceles. No conozco el grado de compromiso que hubo en la Cámara de Diputados y que condujo a que el Gobierno vaya a presentar un proyecto de salvaguardia. También desconozco cómo juega la rebaja arancelaria con la salvaguardia, pues a lo mejor sería más razonable -así creo entender lo expresado por el Senador señor Foxley- postergar la entrada en vigencia de dicha rebaja. Eso es lo que me pareció entender de sus palabras, y creo que es un tema de vital importancia para la decisión que deberá tomar el Senado respecto a la iniciativa.
Voy a hablar de lo que conozco en relación con la zona que represento. Hay importantes industrias que dan trabajo a la gente. Y no me refiero a la gran industria, sino a la mediana, que hoy día se ve muy afectada por la desleal competencia de los productos que llegan desde Asia, los cuales, a causa de la devaluación monetaria, llegan a precios que verdaderamente no son competitivos. Y si además pensamos bajar los aranceles, suponer que se conservarán los puestos de trabajo me parece una idea muy ilusoria. Repito que no hablo de la gran industria.
Si Sus Señorías ven, por ejemplo, cuánto trabajo ha dado la Represa Ralco, no encontrarán más de 50 trabajadores directos. Si ven a cuánto asciende la inversión de Celulosa Arauco II, comprobarán que de doscientos y tantos millones de dólares sólo llega a ciento y tantos.
El otro día el Presidente de la República inauguró PETRODOW, que ha significado doscientos y tantos millones de dólares en inversión y setenta nuevos puestos de trabajo. Estoy hablando de la pequeña y de la mediana empresas del calzado, del rubro textil, del metalmecánico, de loza, en fin; es decir, de aquellas que veo en mi Región. Mi preocupación apunta a que una rebaja arancelaria en las actuales condiciones, puede hacer quebrar a esas industrias. Alguien podrá decirme que ellas están condenadas a morir de todas maneras. No me voy a pronunciar al respecto, pero no me cabe duda de que es distinto que eso vaya ocurriendo en un período gradual, de reconversión industrial, a que se dé de la noche a la mañana por el agravamiento de la crisis y, por lo tanto, por la competencia de los productos que llegan desde Asia.
Deseo preguntar al señor Presidente del Banco Central, ¿cómo ve que hoy día puede jugar razonablemente la rebaja arancelaria con un proyecto de salvaguardia? ¿Cómo opera el sistema? Otra consulta: si tenemos una rebaja arancelaria concordada a nivel mundial por la Organización Mundial del Comercio, deseo saber si la crisis pondrá o no en cuestión dicho acuerdo. No advertí un pronunciamiento del señor Presidente del Banco Central en cuanto a si el agravamiento de la crisis pondrá en cuestión los acuerdos de Marrakech de la Organización Mundial del Comercio. Entonces, tal vez, todos los países entraremos en una carrera acelerada de proteccionismo, lo que sería quizás la peor solución para lo que buscamos.
En ese sentido, señor Presidente, insisto en que no soy un economista, pero me parece que las naciones debieran moverse en un punto de equilibrio. No porque haya crisis debemos renegar de todo lo que ayer se consideraba perfecto y recurrir de nuevo a las protecciones del Estado, porque éste, además, no puede proteger lo que el mercado contenga, pero sí buscar un equilibrio que no haga las cosas más crueles o más difíciles para ciertos sectores de la industria y de la economía de lo que ya están por efectos de la crisis.

El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Tiene la palabra el Honorable señor Martínez.

El señor MARTÍNEZ.- Señor Presidente, deseo consultar sobre una aparente descoordinación que se produciría desde hace un tiempo entre la conducción de nuestras relaciones exteriores en cuanto a asumir que para Chile es bueno firmar y ser parte de cualquier convenio que se haga presente o circule en el mundo y que abarque problemas u obligaciones económicas o lleve aparejado dependencia de ciertas situaciones que se originan en forma externa a Chile, y esto, en relación a las obligaciones que adquiere el Estado, tomando parte en diferentes tratados económicos, como el MERCOSUR y APEC, en los cuales se toman resoluciones de carácter económico que, de una u otra manera, generan al Banco Central una situación de poca flexibilidad para reaccionar o lo imposibilitan para dar su opinión previamente a la firma de dichos acuerdos económicos.
Si bien es cierto el Banco Central es un organismo independiente que tiene por obligación manejar la política monetaria de Chile, parece necesaria su participación, sobre todo frente a problemas como, por ejemplo, los acuerdos de rebaja arancelaria, etcétera. En este aspecto, recuerdo la exposición del señor Presidente de Banco Central, en términos de que en el entorno del Asia-Pacífico llegaríamos en el 2005 a un arancel cero o a una degravación acelerada.
En consecuencia, da la impresión de que frente a una dinámica de relaciones exteriores muy intensa en cuanto a ser parte de muchos acuerdos y tratados económicos, el Banco Central no es considerado, ya que no puede intervenir ni dar su opinión acerca de las consecuencias posibles. En efecto, ¿qué ocurre cuando se presentan las crisis? Éstas se presentan porque alguna variable económica no fue visualizada o manejada correctamente en su tiempo. De esa manera, surge esta descoordinación que después amarra al Banco, sobre todo a acuerdos monetarios internacionales que se originan en tratados.
En mi opinión, resulta conveniente el enlace o coordinación entre relaciones exteriores y el Banco Central. De otra manera, los esfuerzos del Banco Central estarían chocando contra una pared que no puede manejar.
Ésa es mi consulta, señor Presidente.

El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Tiene la palabra el Honorable señor Boeninger.

El señor BOENINGER.- Señor Presidente, estamos presenciando un debate de mucha calidad y muy franco.
Quiero destacar la exposición muy maciza del señor Presidente del Banco Central. En ese sentido, me identifico con lo expuesto por los Senadores señores Foxley y Ominami y también con una serie de preguntas muy pertinentes formuladas por la Honorable señora Matthei. En general, me parece que se ha desarrollado un debate de gran altura.
Deseo señalar lo siguiente. En primer lugar, Chile no tiene ninguna posibilidad de crecer si no es integrado al mundo. De manera que la decisión de apertura al exterior no sólo fue correcta en su momento, sino que es indispensable e irreversible. Sería una actitud suicida de nuestro país revertir ese modelo de desarrollo de cara a una crisis por fuerte que ella sea.
En segundo término, concuerdo con el Senador señor Ominami cuando afirmaba que el mundo es como es: la falta de liderazgo, la crisis recurrente, la volatilidad de los movimientos financieros, la falta de previsión y anticipación correctas de la evolución de la economía mundial. Al respecto, cabe citar, por ejemplo -como lo recordaba el Senador señor Foxley- las loas del Fondo Monetario Internacional a las economías del Asia quince días antes de que se desatara la crisis en Tailandia.
Todo eso es verdad y, a mi entender, los países en desarrollo tenemos la obligación de reclamar en contra de ello. Pero también es poco lo que vamos a lograr en términos de cambiar las circunstancias como son. De manera que lo que debemos hacer es adaptarnos a esas realidades.
Ahora bien, en esa línea, es correcto fortalecer y agilizar mecanismos de salvaguardia, tal como ha sido anunciado por el Gobierno. Sin embargo, al mismo tiempo, debemos tener claro que no se trata de abusar de ellos y convertirlos en instrumentos de protección o en una forma de cerrar la economía. Eso constituiría un error y sería fatal.
En cuarto lugar, me parece que éste es un alto en el camino, desde el punto de vista del proceso que ha vivido Chile en estos años. Siempre he pensado que Chile enfrentará el desafío de probar su capacidad de perseverar en las líneas gruesas de su política económica en el momento en que llegue un período de vacas flacas. O sea, uno o dos años de crecimiento cercano al cero por ciento, de uno, dos o tres por ciento, serán la oportunidad de probar si somos capaces de resistir la tentación de volver a cerrar la economía y la tentación populista.
Además está el desafío de mantener la compatibilidad entre los requerimientos del corto plazo que produce la crisis y la visión estratégica de largo plazo del desarrollo del país.
En ese sentido, soy partidario de mantener el proyecto de rebaja de aranceles. Habría tenido bastantes dudas si se hubiera planteado en este instante, en medio de la crisis, una rebaja brusca de 5 por ciento. Pero, encontrando muy legítimas las inquietudes, por ejemplo, que el Senador señor Viera-Gallo recién expresaba, francamente creo que una rebaja de uno por ciento anual durante un período de cinco años, en el cual uno supone -aun con las previsiones más pesimistas- que la crisis habrá pasado, no constituye una política imprudente, sino que significa que el país, junto con tomar medidas frente a la crisis, reafirma su estrategia de largo plazo. Lo que tengo claro es que esa rebaja, aunque sólo del uno por ciento, tiene que ser del todo compensada simplemente para no generar aumento de gastos. Pienso que la situación de ahora es muy diferente de aquella en que se produjo la rebaja unilateral de aranceles, sin compensación, durante el Gobierno militar y de la que imperaba al realizarse la reforma en la época en que era Ministro el Senador señor Foxley, que hoy día nos ha hablado acá.
En seguida, refiriéndonos al corto plazo, creo que un problema básico es el de la credibilidad de las metas que se anuncian. Al respecto, debo decir primero que la meta de 4,3 por ciento para la inflación de 1999 me parece acertada. En verdad, es muy poco menor o prácticamente igual que la meta de la presente anualidad, de la cual aparentemente no vamos a estar muy lejos. Y cualquier señal que diera el Banco Central tendiente a pensar que la meta del año que viene pudiera ser mayor que la actual, significará el comienzo del relajamiento respecto de toda una política antiinflacionaria.
En mi opinión, no es posible para el Banco Central ni para ninguna autoridad económica responsable plantearse una meta no inferior a 4,5 por ciento. Considerando el conjunto de las variables existentes, creo que el 4,3 por ciento es razonable.
Respecto de la meta de crecimiento fijada de 3,8 por ciento, estimo que está en el rango de lo posible; la veo más como una aspiración optimista que como realidad probable.
Pero también pienso que al respecto juegan otros factores. Por ejemplo, está el problema de las profecías autocumplidas. En la medida en que uno exagere la previsión pesimista o se sitúe en el rango inferior de una previsión, aumenta la probabilidad de ocurrencia. Por lo tanto, no me hubiera parecido lógico que la autoridad de Hacienda planteara una proyección de crecimiento francamente más cercana al borde inferior de las cifras que se están dando vuelta en el mercado, como 3 por ciento.
Lo que sí creo necesario es, primero, seguir revisando continuamente las metas, de acuerdo con la evolución de las circunstancias externas. Y, en segundo lugar, debiéramos comportarnos hoy, específicamente en el caso del Presupuesto fiscal, como si la proyección de crecimiento no fuera 3,8 por ciento, sino más cercana a 3. O sea, coincido con lo dicho acá: el Presupuesto fiscal debe ser extremadamente cauteloso, prudente y restrictivo en sus proyecciones de expansión.
Ahora bien, pasando a una materia también de importancia, creo que la responsabilidad política fundamental de todos los que estamos acá, de los partidos políticos y del Gobierno, es respaldar en términos de acuerdos sustantivos amplios, con sentido de Estado, aquellas metas más difíciles de lograr dentro de las que son necesarias en el corto plazo.
Primero, lo de un Presupuesto fiscal que no crezca más de 3 por ciento no es fácil. Resulta muy sencillo decir: "Recórtese el gasto fiscal"; pero ocurre que las expansiones de gasto, como lo recordaba el Senador señor Valdés, que se han producido en estos años se han debido a necesidades ineludibles en infraestructura, educación, salud, aumento de sueldos de distintos grupos de la sociedad, sector público, etcétera. Y la reducción del gasto fiscal, la del ritmo de crecimiento en el tipo de nivel de que estamos hablando, no es algo que se haga sin costo.
Hay sectores sobre los cuales se puede afirmar -desde luego yo lo haría- que no tienen una prioridad nacional alta, dadas las circunstancias internacionales que vivimos. Por ejemplo, uno podría decir "Rebájese mucho más el gasto en Defensa"; pero todos sabemos que ese rubro es extremadamente rígido en el corto plazo, aun poniéndonos en la hipótesis optimista (es mi punto de vista) de que no tenemos riesgo de conflictos externos.
La posibilidad de reducir el gasto fiscal, entonces, es un ejercicio extremadamente difícil. Opino que hay que lograrlo; pero sin plantear, simplemente, como si fuera cuestión de llegar y hacerlo: "Díctese un decreto", y se acabó el problema.
En seguida está el asunto de las demandas salariales, segundo punto político difícil. Necesitamos realmente un respaldo político amplio para que esas demandas se manejen con criterio en extremo restrictivo, acercándose al cero por ciento de reajuste y con un manejo extraordinariamente conservador respecto de las ganancias de productividad del período.
En tercer lugar está la cuestión del gasto interno. Hay que reducirlo en todos los frentes. Ciertamente, un aspecto es el gasto público, pero también está el gasto privado. Como aquí muy bien se ha dicho, este último es el 80 por ciento del total. Entonces, su reducción es una necesidad.
Digamos que, así como el aumento del Presupuesto fiscal tuvo una lógica en estos años de vacas gordas, el aumento del gasto privado no es netamente, a mi entender, una expresión de consumismo. La cuestión deriva del aumento de los ingresos de las personas; de las expectativas optimistas; del ejemplo de demostración de un tipo de consumo ostentoso que se ha ido produciendo en la sociedad chilena, a diferencia de las costumbres austeras de períodos históricos anteriores. Esto es algo que hoy día no se puede sostener.
Tiendo a pensar que, evidentemente, es importante adoptar medidas que signifiquen un incentivo al ahorro. También creo que tales incentivos no tienen efectos de corto plazo espectaculares. Ahí es donde me inclino a simpatizar con planteamientos como los de usar el IVA como instrumento transitorio, expuesto el fin de semana por el señor Sergio de Castro hecho y recordado aquí por el Senador señor Ominami. Asimismo, cabe tener presente la propuesta del mismo señor Senador en el sentido de recurrir a aumentos transitorios de las cotizaciones previsionales y cualquier otra medida que conduzca a la reducción del gasto privado.
En mi opinión, lo difícil es el manejo fino para compatibilizar tipo de cambio, tasa de interés, liquidez y demás variables con las que se tiene que jugar cotidianamente la autoridad para conseguir el objetivo de reducción del gasto interno, disminución del déficit de cuenta corriente a límites manejables, etcétera.
Junto con destacar los problemas que enfrentamos, es importante, desde el punto de vista de las expectativas, hacer resaltar nuestras fortalezas. Por ejemplo, el señor Presidente del Banco Central ha aludido a la fortaleza del sistema bancario chileno y al hecho de que la cartera vencida no alcanza a más del 1,2 por ciento de la cartera total. Ése es un aspecto muy importante para infundir confianza en el exterior, respecto de los evaluadores de la economía chilena, y también en el interior.
Y aquí hago un paréntesis. Dentro de la idea de las profecías autocumplidas a la que me referí hace un momento, concuerdo cuando se dice que las profecías que son las evaluaciones de las agencias internacionales tipo "Moody¿s" o "Standard and Poor¿s" también suelen convertirse en autocumplidas. La rebaja de la evaluación de riesgo de la deuda brasileña probablemente es un ejercicio necesario, pero, al mismo tiempo, ello induce una reacción inmediata en Brasil, la cual, a su vez, puede generar encadenamientos complicados.
No tengo la respuesta de cómo enfrentar la cuestión. Pero la voz de alerta internacional respecto de este juego, en un mundo globalizado donde, en los cortos plazos, las expectativas tienden a ser más importantes que la situación de las economías reales, es de la más extraordinaria importancia. Y algo habrá que hacer para enfrentar el tremendo problema de las expectativas generadas por informes que, como digo, se convierten en profecías autocumplidas.
Por otro lado, el conjunto de medidas que es necesario tomar (contención del gasto; aumento muy prudente del Presupuesto fiscal; contención de demandas salariales) comporta un problema práctico, técnico, pero también uno político de secuencia. No es posible decir simultáneamente: "No hay reajuste más que de tanto por ciento de los salarios públicos" y "Vamos a aumentar el IVA en un punto hasta que termine la crisis" o "Vamos a aumentar las cotizaciones previsionales". Esas cosas no se pueden hacer simultáneamente. Uno debe tener un cierto plan estratégico en el tiempo para sumar medidas que en el conjunto pueden ser todas necesarias, pero que, aplicadas de manera simultánea, simplemente no se resisten, en términos políticos, en ningún país democrático del mundo.
En definitiva, creo que enfrentamos una crisis complicada. Hay que reevaluar -es lo que está haciendo la autoridad- sistemática y permanentemente la situación. En ese sentido, me parecen injustas las críticas que hablan de "medidas tardías", etcétera. Porque, así como el Fondo Monetario Internacional no previó, 15 días antes de que se desatara la crisis, lo que iba a pasar, francamente creo que las autoridades nacionales, con menos información a su disposición, han reaccionado con prontitud cuando las situaciones de crisis se han ido exteriorizando.
Y, en buenas cuentas, mi impresión es que debemos prepararnos en términos políticos para enfrentar uno o dos años difíciles. Por ello, me alegra extremadamente que se esté produciendo este debate hoy, cuando estamos a las puertas de un período de campaña electoral presidencial. Y me parece bastante notable que, en esas circunstancias, las voces en el Parlamento tiendan a coincidir respecto del tipo de medidas duras, impopulares, que, en último término, es necesario tomar. Creo que eso demuestra que Chile tiene hoy una fortaleza, una solidez y una madurez que no tenía hace 10, 20 ó 30 años.
He dicho.

El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Se suspende la sesión.
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--Se suspendió a las 14:3.
--Se reanudó a las 15:41.
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El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Continúa la sesión.
Tiene la palabra el Honorable señor Foxley.

El señor FOXLEY.- Señor Presidente, como se han hecho algunos comentarios a mi intervención anterior, creo útil aclararlos.
En primer lugar, la Honorable señora Matthei, y también el Senador señor Ominami, se refirieron a la importancia del ahorro. El Honorable colega sugirió que en un período de crisis debía aumentarse el porcentaje de los ingresos que las personas destinan a sus cuentas de ahorro en las AFP. Sin lugar a dudas, el ahorro es fundamental. Y si miramos hacia adelante, dentro de los problemas que debemos resolver mejor desde el punto de vista del diseño institucional se hallan los mecanismos para incentivar el ahorro. Por lo tanto, las medidas aprobadas por el Senado con motivo del proyecto de reajuste de pensiones apuntan en la dirección correcta. Contrariamente a lo que sostenía la Honorable señora Matthei, incorporan una buena parte de las recomendaciones de la Comisión Nacional de Ahorro. Pero, además, hay otros mecanismos de ahorro institucional, cuyo diseño está a medio camino, que deberían ayudar a elevar la tasa de ahorro, como las libretas de ahorro para la educación. Me refiero al ahorro institucional con el fin específico dedicado de asegurar una buena educación superior, sobre todo para los hijos de hogares modestos. También está el PROTRAC, que es una libreta de ahorro individual, con aporte patronal y del Estado, como seguro contra el desempleo.
El Honorable señor Ominami proponía que en momentos de crisis se debía duplicar el ahorro obligado que se deposita en las AFP. Éste es un problema de fondo que hay plantear. Pienso que hoy todavía no dispone de una respuesta adecuada del manejo profesional de los fondos de inversión existentes en el país. La verdad es que la industria de las AFP ha estado en la frontera de un nuevo desarrollo: el manejo de enormes volúmenes de recursos privados por instituciones sin experiencia para ello. Está demostrado que han aprendido muy lentamente; las AFP no han sabido diversificar sus inversiones de manera que el ahorro aumente, el que este año ha disminuido, en términos reales, en 10 por ciento. Por lo tanto, ¿cómo se podría defender, desde un punto de vista político y de su legitimidad social, a quienes desean jubilar el día de mañana, si en medio de una crisis les decimos que vamos a obligarlos a cotizar el doble en una AFP? Lo primero que nos dirán será que veamos las páginas financieras de los diarios, en donde se informa que sus ahorros han disminuido su valor en 10 por ciento.
Por consiguiente, para aumentar el ahorro, el país deberá diseñar mejor las instituciones que manejan grandes volúmenes de fondos, con el objeto de que den cierta garantía de rentabilidad, ya sea que se trate de ahorro para el desempleo, para la educación o para la previsión. No hemos llegado allí todavía. Pero creo que hay que evitar las respuesta simplistas.
El segundo punto al que deseo referirme se vincula con una propuesta de don Sergio de Castro, uno de los autores de la apertura de la economía, planteada en una revista de fin de semana. En una de sus ideas, sorpresiva para mí, propone subir los aranceles a 14 por ciento. En realidad, esa parte no la comprendo. Pero también sugiere utilizar el IVA como mecanismo para enfrentar la crisis, de manera que, si en un momento determinado -como ocurrió en 1997- en la economía chilena se produce una fuerte expansión del gasto, debería subirse el IVA. Por varias razones estoy frontalmente en desacuerdo con esa proposición. En primer lugar, porque debe hacerse uso de los instrumentos de que se dispone, y los que habitualmente tiene el Gobierno y el Banco Central para enfrentar un exceso de gasto están allí, al alcance de la mano. Lo que pasa es que a veces esos mecanismos no se utilizan en todo su potencial. Y no se trata sólo de la tasa de interés, sino también del gasto público, los impuestos y el tipo de cambio. Por lo tanto, si hay exceso de gasto, no es efectivo que la única forma de controlarlo sea aumentando la tasa de interés. Eso es obvio. Expuesto de otra manera: si hipotéticamente hoy hubiera una banda cambiaria más amplia, contaríamos, para atacar el exceso de gasto, con un instrumento adicional, hoy día inexistente por tener una banda demasiado estrecha.
El segundo comentario que deseaba hacer se refiere a subir el IVA en las crisis. Albert Hirschman, connotado economista, solía decir que históricamente los latinoamericanos, cuando no sabíamos resolver un problema, sobre todo en el plano económico, lo agrandábamos, agrandando la solución. O sea, si en 1997 se hubiera diagnosticado en forma precisa lo que estaba ocurriendo, el problema se habría resuelto sin recurrir a ninguna solución exótica, como subir el IVA. Lo que se registró ese año, como lo describió aquí el Presidente del Banco Central, fue un déficit de balanza de pago de 5 por ciento del producto y una entrada de capitales de 10 por ciento del producto. Esa excesiva entrada de capitales no podía absorberla la economía, excepto creando burbujas financieras que finalmente empujaron a un exceso de gasto, a través de los mecanismos bursátiles, del crédito bancario y de la expansión de los créditos de consumo. Por lo tanto, si en 1997 había exceso de gasto, ¿por qué pedir a quienes van a comprar a un supermercado que resuelvan el problema de bancos o instituciones financieras que habían inyectado en la economía 4 mil millones de dólares de más ese año? Lo que debía hacerse, a mi juicio -y soy bastante heterodoxo en esta materia, pero no tanto hoy día a nivel internacional-, era restringir la entrada de capitales para ajustarla a lo que la economía podía absorber ese año.
Por último, el impuesto al valor agregado, a menos que se gaste íntegramente en gasto social focalizado progresivo, es un tributo muy regresivo. Por lo tanto, si en algún momento agentes económicos incurren en exceso de gasto, ¿por qué se va a imponer un IVA mayor al conjunto de la población? Creo que ésa no es una solución adecuada, ni desde el punto de vista político ni social.
Deseo referirme a un último punto, que es fundamental, diferente de los dos anteriores. El Senador señor Ominami sostuvo que teníamos que entender la lógica del sistema internacional y que, si el país hace 20 años tomó la decisión de ingresar a los mercados mundiales, no era momento de regatear esa entrada cuando las circunstancias en aquéllos se ponen difíciles. Deseo hacer una breve disquisición sobre este punto. En los años 20 y a comienzo de los 30, en el mundo había un sistema de economías abiertas y un régimen de ajuste automático -el "gold standard"- de los desajustes de esa economía. En ese tiempo, todos señalaban que no había que interferir con los mecanismos de la economía global, porque ellos se arreglaban solos. Eso dijo el Presidente Hoover -lo recordó aquí el Honorable señor Valdés- y las principales autoridades políticas del momento. Pero el "gold standard" suponía que la única manera de ajustarse era por la vía de la deflación, la deflación mundial produjo una depresión mundial, y ésta causó una cesantía masiva tan fuerte que hizo crujir los sistemas políticos de las principales democracias. Y a partir de allí, el desborde de las fuerzas libres del mercado a nivel mundial obligó, no sólo a reaccionar a los gobiernos -al de Roosevelt en Estados Unidos-, sino a crear un conjunto de instituciones -las de Bretton-Woods-, cuyo objetivo fundamental era precisamente regular un sistema que, librado a sus propias reglas, producía caos en el mundo. De ahí surgió el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el esbozo de lo que después fue el GATT, y, finalmente, un mecanismo todavía más imperfecto, el Grupo de los 7. En consecuencia, la pregunta que cabe hacerse, y que se hacen hoy día muchos Jefes de Estado y autoridades económicas y financieras del mundo, es si acaso los nuevos hechos de esta fase de globalización, con predominio de movimientos masivos de capitales financieros en el mundo, no están dejando obsoletas las instituciones de Bretton-Woods, porque provocan costos sociales masivos tan innecesarios como los que causaron la Gran Depresión en los años 30.
Pero cabe formular otra pregunta: ¿cuántas fluctuaciones, turbulencias y desempleo soporta un sistema financiero mundial absolutamente sin controles ni regulaciones? Este tema se encuentra hoy día en el debate y está "mordiendo" la discusión, como lo demuestra el hecho de que en el "Wall Street Journal" de hoy día o en el último número de la revista "Foreign Affairs" economistas tan ortodoxos como el profesor Baghwati de la Universidad de Columbia, gran defensor de los mercados libres, de la liberalización del comercio, hacen presente con severidad la alta inconveniencia de la liberalización financiera irrestricta en el mundo y la necesidad de ir a un sistema regulado. Lo mismo opina Paul Krugman, otro de los expertos más escuchados en estas materias.
Por consiguiente, si queremos avizorar el futuro, hacemos mal en echar una mirada relativamente simple, un poco ingenua y conformarnos con decir: porque hace 20 años se empezó a aplicar un determinado sistema, seguimos pasivamente integrados a él. Pienso que en ese lapso el sistema mundial ha cambiado demasiado, y los flujos de recursos y la volatilidad financiera se han profundizado demasiado como para no actuar.
Por lo demás, la Ronda Uruguay del GATT significó un intento de regular un aspecto: el comercio. Y se hizo la advertencia de no usar las cláusulas de salvaguardia, porque pueden ser una especie de proteccionismo escondido. Estas cláusulas son el resultado de ocho años de deliberación de la comunidad financiera y económica mundial en la Ronda Uruguay del GATT, donde se acordó determinado tratamiento en esta materia, lo cual fue aceptado por todos los países signatarios. Y lo que estamos proponiendo es que Chile no haga otra cosa que implementar, en una ley, esas cláusulas de salvaguardia.
En vísperas de lo que se anuncia como nuevas negociaciones comerciales, que se insertan en la denominada Ronda del Nuevo Milenio, pienso que en nuestro país debe disponerse de un tiempo de reflexión para adoptar decisiones en esta materia, pues si se desea continuar por el camino exitoso que hemos seguido, la pasividad frente al sistema financiero internacional no es una respuesta suficiente, y por modesto que seamos en tamaño y por pequeña que sea nuestra economía, debemos levantar nuestra voz para señalar cómo se puede visualizar en el próximo milenio una integración menos caótica de los mercados financieros; cómo hacer que todos los países cumplan las reglas de esa integración, porque algunos, como Estados Unidos, habitualmente no las cumplen; y, en definitiva, cómo se logra un mejor equilibrio entre la necesidad de continuar ese proceso y -reitero lo que manifesté como punto central de mi intervención anterior- la protección de las personas, que no deben pagar por las tendencias caóticas de mercados desregulados.

El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Tiene la palabra el Honorable señor Díez.

El señor DÍEZ.- Señor Presidente, no quiero privarme de la oportunidad de entregar un pequeño aporte, proveniente de un político y no de un economista.
Pienso que los hombres de edad y de experiencia son muy dados a hacer previsiones, que generalmente resultan equivocadas. Recordemos las previsiones históricas sobre lo que ocurriría después de la explosión de la bomba atómica -y las premoniciones, sumamente erróneas, de la destrucción del universo- y también respecto del final de la Guerra Fría y el destino de los socialismos de hecho en el mundo. Y lo que ocurrió en realidad nos tomó por sorpresa. En materias económicas, se ha recordado la crisis del 1929 y las declaraciones equivocadas del Presidente de los Estados Unidos.
Hemos escuchado apreciaciones sobre la crisis que nos afecta, y también paulatinamente nos hemos ido enterando de los errores de quienes han emitido juicios acerca de su dimensión, profundidad y extensión. Ya el propio discurso del Presidente del Banco Central alude a "crisis global" y no, como hace una semana, a "crisis asiática".
Los jóvenes, en vez de vocación de profetas, tienen fe. La vida los obliga a tener fe, a marchar y a seguir viviendo. Considero que, en esta ocasión, hay una lección para los países jóvenes. Nosotros no dominamos las previsiones, y hemos visto cómo éstas se nos escapan y perjudican. Por lo tanto, es muy importante, para Chile, considerar el aspecto sicológico en el análisis de las crisis. Me parece que no hemos manejado bien el aspecto sicológico, pues, a pesar de la firmeza de los pilares básicos de la economía nacional, todavía hay personas llenas de temores y absolutamente paralizadas, y eso, indiscutiblemente, debe preocuparnos. No hay razón para temores. La prudencia es una cosa, y el temor, otra.
El próximo año habrá elecciones presidenciales, pero tanto en el Gobierno como en la Oposición se tiene la convicción de no dejarse tentar por afanes populistas, de tomar las cosas en serio y de actuar de igual modo frente a la crisis. Y eso hay que decírselo al país, porque, evidentemente, contribuye al aspecto sicológico que tiene tanta importancia en materia económica (quizás más de la que pensamos). Porque el hombre, más que por el conocimiento, reacciona por la emoción. Y, en este sentido, hemos empleado poco el arma emocional, para que nuestra gente siga teniendo fe en el país y comprometiéndose aquí en vez de buscar fuera posibles soluciones para su vida económica futura.
Hay algunas cosas que contribuyen a crear esta confianza. Lo primero es la "austeridad" en el gasto: ésta es la palabra precisa. No significa disminuir el gasto, el que tenía que hacer o el que puede aumentarse. Lo que hay que destacar es el concepto de "austeridad en el gasto", es decir, el gasto menor, pero el gasto propio que se debe hacer. En consecuencia, austeridad en el gasto privado y en el gasto público.
Soy un convencido de que nuestro país actúa en forma abierta frente a las verdades. Y nosotros, el Gobierno y los medios de comunicación, tenemos caminos para abrir espacio a estas verdades en la mente de la gente y, en consecuencia, producir efectos económicos a través del tratamiento del pensamiento de nuestra gente.
Y lo otro es impulsar el desarrollo. Necesitamos que la gente no sólo tenga confianza, sino que vea que existen medidas en tal sentido. Algunas resultan obvias por haberlas repetido muchas veces, pero no se han cumplido. Por ejemplo, las medidas de privatización impulsan el desarrollo, llevan a formar entidades privadas que invierten en negocios con otra perspectiva, con otra ampliación. Y si en todo tiempo es necesaria la privatización, no hay duda de que en este momento sería como un motor de doble propósito: descargaría al Estado de algunas de sus funciones e impulsaría el desarrollo. Es algo que debemos tener en cuenta.
Y también debemos impedir los frenos del desarrollo, pues los hay. Y precisaré mi pensamiento, aunque a algunos les parezca un disparate.
Lo sucedido con Ralco es el ejemplo de un país que no es capaz de vencer los frenos al desarrollo. Tenemos crisis de energía eléctrica, anunciamos un racionamiento, necesitamos energía que provenga de nuestras fuentes, energía sana. Ralco produce energía sana. Y para hacerlo acumula agua en la cordillera, que nos sirve para mejorar el ambiente (las lagunas de agua fresca o natural mejoran el ambiente). Construir una laguna para acumular agua (porque la energía eléctrica la precipita, pero no la consume) en una zona hoy azotada por la sequía y producir la energía que necesitamos, está frenado. Se me dirá que lo está porque hay personas afectadas.
Pero enfoquemos ahí el problema. Hay que indemnizar debidamente a las personas perjudicadas por el proyecto. ¿Pero es eso lo que sucede? ¿No se ha ido creando una sensación de impotencia, de demora en las decisiones y estamos frenando el desarrollo? Lo señalo como ejemplo, porque tenemos muchas otras cosas que frenan el desarrollo.
El otro día oí de una huelga de camioneros en Arica -que me perdonen los Parlamentarios de la zona norte-, porque era más barato el transporte por barco que por camión. ¿Vamos a frenar el desarrollo por proteger intereses? ¿Vamos a ser incapaces nosotros, quienes tenemos en nuestras manos el Gobierno, de impedir que se vayan creando consignas, ideas en la mente de la gente que frenen el desarrollo de un país que aún tiene tanta y urgente necesidad de él para combatir la pobreza, tarea que, sin duda, a todos nos corresponde?
Señor Presidente, no soy economista. Pero como político que ha enfrentado muchas elecciones y que ha sido testigo de muchos acontecimientos, compruebo con preocupación cómo la influencia del pensamiento de la gente y sus ideas -Platón habló de "la idea anterior a la acción"- impulsan hoy día a la paralización y no a la acción. Debemos cambiar la idea. Porque el motor individual de la gente es mucho mayor que el que podemos crear con las medidas económicas, por acertadas que ellas sean. Y ese motor es el que debemos cuidar, en una tarea que nos es común.
Es quería aportar al debate.
He dicho.


El señor ZALDÍVAR, don Andrés (Presidente).- Conforme a lo acordado, levantaré esta sesión especial y daré comienzo a la ordinaria, donde, luego de la Cuenta, continuaremos el debate de esta materia.
Se levanta la sesión.

--Se levantó a las 16.05.
Manuel Ocaña Vergara,
Jefe de la Redacción