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La señora RINCÓN.- Señor Presidente, saludo a la Universidad a través de su Rector y su equipo docente y estudiantil, a toda su comunidad universitaria.
Hace ya cien años se fundó la Universidad de Concepción.
Ha pasado el tiempo y esta casa de estudios no deja de sorprendernos: por su historia, por su comunidad, por su belleza, por su aporte, por sus luchas, por estar permanentemente desafiándonos, por ser el alma mater de quienes forjaron el carácter de hombres y mujeres que, años más tarde, pelearon para construir una sociedad más justa, enfrentándose a la dictadura militar que vivía nuestro país.
No puedo dejar de recordar esos años y mis primeros pasos por la Universidad.
Las primeras marchas contra la dictadura las hicimos desde el sur. Muchas de ellas se organizaron y partieron desde el Campanil Universitario y su tan famoso Foro Estudiantil.
El espíritu forjador que inspiró hace ya cien años, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, a los intelectuales de la época, entre los que estaba el Rector del Liceo de Concepción, don Enrique Molina, es el que marca a hombres y mujeres hasta el día de hoy. Ellos, en su primera reunión, el 23 de marzo de 1917, fijan como propósito dos objetivos claros y complementarios:
Uno: la creación y construcción de una universidad para la ciudad.
Y dos: la construcción de un hospital clínico.
El hospital sería necesario para los estudiantes de la Facultad de Medicina, que era parte del sueño de la Universidad.
Para dar vida a esos objetivos, se crea una comisión de treinta y tres notables personalidades, presididas por don Enrique Molina y secundadas en sendas vicepresidencias por don Virginio Gómez y don Esteban Iturra, contando, entre sus diez directores, a don Edmundo Larenas, nombres que podemos reconocer en las calles de nuestra querida ciudad de Concepción o en las facultades de sus campus universitarios.
Finalmente, y luego de las gestiones que se hicieran frente el Parlamento, un 14 de mayo de 1919 se funda la Universidad de Concepción, con las carreras de Dentística, Farmacia, Química Industrial y Pedagogía en Inglés, que más tarde daría origen a la Facultad de Educación.
En los años 1954 y 1962 se da vida a los campus de Chillán y Los Ángeles, respectivamente (hasta 2009, Los Ángeles fue solo una unidad académica).
Pero volvamos un poco atrás.
En 1931, la Universidad de Concepción le encargó al urbanista austríaco Karl Brunner el diseño de su campus central. Años más tarde, el arquitecto Emilio Duhart continuaría con la obra de Brunner.
Ellos dan vida a una obra material que no por nada hace que su campus sea declarado, el año 2016, Patrimonio Nacional por el Consejo de Monumentos Nacionales de Chile, convirtiéndose en la primera y hasta ahora única universidad de nuestro país en poseer este reconocimiento, debido a su diseño y estilo arquitectónico.
Sus grandes áreas de parques hacen que el sector sea conocido como el "barrio universitario", y son, a la vez, un maravilloso paseo para los habitantes de Concepción y todos quienes las visitan. En su recorrido destaca la Casa del Arte, la que se engalana con el mural Presencia de América Latina, creado por el artista mexicano Jorge González Camarena. Su Pinacoteca tiene actualmente una colección de 2.068 obras pictóricas; es común ver en sus salones espectáculos del Coro y la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Concepción. Su Arco y el Campanil son sellos indiscutidos de la Universidad, la ciudad y la región. Posee el Museo de Arte Chileno más completo de nuestro país. Y no puedo dejar de mencionar que posee once bibliotecas, una de ellas con más de 10 mil metros cuadrados y 100 mil volúmenes a disposición de su comunidad.
Junto a su bella arquitectura y su grandioso parque, el Campus Concepción también destaca por la fuerte actividad cultural que genera durante todo el año. Espectáculos al aire libre, presentaciones literarias y pictóricas, obras de teatro, mesas redondas, seminarios y congresos, entre muchas otras actividades, son ofrecidas gratuitamente a la comunidad universitaria, como también a la comunidad en general.
Sin lugar a duda, la Universidad de Concepción tiene características que la hacen única e inigualable.
Así, desde su belleza espacial, la Universidad surge de lo público y lo colectivo, surge de la férrea decisión de la comunidad. Su convicción era tan preclara, que sus fundadores crean una universidad con características propias; tan propias, que no se pueden meter dentro de ningún patrón establecido.
Es una universidad que se define autónoma del Estado.
Es una universidad privada pero pública: privada desde el punto de vista jurídico, pero pública en su convicción y génesis.
Es una universidad que apela a la libertad.
Por el desarrollo libre del espíritu
universitarios arriba, arriba, de pie
la idea es antorcha que enciende las almas
y es flecha que toca los astros, la fe.
Siempre en las alturas puesto el pensamiento
arca de heroísmo hecho el corazón.
¡Cantemos! ¡Cantemos!
Y llenen la boca del viento
las líricas voces de nuestra canción.
El himno universitario, cuya letra pertenece a Víctor Domingo Silva, y la música, a Wilfried Junge, no puede definir de mejor manera lo que la Universidad de Concepción representa, inspira y quiere de su comunidad universitaria.
La Universidad de Concepción surge de esa comunidad cansada de esperar al centralismo agobiante. Pareciera que hoy necesitamos comunidades como aquella.
Virginio Gómez señaló, de manera sabia y magistral, que la Universidad de Concepción no es una "nueva universidad", sino una "universidad nueva", cuyo aporte al desarrollo de nuestro país será y sigue siendo fundamental, no solo en el ámbito de la ciencia y la tecnología, sino también en lo social, las artes y la cultura en su conjunto.
La Universidad de Concepción es, sin lugar a duda, una maravillosa expresión de lo que debe ser una universidad. No en vano por sus campus han transitado más de 57 mil alumnos titulados y está considerada dentro de las mejores universidades de nuestro país y de Latinoamérica.
Quizás por ello no sea casualidad que Violeta Parra haya hecho clases en ella y hoy exista la cátedra Violeta Parra.
O que desde sus aulas, como se ha recordado en estos días, Corina Vargas sea reconocida como la primera decana de Chile y Latinoamérica.
O que Inés Enríquez Frödden, ex alumna de la Universidad de Concepción, haya sido la primera mujer Intendenta de nuestro país y la primera Diputada de la República. Yo solo puedo decir que fui la primera penquista en ser la primera mujer Intendenta de Santiago y la primera mujer Senadora en el Maule, la tierra de mis abuelos maternos.
O Hilda Cid Araneda, la primera Doctora en Ciencias Exactas en Chile.
O que nuestra Diputada Karol Cariola sea la primera mujer en alcanzar la presidencia de la FEC.
O que aquí, en nuestro Senado, tengamos entre nosotros, como colegas, a la Senadora Jacqueline van Rysselberghe y al Senador Alejandro Navarro, ambos ex alumnos de la Universidad.
O que Elicura Chihuailaf, poeta mapuche, uno de los poetas más connotados de nuestro país, sea ex alumno de la Universidad de Concepción.
Sin lugar a duda, la Universidad ha sembrado y ha dejado huella en nuestro país y lo seguirá haciendo, pues su belleza mayor ha sido saber congregar entre sus aulas la diversidad y el respeto, lo público y lo privado, la ciencia y las artes, a hombres y mujeres, y supo entender, desde su fundación, que una universidad se debe a su comunidad y, a través de ella, se engrandece y la engrandece.
Unamuno decía: "Lo que Natura non da, Salamanca non presta". Es cierto que no basta una buena educación, pero ella es fundamental para transformar el mundo, y es deber de hombres y mujeres prepararse para conquistarlo. Y no hay duda de que en la Universidad de Concepción se forjan espíritus, corazones y razones.
Finalizo mi homenaje, que hago a nombre de la bancada de la Democracia Cristiana, en los cien años de la Universidad de Concepción, esa universidad que me albergó en sus aulas en 1985, con un verso de Chihuailaf:
La Palabra surge de la Naturaleza
y retorna al inconmensurable Azul
desde donde nos alegra y nos consuela.
Cuando la Palabra cree/imagina
interrogarse
no es sino lo innombrado que la interroga
para sacudirla
para desempolvarla, para intentar
devolverle su brillo original.
¿Para qué entonces el deseo
de decirlo todo
si, como en un tejido, el Ahora
-en el tiempo circular-
existe y se completa
con las hebras del ayer
y del mañana?
Así nos dice el tiempo que sueña y
que nos sueña. Que soñamos.
¡Por eso, en este Parlamento debemos soñar y trabajar para que otros, como los de ayer y hoy, puedan seguir soñando!
No puedo dejar de nombrar a quien es responsable de al menos el 50 por ciento de mi carácter: ¡mi padre, el abogado y Presidente del Colegio de Abogados durante tantos años y que hoy ya no está con nosotros, Ricardo Rincón Iglesias, quien también se formó en la Universidad de Concepción!
Muchas gracias.
--(Aplausos en la Sala y en tribunas).